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Cientos de personas sin hogar pasan el confinamiento al aire libre en València

Confinados al raso

Foto: EVA MÁÑEZ
7/05/2020 - 

VALÈNCIA. Tras visitar a las personas sin hogar que están pasando el confinamiento en los lugares habilitados por el Ayuntamiento de València, en Valencia Plaza decidimos visitar a las personas que siguen viviendo en la calle. Cientos de personas sin hogar están pasando el confinamiento al raso. La calle es dura. Mucho frío en invierno y mucho calor en verano. Inseguridad. Peligros constantes. Historias de vida tan duras que ni ellos mismos quieren repetir en voz alta.

Acompañamos a la ONG Amigos de la Calle, que reparten más de 300 cenas cada día por toda la ciudad, cuando antes de la crisis repartían 500 por semana. Hacemos la ruta con Jaime González, presidente de la ONG, y Carmen Allende, su mujer. Amigos de la Calle lleva dando el callo desde 2007, cuando empezaron con tan solo 36 bocadillos. Ha llovido mucho desde entonces, pero estas personas siguen igual de implicadas con los más desfavorecidos que el primer día.

El primer lugar al que llegamos es a la iglesia de la calle Quart. Una fila de unas 15 personas denotan el gran servicio que hace esta ONG con estas personas. Intentan siempre hacer la misma ruta, pues para ellos es importante conectar con sus usuarios. No es nada fácil que las personas sin hogar se abran, pero ellos lo han conseguido. La primera dosis de realidad nos la llevamos a los dos minutos. Un hombre se gira y nos dice: "No me hagáis fotografías. Bastante tenemos con lo que tenemos como para salir en un periódico".

Foto: EVA MÁÑEZ

Allí conocemos a René. Lleva dos años en la calle. Acabó allí porque tiene una causa pendiente por abuso sexual sobre sus dos sobrinas. Él asegura que es inocente, que es buena persona, que hasta le ha mordido una rata por ayudar a un amigo. Pero como en la mayoría de los casos con los que nos encontramos, no es posible saber dónde empieza y termina la realidad.

Llegamos a un campamento instalado en lo que se conoce como el solar de Jesuitas, a espaldas del edificio Axa, antigua sede del Partido Popular. Una decena de tiendas de campaña componen un curioso paisaje. Al llegar hablamos con Paco, 17 años viviendo en la calle lo convierten en nuestro Lanzarote del lago. Él nos acompaña, nos explica y nos ayuda a integrarnos en la medida de lo posible. El lugar, es como una pequeña ciudad. Hay tiendas de campaña perfectamente ordenadas y custodiadas por unas preciosas buganvillas que sobresalen del jardín Botánico. "Crecen hacia la gente", nos comenta Paco. Sus leyes no están escritas, pero quien no las acata y "la lía" sabe que se tiene que ir.

Nos encontramos con el mismo problema que antes en la iglesia. Estas personas son muy celosas de su intimidad, sus historias son tan duras en la mayoría de los casos que no quieren contarlas en voz alta, y cuando lo hacen la realidad y la fantasía se confunden. Su aspecto físico demacrado, sus tatuajes, y en muchos casos, sus venas con callo son un relato silencioso pero muy fiable de aquello que no quieren expresar en voz alta.

Foto: EVA MÁÑEZ

Preguntamos por qué no han ido a un albergue. Dos respuestas son las más recurrentes. Por un lado, gente como Paco que nos cuenta que no le gusta estar encerrado. "Me gusta estar libre, mi libertad es lo más preciado que tengo", explica; por otro, quienes directamente nos dicen "soy drogadicto, no puedo estar encerrado sin drogarme". Su sinceridad nos deja perplejos. No se esconden, asumen que tienen un problema.

Las adicciones a drogas y alcohol son muy habituales entre las personas sin hogar. De hecho, mientras estamos allí viendo como les reparten la cena, unos pies sobresalen de una tienda. Ramunas, un joven con unos ojos azules como el cielo, que está hablando con nosotros, coge dos bolsas y se dirige hacia la tienda. Dentro está su compañero. La borrachera le impide articular palabra, mucho menos levantarse. Ramunas le pide que le acompañe a comprar bebida para la cena. Un gruñido sale de la tienda. "Dice que no viene", nos traduce Ramunas.

