Tres proyectos valencianos trabajan en la recuperación activa del ‘archivo cultural de los iaios’, en un intento por preservar sus saberes y su memoria en diferentes contenedores culturales. Andrea Parra elabora una tipografía inspirada en la letra de su abuela: Josefa Font; desde Jocs, contes i cançons graban los saberes de los mayores para transformarlos en un documental, y gracias a Botàniques de l’àvia los saberes sobre agricultura están a salvo y se enseñan de nuevo
VALÈNCIA. Las batallitas de los mayores se han convertido en una potencia cultural única. Quienes han sabido ver el arte en estas son los que se encuentran reunidos en este artículo: Andrea Parra, quien elabora una tipografía basada en la letra de las listas de la compra de su abuela Josefa. Por otro lado se encuentra Ulisses Ortiz, encargado de Jocs, contes i cançons, grupo que graba y recopila en formato documental todas las historias que marcaron la infancia de los más mayores. Finalmente se encuentra Marco Ranieri, quien conforma el conjunto de saberes ‘botánicos-afectivos’ tradicionales en Botàniques de l’àvia, a través de encuentros y correspondencia para compartir saberes sobre plantas.
Estos tres proyectos ponen el foco en los mayores que les rodean, valoran sus saberes y los recopilan en un contenedor cultural, que a su vez les permite pasar más tiempo con los protagonistas de los proyectos. En esta intimidad y compañía mutua se desvela algo que ya se sabía antes de comenzar con sus trabajos: queda muchísimo que aprender. Tanto Parra como Ortiz y Ranieri coinciden en que la clave está en la escucha, y desde el amor luchan contra la pérdida de la memoria. En una conversación calmada con Culturplaza desgranan el por qué de sus proyectos y la vida de estos, además de los pequeños relatos de sus verdaderos protagonistas: los ‘iaios’, esos mismos que tal vez empezarían a contarlo todo a través de: “Cuando yo era joven…”
Parra es una joven diseñadora valenciana, que como tal busca la inspiración constantemente en su entorno, y sin querer darse cuenta tomó a su abuela como referencia directa. Lo hizo para un trabajo de su Erasmus en Alemania, en el que tenía que elaborar una tipografía. Confiesa que siempre ha contemplado y guardado las listas de la compra de su abuela Josefa, de 84 años, lo que le inspiró a generar Josefa Font. El ejercicio fue más allá de una simple tarea de clase y decidió darle más mimo y cariño en su TFG, donde podría poner juntas todas las piezas para hacer un homenaje con el que “hacer que la idea viva para siempre” gracias a la tipografía: “Ella lo ve como arte también, creas un vínculo y valoras muy positivamente una cualidad, como en este caso su forma de escribir”. Al final se trata de dar valor a algo que está en el día a día de Josefa, pero a lo que Parra le echa el ojo con una perspectiva creativa, descubriéndole a su vez el mundo del diseño a Josefa: “Yo le enseñaba a mi abuela como yo escribo con el ordenador y aparecen letras que tienen la característica de su letra, y ve cual es la finalidad de todo lo que hacemos. Cuando ve las letras en la pantalla ya tiene el por qué”.
Josefa, la inspiración absoluta de Andrea, creando y consultando sus listas de la compra (Fotos: ANDREA PARRA)
Hasta llegar al tecleo hay mucha historia, una muy clave de inspiración, que obliga a Parra a mejorar constantemente y otra sobre la lucha con la memoria, que no se valora hasta que comienzan las largas tardes de escritura en la cocina de su abuela: “Aprendí que con el paso de los años te olvidas de escribir, había letras que escribía que no eran las que yo le pedía, y hay cosas que cuando no las trabajas no se desarrollan de la misma manera. Al final es un detalle mínimo pero que marca una enorme diferencia”. Esas tardes de trabajo hacían que Josefa se sintiera feliz de formar parte del proyecto con su nombre, inspirado en ella, y sobre el que hablaba a sus amigas en el mercado, y que además les hacía pasar mucho tiempo juntas: “¿Ella cómo se va a quejar de que yo esté en su casa con ella?" comenta Parar divertida, "al final lo que le hacía era escribir mucho las mismas palabras, y ahora se ve todo como un arte”.
