Frente a una obra de arte casi todo quedará por descubrir por mucho que la observemos como aficionados. Frente a centenares todo es un misterio. Llega el “Año Pinazo”, un buen momento para reencontrarse con un artista más que notable que debería servir para valorar su obra pero también para resituar a una brillante generación que pintó nuestro segundo Siglo de Oro
Ya estamos de lleno en el “Año Pinazo”, aunque falte algo de ruido. Abróchense los cinturones quienes disfrutan del arte. Vale la pena lo que se avecina o ya está presente. Hablamos del centenario de la muerte del pintor de Godella, inicio de una modernidad en nuestro ámbito territorial bien reconocida y admitida sin ningún tipo de duda entre aficionados, expertos y coleccionistas, aunque las vanguardias ya fueran haciendo de las suyas en nuestro alrededor geográfico y nuestra burguesía todavía se mantuviera anclada en lo más decimonónico que uno pudiera llegar a imaginar, como a veces parece continuar. Y no me refiero a Pinazo, sino a todo lo que se movía a su alrededor.
Una efeméride, una conmemoración es una gran excusa para resituar y contextualizar un nombre, una obra, un movimiento una etapa de la Historia, una generación. Y eso está muy bien, aunque algunas experiencias como el “Any Jaume I” nos dejara como simple traca final un pasacalle de disfraces valorado en un millón de euros para disfrute bajo la lluvia de nuestros iluminados y cuyo atrezo parece continuar escondido en el baúl de la Piquer.
Pinazo bien que lo merecía. No lo dudo. Es un artista más que interesante. Mucho más de lo que algunos lo han considerado. Atendido también entre los ámbitos artísticos de antes y de hoy. Sólo que algunos tenemos la impresión de que un cambio de signo político también puede significar un movimiento de intereses. Si la derecha más regionalista nos ha dado lo que no está escrito en nombre de Sorolla -parecía que después de él la nada o el abismo artístico y espiritual- miedo da imaginar que Pinazo acabe convertido sin más en el estandarte de la izquierda desatendiendo al mismo tiempo su influencia y presencia artística y social de sus años mas duros. Sería un grave error.
Hasta algunos sugieren que si bien Pinazo podría haber tenido un reconocimiento no sólo delimitado al ámbito local, el ansia por controlar su destino le ha hurtado la posibilidad de contar con un mayor protagonismo en el espectro del arte español. Todo, según cuentan, por las prisas y los miedos a perder personalismo o presencia. Y me refiero al silencio del Museo Prado a la hora de intentar poner una mayor huella frente a otros intereses innecesarios e inexplicables a estas alturas. Pero bueno, eso lo juzgará la Historia.
No voy a negarlo. Soy admirador de Pinazo. Hasta tengo un detalle comprado hace casi treinta años en una subasta en Madrid, como bien sabe Javier Pérez Rojas, comisario y experto en la obra del pintor y al que hay que felicitar por su dedicación y estudio. Por suerte, mi detalle sólo lo comparto con familiares y amigos. Así que, no soy sospechoso de nada. No me mueven intereses externos o añadidos.
"No voy a negarlo. Soy admirador de Pinazo. Hasta tengo un detalle comprado hace casi treinta años en una subasta en Madrid"
También he de reconocer que los intentos por valorar socialmente su obra por parte de los historiadores fue anestesiada. No vendía como Sorolla ni se movía como él. Quizás porque ante sus creaciones había que mirar con detenimiento y al mismo tiempo pensar. Lo de impresionista resulta quizás exagerado, pero aceptable si queremos ser algo chauvinista. Mirar con detenimiento, como ahora algunos lo hacen ahora la obra de El Bosco, gracias a la presión mediática como si se tratara de una novedad de última hora cuando siempre ha estado ahí y no necesitaba que un documental nos devolviera a ciertas obviedades sin profundizar de lleno en las auténticas razones biográficas, filosóficas, iconográficas y personales que simplemente han quedado mínimamente iluminadas, es una prueba que anima a seguir indagando.
