VALÈNCIA. Recientemente, Euronews dedicó un reportaje a la ciudad de Birmingham, en el estado de Alabama, Estados Unidos. En los años 60 fue el escenario de los enfrentamientos más duros por los derechos civiles. La localidad era conocida como "la Johannesburgo de Estados Unidos" por la segregación y por la violencia racista, atentados con la firma del Ku Klux Klan o el terrorismo supremacista blanco. Semanas antes del reportaje, había habido un tiroteo en una iglesia en los suburbios de esta ciudad, aunque los mass shooting actualmente ya no se puedan relacionar con ninguna postura política concreta dada la amplitud del fenómeno.
Sea como fuere, tras el suceso, los medios destacaron la hospitalidad y ambiente tolerante del barrio donde se produjo el crimen, Vestavia Hills. Lo raro era que pasase algo. La comunidad era casi idílica.
Mucho ha cambiado todo en la segunda mitad del siglo XX, al menos si nos guiamos por una de las mejores novelas gráficas jamás publicadas: Stuck Rubber Baby
(Mundos diferentes) de Howard Cruse, fallecido en 2019. La obra apareció en 1995, una época en la que ascendió el fenómeno de las obras extensas en viñetas, también conocidas como novelas gráficas, y que fue ampliamente premiada.
Se trata, como también es habitual en este tipo de obras, de un relato que recorre diferentes vivencias del autor, pero presentadas como ficción. Son los años de juventud de un joven en Birmingham. El contexto es el de segregación y violencia, pero también hay un ingrediente más. El protagonista es homosexual y lucha por no serlo. Es algo con lo que el propio autor ironiza, ya que la obra está contada en un flashback desde un bar, con ese personaje ya maduro, con barba, y bromeando sobre sus intentos por parecer heterosexual. Pero es un humor tragicómico. Muy sarcástico.
Como dibujante, Cruse había alcanzado una difusión importante en los años 70. Tras dibujar en la ola del comix underground a finales de los 70 acabó alumbrando Wendel, una tira que hablaba abiertamente de la vida homosexual y que en España rescató La Cúpula en dos álbumes. En mitad de los ochenta, estas tiras hablaban no solo de los ataques que frecuentemente reciben psicológica y físicamente los homosexuales, también de fenómenos propios de la época como el sida.
Wendel duró hasta 1989 y, en los noventa, Cruse desapareció y se puso a trabajar en esta gran obra. Con un dibujo cuidadísimo, al más puro estilo de los maestros estadounidenses de los 60 y 70, dibujó este relato en más de doscientas páginas sobre cómo vivió un alter ego las manifestaciones pro derechos civiles en Alabama. Si hay unas páginas que me dejaron marcado en su lectura, fueron las de la infancia. El protagonista tenía un amigo negro con el que jugaba habitualmente, pero cuando se enteró de que hablaban mal de él por eso, no pudo soportarlo. Tampoco tuvo valor para decirle a su amigo que no quería jugar más con él, así que empezó a fingirse abúlico y a decir que no tenía ganas de hacer nada. Así hasta que el otro chico se hartaba y se iba. Una forma de librarse pasivo-agresiva muy parecida a la realidad. Porque lo normal antes de ser personas maduras es cometer este tipo actos miserables de los que, eso sí, aprender para no volver a repetirlos. Las personas íntegras desde que nacen no son tan habituales, aunque en la ficción sean recurrentes.
Aparte, el racismo ha sido ampliamente tratado en cine, televisión, prensa y otros medios, pero la historia de la homosexualidad es un fenómeno más reciente. Antes de que este tipo de publicaciones e informaciones salieran de sus nichos y alcanzaran los medios convencionales, Cruse en este cómic nos adentró en la subcultura gay de una pequeña localidad del sur de Estados Unidos donde el Ku Klux Klan campaba por sus respetos.
Es fascinante descubrir de la mano de un testigo de todos aquellos lugares cómo funcionaban los códigos de conducta, cómo eran los bares clandestinos y cuál era el trato que recibían de la policía. Pese a la represión, lesbianas y homosexuales compartían espacios en una relación de simbiosis. Cuando aparecían las fuerzas del orden en redadas, se cambiaban las parejas para parecer heteros bailando en night club ordinario. El problema era cuando aparecía el Klan, entonces la fiesta acababa a tiros o navajazos. Si hay una reflexión que nunca olvido de estas páginas es que los gais y las lesbianas no se atrevían a tirar a dar cuando les atacaban porque sabían que cargarían con el crimen en un juicio. De legítima defensa, nada.
La presentación de ese clima opresivo tenía, no obstante, un espíritu optimista. Esas catacumbas de la historia, los no tan lejanos años 60, eran una realidad que parecía completamente inamovible. Sin embargo, todo cambió. Quizá el futuro pueda parecer desalentador por el auge de nuevos extremismos, pero sin más fuerza que la de la dignidad aquellos ciudadanos de Alabama lograron cambiar un lugar en sus aspectos más profundos. Cuando fue entrevistado sobre su obra, Cruse defendía con ahínco ese optimismo aunque él mismo hubiese acabado siendo pesimista, pero decía que no podía soportar era el cinismo. Él sabía cómo se producían los cambios y cargar contra el que tiene voluntad de realizarlos le parecía un gesto despreciable y acomodaticio.
Stuck Rubber Baby era, de todos modos, una obra coral, con muchos tipos de personajes. Destaca también la hermana del protagonista, casada con un muermo, un orangután y fanático religioso con el que le daba pánico quedarse a solas; pánico y sobre todo aburrimiento. En realidad, los personajes heterosexuales de la obra fueron introducidos por consejo del editor para que "no se sintieran excluidos", lo cual tiene gracia, pero al autor le sedujo ampliar los márgenes. Pese a todo, los roles que estos juegan no aportaban grandes novedades, pero el monólogo interior del protagonista durante más de la mitad de la obra es algo único y realmente importante en el mundo de la viñeta.
Ese personaje está convencido de que si se esfuerza, puede no ser gay. Asistimos a diálogos y vivencias, como intentar tener relaciones con mujeres sin éxito, aunque él cree que solo necesita practicar. Intenta que sus parejas femeninas sean "su salvación", porque entendía que ser gay era algo de lo que se podía salir. La conversación en la que le cuenta todo esto a su novia y ella le sentencia diciéndole que no quiere ser la salvación de nadie y que no pasa nada porque sea gay y sean amigos, es una escena francamente impactante. Aunque el relato no esté exento de toques de humor respecto a esa situación, el desarrollo del personaje tiene una profundidad y una calidad que supone un hito en este tipo de narrativas. "Aprender a ser honesto contigo mismo puede ser un proceso largo", decía en una entrevista en Gay League en 1998. Precisamente, ese rico y complejo proceso es lo que retrata esta obra.
Antes de morir, Cruse estaba orgulloso de que con la cabecera Gay Comix, una antología que reunía a dibujantes abiertamente homosexuales y lesbianas, porque había contribuido a normalizar la homosexualidad. El objetivo activista en aquella época era que romper los estereotipos y que se viera la presencia LGTB en todas las profesiones y contextos.