Lo nuevo y lo viejo parecen estar siempre en pugna. Llega el Bitcoin y se corre a llamarlo "el nuevo oro". Nace Alibaba y ya tenemos "el nuevo Amazon". Llega la IA, y vamos todos a la calle. Cada vez que llega algo nuevo se activa nuestra parte más primaria del cerebro, la que sólo entiende de blanco o negro. La que creía que el libro electrónico mataría al físico.
Probablemente fue Chesterton el que mejor recordó que muchas reglas, normas e incluso tradiciones se desarrollaron a través del tiempo superando largos procesos de prueba y error, y que descartarlas de un plumazo por el hecho de ser antiguas era principalmente algo peligroso, pero también arrogante. No retirar la valla hasta que saber por qué fue puesta, nos decía.
Cargarse las formas pasadas sin entenderlas (retirar la valla) es arrogante porque presupone que la era actual es superior en sabiduría y moralidad a las anteriores, y proponía preservar determinadas formas de hacer como una forma de democracia extendida a las generaciones pasadas, más allá de un signo de respeto y agradecimiento por habernos traído hasta aquí.
Ahora volvamos al oro y a los que se precipitaban a anunciar su muerte.
Sobre el oro hemos oído de todo: El oro no sirve para nada, pagamos costes de almacenamiento, no cobramos interés, etc. La realidad es que con el oro nos pasa lo mismo que con la valla, y es que nos olvidamos de su función, pensamos que la ha perdido y dejamos de prestarle atención.
Sin pretender hacer apología del oro como inversión imbatible, como hacen algunos, nos conformaremos con analizar el oro como una opción más y señalar los escenarios más interesantes para estar dentro, como ahora.
El mundo de la inversión se divide en dos grandes grupos: los activos financieros y los activos reales (según si cotizan o no). A la inversión empresarial e inmobiliaria, la gente de mercados también tiende a llamarlos "alternativos".
Los activos reales forman parte de lo que llamamos "el coste de la vida". Ellos conforman la economía y la producción, y no es que conserven valor con la inflación: son su origen y su base de cálculo, en buena parte.
El oro es un activo real, dentro del cajón de las materias primas. Además, como metal precioso no pierde propiedades con el tiempo. Y tiene otra importante cualidad: desde que el hombre comercia, el oro es dinero en virtud de su estabilidad y escasez. Y desde antes es ya valioso por su función estética, que incluso hoy representa el 47% de su mercado.
Además, como se pueden imprimir billetes pero no se puede imprimir oro ni ningún otro activo real, este sería el valor de las casas si pagamos en dólares, cuyo valor se reduce:
Y este sería el valor de una casa en kilos de oro desde los años 70:
La diferencia es clara: si pagamos con billetes, que se imprimen sin control y cada vez valen menos, los activos reales nos salen cada vez más caros. Si tenemos activos reales, cuyo valor depende de dinámicas concretas y tangibles, la oferta y demanda estarán siempre vinculadas y se regularán una a la otra.
Por eso, si el ingreso de las familias se recibe en dólares (que pierden valor con el tiempo) y la inversión más importante de su vida es normalmente comprar una casa (que no se imprime), el esfuerzo de las familias que viven del dólar será cada vez mayor salvo en las crisis.
Esto serían hipotéticamente los años que la familia americana mediana tendría que dedicar todos sus ingresos para comprar una casa mediana:
Es particularmente importante recordar que los activos financieros sobrerrepresentan los ciclos económicos: se hunden en las crisis y se disparan en las expansiones porque descuentan expectativas, y por eso ahora mismo se tiene la sensación de estar en el juego de las sillas.
¿Qué ha hecho el oro? Dispararse, aumentando su poder adquisitivo en la economía real. En el ciclo anterior se aprecia que estamos históricamente en la parte baja del ciclo, donde el oro está muy fuerte. El resto de activos reales tendrá que ajustarse, arrastrando después a los mercados.
Esto ha sido siempre a través del tiempo y las culturas. ¿Es una convención? Sí. Como toda nuestra forma de vivir. ¿Puede dejar de serlo? ¡Por supuesto! Pero nadie ha planteado nunca un mecanismo sobre el cómo ocurriría, así que por ahora no retiramos la valla del oro.