VALÈNCIA. Después de varios años sin su música, llegó de nuevo Wagner al coliseo del Jardín del Turia y nada menos que con Tristan und Isolde. Y hacía falta, porque la suya es una estética, un mundo, un universo, que guste más o menos, es punto de referencia imprescindible en la historia de la ópera. No se lo pierda. Hágame caso. Con un nivel artístico propio de los teatros más importantes de Europa, ayer jueves se presentó esa obra cumbre en el Palau, cuyo trencadís fue golpeado por las olas misteriosas de la obra de arte total.
Y es que Richard Wagner ideó sus obras como un espectáculo completo, equilibrado y total, al que bautizó como gesamtkunstwerk. Sus óperas siguen la pauta de la integración de las artes: poesía, danza, arquitectura, pintura, escultura, y por supuesto, música. Y eso es precisamente lo que pasó ayer en el Reina Sofía. Pero no solo por el título en cuestión, sino por la interpretación, que hasta en eso se acertó, para hacer un Wagner fiel a su esencia, donde hubo equilibrio entre la orquesta, las voces, la arquitectura y escultura escénicas, la danza de la integradísima iluminación, y la pintura de las magníficas proyecciones.
Y la poesía, ¡claro! Porque no hay que dejar pasar por alto el asunto literario, ya que el libreto del propio genio alemán, muy elaborado, constituye en el caso de Tristan und Isolde un canto al amor embriagado para el éxtasis gozoso y violento, que se fusiona con la música para la inmersión del espectador en el drama del filtro amoroso. Así se completó una de las noches valencianas más mágicas de los últimos tiempos, en la que el aficionado, rendido, disfrutó, y terminó premiando con aplausos entusiastas a todos los artistas.
El equilibrio, donde nada ni nadie destaca por mandato wagneriano, estuvo también en las voces. Así, Ain Anger hizo un rey Marke de altura, con voz timbrada y noble, y de buenos armónicos, gran volumen, y fácil emisión desde los resonadores. Como el resto del elenco presentado, el bajo nórdico es cantante de punch y brega, capaz de traspasar una orquesta numerosa y valiente, -la de la casa-, que sonó pasional de menos a más. ¿Faltó densidad y cierta introspección en el grandioso preludio? Pues sí; pero el asunto se fue recomponiendo, hasta alcanzar el dibujo y la expresión de la magia y el misterio de la partitura wagneriana.
El autor habría pedido al director americano más untuosidad, más narración y más sensualidad, pero también habría ayer disfrutado con esa orquesta, plena de sonoridad, con eficaz expansión lírica, que alcanzó pronto la densidad requerida de la mano del maestro James Gaffigan, quien supo concertar en fusión completa, extrayendo la riqueza sonora wagneriana in crescendo con su tarea artesana, y seria hacia el colorido orquestal, al servicio del drama y tensión emocional.
El trabajo del maestro fue arduo, al igual que el de la soprano Ricarda Merbeth en el papel de la enamorada Isolde, de instrumento robusto y vibrado, y de agudos seguros, y timbre crudo. También acertó Claudia Mahnke en su papel de doncella administradora de liquiditos, Brangäne, aportando su equilibrada voz de mezzo, con buena trabazón y adecuada emisión.
La esfera del amor, donde todos los sentimientos proliferaron, se expuso con una arquitectura escénica complicada para el tránsito físico del cantante, pero de gran belleza plástica y profundo significado, donde refulgieron sonrientes la luna, las raíces, y las estrellas del deseo. Todo se fusionó allí. Los juegos lumínicos con el texto, las voces con las proyecciones, la orquesta con la poesía, y la lealtad con la propia deslealtad, hasta morir abrazado al amor el propio Tristan de Stephen Gould.
Es el estadounidense buen tenor de porte heroico, que lo fue no solo por la naturaleza de su voz, sino por cómo llegó sano y salvo hasta el final, con espléndido aliento tímbrico y gigantescas facultades. Todo él es una caja de resonancia al servicio de una voz es de potencia equilibrada, de timbre homogéneo, que resulta bien emitida y afilada en los agudos. Pero es que también fue certera y robusta la magnífica voz del timonel, Alejandro Sánchez, así como la de los tenores Moisés Marín y Martin Piskorski en sus cortas intervenciones, y la del coro de la casa, de puntuales entradas, certeras y exultantes.
Como explicó Íñigo de Goñi en su estupenda conferencia previa en el Casino de Agricultura, -le recomiendo no se las pierda-, en Tristan und Isolde, Wagner, -ese insondable literato-, bebe en las fuentes de la famosa historia medieval del elixir del amor, introduciendo un sesgo de inspiración en la filosofía de Schopenhauer sobre la idealidad del tiempo y del espacio, transportada al amor más puramente carnal, y que incluye cierta influencia del pensamiento budista.
Ayer pudo escucharse cómo la música de Tristan und Isolde está construida sobre el juego permanente y variado de los muchos leitmotiv, -o motivo conductor-, para personajes e ideas, en transformación permanente y desarrollo casi sinfónico, en una construcción de auténtica ingeniería melódica salpicada de oleadas de dinámicas constantes.
Gaffigan supo exponer el cromatismo melódico y armónico, en la ambigüedad tonal por resolver. De ahí la permanente tensión, que solo descansa al final de la obra. Y de ahí justamente la singularidad y belleza de tan arrebatadora creación musical que brilló en Les Arts. No hay arias. Hay canto declamado. Nada destaca, precisamente para destacar la sublimación del amor humano.
No conviene olvidar la voz más squillante de la noche: la del barítono lituano Kostas Smoriginas, que dejó una impresión extraordinaria defendiendo a Kurwenal, por la brillantez de su timbre, su potencia canora, tan recia, tan impactante, tan plena como su fidelidad al propio Tristan. No sé si la fidelidad del texto hacia la música es tan firme como aquella en ciertos pasajes, porque es difícil alcanzar tanta altura en la semiesfera de la inestabilidad tonal…
En cualquier caso, en la sala principal del Reina Sofía, ayer Wagner navegó inflamado casi hasta la obsesión neurótica. Nadie puede perderse este Tristan. Sobre todo los que nunca se han emocionado todavía con Wagner. Será su primera vez, su primera experiencia al respecto, pero quedará marcada para siempre en sus corazones, golpeados, -como el trencadís-, por el éxtasis gozoso de la obra de arte total.
Llegará tarde a su casa, pero llegará emocionado. Ahora voy a intentar recuperarme. Oh!
FICHA TÉCNICA
Palau de Les Arts Reina Sofía, 20 abril 2023
Ópera TRISTAN UND ISOLDE
Música, Richard Wagner
Libreto, Richard Wagner
Dirección musical, James Gaffigan
Dirección escénica, Álex Ollé
Orquesta de la Comunitat Valenciana
Coro de la Generalitat Valenciana
Director, Francesc Perales
Tristan, Stephen Gould. Isolde, Ricarda Merbeth
Kurwenal, Kostas Smoriginas. Brangäne, Claudia Mahnke
El rey Marke, Ain Anger. Melot, Moisés Marín
Un timonel, Alejandro Sánchez. Un pastor, un marinero, Martin Piskorski
La Habitación Roja, Doña Manteca, La Plata, Novembre Elèctric y Andreu Valor protagonizan 'Les Arts és Músiques Valencianes', del 24 de enero al 9 de febrero de 2025
El programa incluye el exigente ‘Concierto para piano’ de Ravel y su imprescindible ‘La Valse’ junto con el poema sinfónico ‘Le Chasseur maudit’ de Franck