Los cines antes del LIDL en los recuerdos del dibujante Raúl Salazar, los directores Gabi Ochoa y César Sabater, la productora Lourdes Reyna, el gestor cultural José Luis Moreno y el escritor Xavi Aliaga
VALENCIA. Ante la reconversión de los ABC Martí en un LIDL, la militancia cinéfila puso el grito en el cielo, despreciando desde su ego intelectual a los los futuros lineales. El dibujante Raúl Salazar, más práctico, dijo que ahora al menos podría volver al interior del que fue su cine de culto, fantasear con que en la sección de congelados antes veía las películas que marcaron su vida.
Con la memoria no conviene exagerar. Todos tenemos la nuestra. Seguro que las generaciones que están al caer ensalzarán por la gloria de su padre aquellas sesiones en el Kinépolis y los MN-4. Sí.
Quienes cuando recuerdan sus películas más inolvidables imaginan cines que están cerrados (drama) han querido dejar testimonio ante una era en la que los viejos cines se convierten en LIDLs.
“Diría que allí aprendí a amar el cine. Era un gran cine. Si tiro de memoria la primera película que me viene es Parque Jurásico. 1993. Once años tenía. Joder, vi dinosaurios, ¡como para olvidarlo! Fuimos todo la familia, y eso, en mi caso, ocurre cada lustro. Pero ese cine tiene además una peculiaridad que hizo de mis viernes un día mejor de lo que ya era. Era el día que cambiaban las películas, y por lo tanto los carteles de cine. Cuando volvía del colegio, a la hora de comer, los trabajadores estaban allí retirando los pósters de las películas que abandonaban la sala. En un momento se me ocurrió interesarme por uno de ellos y pregunté. Me lo regalaron. Al viernes siguiente probé lo mismo y uno de los trabajadores me invitó a entrar al cine que a esa hora estaba cerrado. Me llevó por unos pasillos. Yo me decía que esa escena la había visto en alguna película y la cosa no terminaba bien. Al final del trayecto abrió una pequeña puerta y me dijo "Si quieres, llévatelo todo". En su interior había montañas y montañas de carteles, plegados, de años y años atrás. Parecía el mismo Obélix con un menhir a la espalda, pero en lugar de una inmensa piedra tallada llevaba una pila enorme de carteles de cine. Cada viernes volvía y ahora tengo una buena colección.
Me doy cuenta del tiempo que hace de todo eso que recuerdo cuando quise hacerle un regalo como agradecimiento. Le pregunté a mi madre con qué podría obsequiarle y me contestó: "Si fuma regálale un cartón de tabaco". Madre mía. ¡Regalar tabaco! Ahora eso es un insulto más que un agradecimiento! (salvo que estés en la cárcel y necesites que alguien te haga un favor, claro). Alguna vez me cruzo con los trabajadores en cuestión. A pesar de los años que han pasado aún se acuerdan de mí y me lanzan un saludo, y ese pequeño gesto me alegra todo el día. Supongo que me recuerda todo lo que fueron esos cines para mí”.
José Luis Moreno: “Era uno de los cines donde se celebraban los grandes estrenos de la ciudad. Tenía una capacidad de más de mil personas e impresionaba verlo lleno. Era una experiencia única. Recuerdo ver allí Superman, Grease, La Guerra de las Galaxias… Estrenos que hacían movilizarse a la ciudad entera. Tuve que ir tres veces hasta que conseguí ver La Guerra de las Galaxias. Mis padres me llevaron a ver la película cuando se estrenó, pero las colas eran tan largas que las dos primeras veces al llegar a taquilla se habían agotado las entradas. En aquella época que viví mi infancia (finales de la década de los 70) no se podían sacar las entradas anticipadamente y era obligatorio hacer cola durante horas para poder poder conseguir una entrada. Finalmente, a la tercera fue la vencida y conseguí verla
César Sabater: “El Serrano tenía una pantalla brutal y los carteles de las películas pintados a mano. Todo le daba al cine un aire de liturgia pagana muy mágica. Allí vi Robocop (1987) de Paul Verhoeven. La vi con once años y la muerte de Murphy a manos de los malos, antes de convertirse en Robocop me dejó bastante traumatizado. Yo era por entonces un chaval muy impresionable y el pantallón aquel y el sonido a toda virolla de los disparos hicieron el resto. ¿Te parece poco un cine que te traumatice la preadolescencia?”.
“El meu cinema preferit ja no existeix, era el Gran Teatro de Xàtiva, ubicat en el Convent de Sant Doménec. Quan la restauració d'aquest immoble, l'Ajuntament, regit per Alfonso Rus, va preferir alçar un teatre de nova planta. El Gran Teatre no era especialment còmode, al contrari: els seients eren terribles i en la zona del galliner, que solíem habitar, hi havia unes columnes que dificultaven la visió. Tampoc no tenia una projecció i un so de qualitat, però era el cinema de la infantesa, el de les primeres pel·lícules. Hi havia més sales en la ciutat, però no com aquella. Recorde molt nítidament la projecció de La guerra de las galaxias, que vaig tornar a veure uns dies després, o l'impacte, uns anys després, d'Excalibur, de John Boorman. Són, segurament, les dues pel·lícules que més em van impactar abans dels dotze anys.
També era una sala iniciàtica, perquè els seus gestors no eren molt rigorosos a l'hora de barrar-nos l'entrada als xiquets. Així, podíem veure pel·lícules no autoritzades, com les del "destape" de Mariano Ozores, bàsicament les d'Esteso i Pajares. Los bingueros o Yo hice a Roque 3 marcaren a molts xiquets xativins. El nostre ídol era Antonio Ozores i la seua verborrea indescriptible, que ens feia molta gràcia. També vam veure alguna barbaritat de serie B com Apocalipsis caníbal que en aquell moment eren classificades com a "X". En una d'aquelles, anàrem a una reestrena d'El exorcista. Un dels meus amics veié la pel·lícula pràcticament paralitzat. Tardà molts anys en tornar a veure un film de terror”.
“El cine Gran Vía, con esos dorados, tan clasicón, con un gallinero hecho de palos de madera con asientos sin respaldo. Allí se hacían las grandes películas. La cola más grande la vi para El Planeta de los Simios. Me dejó marcada asistir a Carretera perdida de David Lynch. Pero lo que me hubiera gustado vivir es la relación entre el Gran Vía y el Aquarium, que durante unos cuantos años fue el bar del cine. He ido a hablar con ellos y muchos recuerdan como los camareros entraban al cine y dormían la siesta en las butacas. O cómo, los días de calor, abrían las puertas del cine que conectaba con el bar para que entrara el aire acondicionado”.
“Llevaba un año en cartel. Había leído mucho sobre ella (en revistas especializadas porque no existían las redes sociales) y para allí que me fui, solo a ver Pulp fiction. Tenía algunos amigos cinéfilos, pero muchos la habían visto, por lo que, o iba solo o no la veía. Y allí que fui. Lo que recuerdo me reventó la cabeza. Se me quedó marcado sobre todo el monólogo de Christopher Walken y el reloj. O aquella escena divertida (y terrible a la vez) de Harvey Keitel bañando/limpiando a dos sicarios de poca monta que eran Samuel L. Jackson y John Travolta. También recuerdo que perdí el bus para volver a casa pensando en lo que había visto y me fui andando pateando toda la calle Alicante hasta Malilla con miles de ideas para un thriller en mi cabeza. El resto es historia. Creo que fue una de las últimas películas que allí se proyectó. A partir de ahí se convirtió en una cadena de perfumerías. Seguramente para extraer el olor a mugre y cine que había destilado la joya de Tarantino”