Muchos de nosotros sabemos quién es John Forbes Nash, matemático conocido por hacer recibido el Premio Nobel de economía en 1994 y del que sabemos algo gracias a la película “Una mente maravillosa” donde se relata parte de su vida. Nash recibió este prestigioso premio por su análisis sobre el equilibrio en la teoría de juegos en el que, de forma resumida, postula que el resultado obtenido en cualquier operación es mejor si los individuos implicados buscan un beneficio común, en el que todos ganen, frente a una postura en la que cada uno trate de maximizar su resultado individual, en otras palabras, que la cooperación da mejores resultados. Esta teoría que inicialmente se aplicó a los procesos de negociación es el principio que subyace también en otros muchos aspectos económicos o sociales; la existencia de una seguridad social, una educación universal o impuestos progresivos se basan, en cierto modo, en un pensamiento parecido: la solidaridad de unos permite que otros dispongan de unos medios a los que, de otra forma y dada su renta, no podrían acceder. De esta forma se consigue que una comunidad, país o región, etc… en su conjunto sea más robusta, más estable y con ciudadanos mejor preparados.
Algo que parece tan sencillo de entender, sin embargo, lo llevamos a la práctica en muy pocas ocasiones. El día a día, nuestros problemas, nuestros quehaceres y (por qué no) nuestro propio egoísmo hace que los problemas sociales pasen desapercibidos por delante de nosotros. Sin cooperación, como en el dilema del prisionero, todos perdemos y “vamos a la cárcel”. De forma inexorable, este patrón de quejarnos y querer sacar ventaja a costa del otro se repite hasta que ocurren eventos como el que está ocurriendo ahora; es entonces cuando las personas se dan cuenta que la individualidad nunca se debe anteponer al bienestar e intereses comunes.
El mundo necesita la sostenibilidad y por ello, el cambio hacia un modelo que la tenga en cuenta no va a parar a pesar de la pandemia.
Las continuas muestras de solidaridad que se están viendo estos días no pueden ser la excepción frente a la norma, el bien común como forma de fomentar el bienestar, la tranquilidad y el crecimiento individual. Esto es precisamente lo que propugnan los principios en los que se basa la Responsabilidad Social Corporativa.
Las empresas, sobre todo las grandes corporaciones, son sabedoras de su importante papel no solamente económico, sino social, mientras cada vez van cogiendo más conciencia de la necesidad de implicación medioambiental. Esto puede tener fuertes implicaciones en el futuro ya que, además de actuar heroicamente en momentos puntuales, debería derivar en poner en marcha planes de impacto recurrente en su comunidad. De la misma forma que actúan los estabilizadores económicos ya conocidos tales como son los subsidios por desempleo o el gasto público, un tejido empresarial más implicado y preparado para situaciones de crisis podría dar lugar a que éstas sean menos profundas. A cambio, se puede recibir mucho: La confianza y compromiso de sus trabajadores, así como de la comunidad que le rodea, lo cual, termina redundando de una u otra forma en mayores beneficios o mayor estabilidad del negocio. Con el enfoque ESG todos ganamos, la cuestión es empezar a ponerlo en práctica en todas las facetas de nuestra vida, como empresarios, como empleados, como inversores y como ciudadanos.
Pilar Lloret Martinez. Director general NAO Sustainable Asset Management