Magdalena

Cruzamos el campamento atraídos por las miradas curiosas de varias personas hacia una tienda. Un sonido llena el aire. Es el llanto desconsolado de una persona. Carmen y Jaime tratan de hablar con la mujer que está tras la fina tela de la tienda de campaña. Ella llora, no quiere salir, no quiere hablar con nadie, solo quiere llorar en soledad. Lo único que conseguimos averiguar es que su nombre es Magdalena y que le acaban de comunicar que ha fallecido su hija en Bulgaria.

Foto: EVA MÁÑEZ

El llanto de una madre que acaba de perder a su hija y que sabe que no solo no la volverá a ver, sino que siquiera podrá despedirse en su funeral nos traspasa el corazón. Tras varios minutos infructuosos intentando que salga para consolarla, Carmen deja al pie de la tienda una bolsa con comida que sabe que no tomará, pero es lo único que puede hacer. En silencio volvemos hacia la furgoneta. La realidad, una vez más, nos acaba de golpear en el estómago.

A la altura de la furgoneta, y mientras observamos las buganvillas que tan buen rato nos han hecho pasar hace apenas cinco minutos, una frase nos llega cortando el silencio como un cuchillo: "La puta calle, siempre la puta calle".

Nos volvemos y en silencio observamos desde la distancia la tienda del fondo, allí siguen Magdalena y su corazón hecho añicos. La realidad de Magdalena es la misma que viven miles de personas sin hogar en España, una realidad a la que normalmente el ciudadano medio da la espalda, como si no existiera. Pero existe, y tanto que existe.

Félix

Los pies que de la persona que no podía levantarse pertenecen a Félix, que inexplicablemente, unos minutos después no solo se levanta y sale, sino que habla con nosotros tranquilamente. Alcohólico desde hace años, Félix vive en el campamento, aunque a veces pasa temporadas en casa de su hermana. Su primo, que es policía nacional, se pasa de vez en cuando para ver que está bien y "llevarle una cervecera". Félix, junto con Paco, nos explican todo sobre las buganvillas, su jardín particular, en su particular urbanización improvisada.

Foto: EVA MÁÑEZ

Paco nos dice que la historia de Félix es la de muchos, la de miles, la de él. Personas que tenían una vida ‘normal’ y que, por diferentes cuestiones, han terminado en la calle. En su caso trabajaba en un bingo, estaba casado y tenía una casa. Se niega a contestar si tiene hijos, pero su tono le delata. Ahora hace años que no se droga, está con la metadona, pero durante una época el infierno de las drogas fue el epicentro de una espiral que, como en la mayoría de los casos, conduce directamente al infierno.

Finalmente dejamos el asentamiento para trasladarnos frente a la Delegación de Hacienda, en pleno centro de la ciudad. Allí está Víctor, el hombre que fue denunciado por la Policía Nacional por saltarse el confinamiento, y cuya historia publicó Valencia Plaza.

Raquel y Carles

En la cola, dos jóvenes hablan tranquilamente. Son Raquel y Carles. Raquel es la única persona que vemos que tiene casa, pero como cobra solo 390 euros de una pensión por invalidez y paga 300 de alquiler, no puede comprar comida para alimentarse. Por eso, cada noche acude a que Amigos de la Calle le proporcionen algo que echarse al estómago.

Foto: EVA MÁÑEZ

Junto a ella está Carles. Tiene 31 años y salió de la cárcel de Picassent hace unos meses. De hecho debería haber ingresado otra vez, pero el coronavirus lo ha retrasado. Nos cuenta que entre 2009 y principios de 2012 vivió a base de entrar a robar en casas. Le pillaron, y no una sino varias veces. Por eso ha pasado su vida desde 2012 en la cárcel, tan solo con pequeñas salidas, en las que siempre ha vivido en la calle.

Su familia no quiere saber nada de él, tan solo su madre va a visitarlo a la cárcel cada vez que ingresa. "Una madre es una madre", nos dice. "Ella quiere ver que sigo bien". Explica que todavía le quedan por ‘pagar’ los últimos robos que cometió, que aprovecha sus años de cárcel para estudiar. Es más, se ha sacado ya tres títulos de FP. Mientras nos cuenta su vida, nos dice: "Quiero terminar de pagar mi deuda con la sociedad, salir del todo, buscar un trabajo y no volver a la mala vida".

Tras toda una tarde dejamos a Jaime y a Carmen con el final de su ruta. Mientras nos despedimos nos dicen que esperan que este reportaje sirva para que la gente mire con otros ojos a las personas sin hogar. Una frase más que recurrente durante esta pandemia. Subimos al coche y nos alejamos mientras el llanto de Magdalena sigue resonando en nuestras cabezas y corazones.

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