VALÈNCIA. Mi primera novela llegará a las librerías con el título de Lejos de todo, el resultado de un largo proceso de escritura que finaliza mi primera novela. Se materializará con una portada maravillosa a cargo de Roberta Marrero (siempre imaginé este libro ilustrado por una obra suya) y lo hará en Jekyll&Jill, la editorial con la que soñaba estar desde que la descubrí por culpa de los libros de mi admirado Paco Inclán. Lo que viene a continuación son algunos apuntes sobre cómo la escribí.
Una mañana de otoño, hace algo más de 10 años, me encontraba junto a las Torres de Serranos, monumento que antaño fue una puerta a la València antigua. Era la fiesta de Todos los Santos. Noviembre acababa de hacer acto de presencia pero aquel fue un día casi primaveral. Sentado frente al volante de mi coche, esperaba a unos amigos para irnos a comer a El Palmar. Así que allí estaba yo, distrayéndome con la estampa festiva que ofrecía la calle en una mañana tan pura. Los días de fiesta alegres y soleados hacen que me sienta como un forastero en el mundo. Un desconocido se acercó a la ventanilla. Era un hombre mayor que yo, el pelo y la barba casi blancos. Su rostro tenía una expresión bondadosa, pero transmitía algo más profundo y complejo. Bajé el cristal como si le conociera de siempre y a continuación le oí decir: "¿es usted Miguel Genovés? "La pregunta me desconcertó. Respondí que no, que yo no era esa persona a la que él esperaba. Asintió algo desencantado. Lo cierto es que mí también me decepcionó no poder serle de más ayuda. El hombre del pelo blanco se despidió educadamente. Lo vi regresar al borde de la acera y siguió atento a los coches que circulaban frente a las Torres de Serranos. Estuve unos minutos observándole pero él ya me había olvidado. De repente aparecieron mis amigos y poco después estábamos saliendo de la ciudad. Pasamos la tarde en L’Albufera, rodeados por un paisaje perfecto. En otoño, las luces del lago imponen sus propias leyes. En medio de aquel estado de placidez, paseando y hablando con quienes estaban conmigo, no pude dejar de imaginar cosas acerca de aquel desconocido. El hombre que hizo que sintiera no haber sido la persona a la que esperaba.
Usé aquel episodio para escribir uno de los ejercicios del taller de escritura al que asistí en Madrid durante años. En menos de cuatro folios logré atrapar la sensación de aquel breve encuentro. Fue como extirpar un cuerpo extraño y colocarlo ante mí para poder examinarlo. Una vez escribo sobre algo que me perturba, la obsesión se transforma, y pasa a ejercer una pulsión diferente sobre mí. Así fue también en esta ocasión. Poco después opté por cambiar al personaje del relato que está sentado al volante. El protagonista pasó a ser David Bowie. No logro recordar cuál fue el motivo, aunque estoy seguro de que se me ocurrió escuchando Low. El David Bowie que, con todo mi atrevimiento, situé como una figurita imaginaria en las Torres de Serranos, es mi bowie favorito. Es el David Bowie del periodo 1976, el ser saliente de la piel del personaje del Thin White Duke. Es también el artista a punto de marcharse a Berlín y grabar el disco que le permitiría sumergirse en terrenos musicales más abstractos, los del mencionado álbum Low. De este modo supe que lo que había creado era, más que un cuento corto, el fragmento de la novela que a continuación tenía que escribir. Me olvidé del presente y de la realidad. Situé la acción en 1976 y seguí escribiendo. El mundo imaginario que durante años he ido elaborando está a punto de emerger a la superficie. Dentro de poco dejará de ser mío y pertenecerá a cada lector que se acerque a él.
Al principio, en la novela sólo estaba David Bowie con su atuendo habitual de la etapa de 1976 –pelo entre rojo y rubio, delgadez extrema, vestido de hombre europeo, con sombrero Fedora- sumergido en esa València que le era ajena. Entonces -y de nuevo sigo san saber ni cuándo ni por qué-, me di cuenta de que había otra narración posible que podía discurrir junto a la anterior. Rescaté a unos adolescentes de un viejo relato, los situé en El Saler, y a partir de ellos fabulé con el que fue el verano de 1977, un episodio clave en mi vida. Inicialmente, ese otro relato y el de Bowie discurrían paralelos. En una primera versión llegó a haber una tercera historia. Finalmente, y después de dársela a leer a muchos amigos que aguantaron pacientemente mis neurosis creativas, la novela se quedó reposando en un disco duro. No había ninguna editorial interesada en sacarla. Era muy posible que lo que creía haber hecho y lo que finalmente hice no fuese en absoluto la misma cosa. La realidad de la crisis económica impuso sus prioridades y, por cansancio y por inercia, fui olvidándome del manuscrito.
El trauma de la inesperada muerte de Bowie en enero de 2016 me hizo volver al texto casi sin darme cuenta. Publiqué uno de los capítulos de la novela en CulturPlaza (tres años antes ese mismo capítulo había aparecido también en Verlanga), acompañando el obituario que escribí sobre el artista. A partir de ahí, revisé el texto. Le quité más de 150 páginas y eliminé la tercera historia, que lastraba lo demás. Crucé las otras dos y de nuevo comencé a reescribir. Considero que la literatura, en la mayoría de las ocasiones, es una venganza contra la realidad. En este caso ya lo era antes del 11 de enero de 2016, pero después de ese día, lo fue más aún. Seguí escribiendo y reescribiendo. Y llegó un momento en el que comenzaron a suceder pequeños acontecimientos, cosas que hacen que ficción y realidad se fundan. Una energía con sus propias leyes, como las luces de L’Albufera que cada tanto aparecen en la narración.
En enero de este mismo año, Roberta Marrero vino a València para formar parte de un coloquio sobre Bowie en el IVAM. Ese día pude darle una versión cerrada del texto. Empezó a leerlo en un hotel junto a las Torres de Serranos. Cuando la terminó en Madrid me escribió para contarme sus impresiones y reiterar su disposición para ilustrar la portada cuando llegara el momento. También destacó algunos aspectos del texto que yo no había visto y que tampoco diré aquí para no condicionar a posibles lectores. Sí diré, porque estoy convencido de que son cosas que seguramente pasarán inadvertidas para quien lo lea (este tipo de asuntos sólo suelen ser importantes para el que escribe), que de una manera espontánea, ciertos detalles de la historia se repiten dos veces como un reflejo. Quiero pensar que El Saler es un personaje más en la historia. Un espacio abierto del que los adolescentes que lo habitan durante el citado verano, no pueden salir. Pienso en los secretos de esta novela que durante tanto tiempo me ha pertenecido exclusivamente a mí. Pienso en David Bowie contemplando las gárgolas de La Lonja. Imagino que hablaré de todas estas cosas durante las próximas semanas. Pero hay un ciclo que concluye aquí. El otro día vi un poste metálico, cerca de la playa, temblando sin ninguna explicación aparente. Los próximos meses los pasaré dando vueltas alrededor de él mientras voy escribiendo en mi cuaderno.
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