Quede claro que siempre me ha interesado la intuición en el arte, el gesto, el atrevimiento y la espontaneidad. El genio artístico es lo importante, aunque no genere beneficios, pero determine carácter. Lo obvio es una evidencia por muy perfecto que resulte aunque políticamente en el arte siempre haya sido un objetivo de concienciación. Todo ello está en Pinazo. Es una personalidad. Como lo estaba en el Sorolla de las pequeñas tablas de rasgo suelto, los esbozos y el gesto, espacios en los que se sentía auténticamente genio al margen de su genialidad. No tanto en la economía que condena a muchos artistas a situarse en la rueda de la fortuna y el simple negocio, como sucede en cualquier disciplina creativa una vez el éxito y el sistema del momento seduzca a la persona o la inteligencia.
Bien está que el “Año Pinazo” -de momento el MuVIM y el IVAM, que siempre ha dado la cara por él, nos muestran dos caras que no hay que perderse- nos vaya a permitir redescubrir a un gran artista o en otros casos simplemente a descubrirlo. Vendrá bien a las nuevas generaciones y quizás a las no tan inexpertas. Pero espero que no signifique un simple fuego de artificio de esos a los que nos solían tener acostumbrados. Es, de momento, una impresión. Si volvemos a la propaganda expositiva, al gesto inmediato o mediático estaremos desgraciadamente en más de lo mismo.
Se van a suceder la exposiciones. Así que tendremos Pinazo para rato. Por ello, creo que Pinazo debería de ser excusa política y cultural para que de una vez por todas nos comprometiéramos con una generación única y eclipsada por simples nombres protegidos o explotados en su día por la burguesía, para ir un poco más allá y poner en auténtico valor a toda una paleta de colores, ideas y formas brillante. Aunque nos contemple más de un siglo. Porque hay mucho más, muchísimo. Existe toda una generación de coetáneos y grandes artistas que está por descubrir socialmente en toda su extensión y profundidad. E incluso por estudiar con mayor detalle. El MuVIM ha querido ofrecer esa pincelada adentrándose también en las primeras décadas del XX y demostrando que todavía hay mucho por mirar. El IVAM confronta su obra con la modernidad de las vanguardias y la contemporaneidad. Un acierto. No se trata de poner pegas.
Si tenemos dos siglos de oro es el propio Siglo de Oro en sí -letras, arquitectura, arte...- y el XIX. Sería interesante que Pinazo sirviera para descorrer el telón de una generación única e inexistente en todo el panorama artístico español, la misma que parece haber estado años olvidada en el Museo San Pío V. A los documentos, catálogos y estudios en profundidad colectivos e individuales me remito. No volvamos a llegar tarde.
Tanto que si la Fundación Bancaixa añora su situación económica o promociona lo privado sin miedo alguno podría haber ayudado a mantener vivo el espíritu del XIX mientras en el San Pío V se acometen sus obras de rehabilitación. Bien podría ser el Museo Benlliure, uno de los espacios más mágicos y desconocidos de la ciudad que el propio Ayuntamiento de Valencia, creo, aún “desconoce” existencia y dependencia, ser también importante parte presencial, que lo es, de toda esa nómina de grandes firmas oscurecidas para un inmenso público por el capricho político de turno. Si es el momento de reivindicar un pasado, que lo sea en toda su extensión. Los simples gestos pasan.
Sólo sirven para lucir momentáneamente. Tenemos un segundo Siglo de Oro casi por redescubrir en mayúsculas: Pla, Fillol, Mongrell, Degrain, Domingo, Navarro Llorens, Martínez Cubells, Benlliure, Salvá, Agrasot, Benedito, Stolz… y muchos otros nombres que se han escapado de las manos por circunstancias diversas y no forman parte de nuestra memoria colectiva más reconocible y próxima. Con Pinazo y Sorolla por delante. Por supuesto. Y como bien reflexiona Pérez Rojas, en pro de una generación que aún no ha desarrollado todo su verdadero espacio específico.
No se lo pierdan y que lo disfruten.
Artistas como Ignacio Pinazo, de origen humilde, y burgueses con un barniz ilustrado hicieron posible, hace un siglo, que Valencia viviera un renacer artístico. Esa ambición se echa en falta hoy en nuestras élites, más preocupadas en salvarse a sí mismas que en el progreso de su ciudad
El artista solo dejó de pintar un año antes de su muerte y sus últimas obras se presentan cojuntamente con los pintores que le sucedieron.