El proyecto Jocs, contes i cançons nace en Castelló de la Ribera, de la mano de Ortiz. En este lo que pretendía era generar un archivo visual en el que ir recopilando todas las historias de la gente mayor sobre su infancia, poniendo el foco en averiguar sobre qué cantaban, en qué jugaban y qué cuentos se contaban en ese momento. Para Ortiz la clave es que no se pierda el modelo de “transmisión tradicional”, ya que muchas de las cosas que ellos vivían en aquel entonces no se podrían encontrar ahora por otras vías: “Ahora mismo se usa internet para averiguar esta información, pero hay cosas que si no nos las cuentan desaparecen”, en este caso se refiere por ejemplo a los juegos que no han sobrevivido al boca a boca, o los relatos que se contaban en radios que ya no se pueden sintonizar.
Para hablar de todas estas cosas lo que hay que hacer es darle un valor cultural, y prestar atención a lo que cuentan los mayores, que según Ortiz son los que a través de sus historias explican “lo que somos como sociedad”: “Se nota que valoran que les preguntemos, mucho. Tienen cosas a decir y echan en falta que la gente les pregunte y tenga curiosidad por estos temas”, explica, “además es una forma muy bonita de que recuerden los mejores momentos de cuando eran niños”. Muchos de los participantes en el proyecto miran a la cámara con añoranza, en las calles ya no se puede jugar como antes y eso también tiene un poco de toque de reivindicación, para volver a tener “las cosas como eran antes”: “La reivindicación del juego en la calle tiene mucho valor, los juegos son tradicionales pero se adaptan siempre a su entorno”, explica Ortiz, “temas como el del juego en la calle tienen mucho valor social, al final era una forma clave de juntarse y hacer vida, es algo crucial que cabe reivindicar”.
Ranieri encabeza Botàniques de l’àvia, un proyecto que pretende generar un compendio participativo de “saberes botánicos tradicionales y subalternos” y a su vez un archivo cultural de “lugares botánico-afectivos”. Todo ello con mucho amor, construyendo las historias a través de los saberes de las plantas de los mayores. Ranieri tiene esta idea inspirado por la historia de su bisabuela, que era pastora y curandera, depositaria de saberes acumulados por las mujeres de su familia. Ella siempre le contaba a Ranieri muchas cosas sobre el campo y el conocimiento de los cuidados. A través de la idea de preservar su memoria nace Botàniques de l’àvia, con la idea de recopilar información útil que sobreviva durante generaciones y que se puedan seguir promulgando, con la intención de “recogerlos, conservarlos y retransmitirlos”, que para Ranieri es un paso clave para contribuir a la feminización del conocimiento.Llas personas que quieran participar en la correspondencia botánica y/o informarse sobre los encuentros pueden escribir a botaniquesdelavia@gmail.com, para agrandar la memoria botánica.
“En este caso además, no se trata solamente de conservar, sino recontextualizar estos saberes en el contexto actual de crisis ecológica y de necesaria transición ecosocial. Muchos de estos saberes nos remandan a economías campesinas circulares, y son un recurso valioso para contribuir al cambio de paradigma que necesitamos”, explica Ranieri sobre el proyecto, que habla sobre cómo los mayores pueden enseñar sobre lo que les rodea con una perspectiva diferente: “Se trata a veces de un colectivo poco escuchado, y su perspectiva puede ampliar nuestra perspectiva colectiva”, explica. Finalmente reflexiona sobre cómo el conocimiento nace de aquello compartido, como aprendiendo de unas personas y otras se puede crecer de forma conjunta: “Por lo tanto, el compartir es implícito al generar conocimiento, más cuando se trata de conocimientos comunitarios, como estos, que responden a la necesidad, o al sentimiento, de enfrentarnos a las dificultades de la vida de forma colectiva”.
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