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crítica de concierto

Conmoción en Les Arts con el Beethoven de Manfred Honeck y la OCV

19 de junio de 2021
Palau de Les arts
Sinfonías 1 y 5 de Ludwig Van Beethoven
Orquesta de la Comunitat Valenciana 
Manfred Honeck, director musical
21/06/2021 - 

VALÈNCIA. Nota previa: este concierto sustituye al que debió celebrarse con la Sinfonía Coral de Beethoven en los atriles. El conflicto del Cor de la Generalitat, que ha decidido iniciar una huelga, con aquellos de los que depende su existencia, lo ha hecho imposible. La situación sólo tiene un camino posible: el acuerdo entre las partes y deseo que se produzca cuanto antes. Como consecuencia de ello, el próximo concierto, el Requiem de Verdi con Daniele Gatti en el podio, pende de un hilo. 

Resulta un contrasentido salir con las pulsaciones a mil de un concierto, con ganas de ponerse a escribir las sensaciones que a uno le ha producido lo escuchado, y que con el paso de los minutos se van difuminando, y a la vez percatarse de que hay cierta impostura a la hora de poner negro sobre blanco, lo que resulta casi imposible de escribir y describir, pues lo vivido está cerca de lo inenarrable en el sentido literal del término. Poner palabras que describan una determinada interpretación musical para transmitir de la mejor manera lo sucedido a quienes no asistieron es a veces un imposible por la propia naturaleza del arte musical, y por “dónde” lo logran transportar algunas lecturas. Si ya es complejo describir con palabras un arte tan abstracto como el musical, más si cabe lograr explicar cómo se ha ejecutado ese arte para haber logrado tal conmoción. 

Es más fácil escribir sobre interpretaciones que se mueven en términos de normalidad ya sea un concierto decepcionante, o incluso una magnifica velada, pero dentro de los límites marcados por los márgenes de cierta previsibilidad. Todo se vuelve mucho más complicado cuando un director austriaco, de nombre Manfred Honeck, y de la mano -indispensable- de la inefable Orquesta de la Comunidad Valenciana, nos descubre de nuevo una obra “ignota” para todos como la quinta sinfonía de Beethoven. Hablando en serio, por supuesto que hemos escuchado grandes interpretaciones, algunas en vivo, de esta obra fundamental de la historia de la música, pero lo de este sábado (un suceso que ya se había producido el día anterior) fue algo que se adentra en el terreno de lo difícilmente narrable, porque a uno se le acumulan pensamientos que van más allá de lo puramente técnico. Por ejemplo, la capacidad inagotable que tienen las obras maestras de seguir reescribiéndose y sugiriendo cosas nuevas, siempre que haya quien logre desentrañarlas, porque siempre hay alguien con talento suficiente, para llevarnos más allá cuando parecía imposible. Por ello seguiremos escuchando “nuevas” Pasiones según San Mateo, “nuevas” sinfonías Brucknerianas o nuevos Parsifales. Ello es mucho más complicado, y en muchos casos imposible que acontezca, en obras de poca entidad que agotan sus posibilidades mucho antes. Las grandes obras maestras de la música de hecho han transcurrido por caminos interpretativos inimaginables hasta para los compositores. Muchos nunca han tenido la oportunidad de escuchar en vida “hasta donde” puede llegar lo que dejaron escrito.

Se me ocurren más cosas, pero exceden lo que es la crítica de lo que sucedido en hora y media de música. Hay que señalar que visualmente se pudo apreciar que las magistrales ejecuciones de la primera y quinta beethovenianas fueron resultado de un encuentro feliz entre un director y una orquesta que llevaron la interpretación por territorios similares a ir caminando por el borde de un acantilado. Las grandes interpretaciones tienen su componente de riesgo, afortunadamente todo salió bien y esa tarde la OCV fue la mejor orquesta del mundo. Esa comunión pudo apreciarse en los saludos finales a muchos de los músicos. 

Foto: MIKEL PONCE

Ya antes del descanso Honeck había mostrado sus cartas con una “primera” de enorme impacto, empleando un enorme sonido puramente alemán en la que cada frase tenía sentido. Magistral el Menuetto que se hizo cortísimo y sensacional el comienzo del Finale llevado una gran delicadeza casi en piano.

Desde el punto de vista más o menos objetivo la Quinta de Honeck es la de un director que se encuentra ante una obra definitiva y nos lo quiere contar. Una lectura que siempre va hacia adelante por una pendiente y sin frenos. Sorprende la forma de abordar las cuatro notas al unísono más célebres de la literatura sinfónica. La lentitud con que “lee” la frase, y sus reexposiciones, les dota de una enorme transcendencia filosófica y emocional. No he podido encontrar una interpretación fonográfica que iguale esta forma de abordar este tema, ni siquiera en su versión con la Sinfónica de Pittsburgh tan alabada por la crítica, que es la mas cercana interpretativamente (sobre todo en el movimiento final). Su quinta es de enormes hechuras, contrastes extremos, moderno y de una particularísima lectura rítmica. Puedo hablar de la intervención majestuosa de los metales en el inicio del Allegro que cierra la sinfonía, tras una transición entre los dos movimientos de poner los pelos de punta, o la llamada de las trompas en el tercer movimiento o en este mismo la entrada de la cuerda grave en el inicio de la fuga, de las intervenciones de Joan Enric Lluna en el Andante y en definitiva de todas las maderas. Hablaría del empleo de los portamentos sin complejos, plenamente románticos, en este movimiento, por unas cuerdas absolutamente extraordinarias, pero no servirá de mucho para transmitir muchas de las sensaciones en una tarde para el recuerdo de todos los presentes. 

Honeck había mostrado, ante el cambio de programa, algunas reservas a la interpretación de la Quinta. Una obra temida por los directores por la especial dificultad que reviste, cuando deben interpretarla con una orquesta que todavía no conocen. Cuando el final de la coda dio paso al silencio ya había media sala en pie braveando, y al poco se uniría la otra media. Hay casos, muy pocos, en los que es una necesidad acercarse a los intérpretes abandonando la comodidad del asiento. Es absurdo luchar contra uno mismo y permanecer sentado porque la energía que ha emanado desde el escenario no admite otra cosa. Recuerdo otro momento parecido tras un Pájaro de Fuego de Stravinsky en el Palau de la Música, muchos años ha, con el tristemente desaparecido Mariss Jansons y la Sinfónica de Pittsburg, que casualmente es la orquesta de la que es director musical Honeck. 

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