Los días previos a la caída de una de las extremidades del más que centenario y gigante ficus del Parterre, me pilló paginando un polvoriento y amarillo facsímil de Diálogos con Jorge Luis Borges. Tuve que interrumpir la lúcida e interesante lectura por otros motivos que no vienen al caso. El estrecho libro, editado un año después de la guerra de las Malvinas y del Mundial del Naranjito, conversaba con el escritor desde la razón, la imparcialidad y el sentido común. Al brillante Maradona de las letras he de sacarle un pero, detestaba el fútbol.
Exploré un poco los resultados de tal accidente de la naturaleza, lo primero, la información sobre los accidentados, después, los daños al ficus, así lo entiendo yo, y rebusqué entre las editoriales de los diarios de información las responsabilidades políticas. Si las hubiera en todo caso. Llegando a la conclusión que en fechas de aperturismo del nuevo curso escolar, una incipiente carrera de futuro en la ciudad es la de paisajista, arquitecto o crítico urbanístico.
Desde que entró a gobernar el tripartito progresista no han hecho más que brotar estudiantes en la materia. Y eso que tal es la virulencia con que se ataca cualquier modificación de la carátula urbana, que me pregunto el porqué no sé hacía anteriormente con estampas tan dolorosas, el trampantojo del Nou Mestalla, Nazaret, la Zal y un largo etc. ¡Joder con la València bonita!
Y esto no es defender a unos y podar la razón a los contrarios, ya está bien del discurso caduco de clericales vs anticlericales, sino reflexionar sobre la nula imparcialidad de unos y otros. Tras el parón ligero, volví a reiniciar los Diálogos con Borges, viniendo para quedarse entre los terrestres, la muerte, la de la reina Isabel II. En ese momento había circulado los capítulos de las reflexiones de Borges sobre la guerra de las Malvinas. Algo parecido, pero a la inversa, y en nuestro idioma, a lo sucedido en Perejil que por cierto este verano se cumplieron veinte años de aquel incidente internacional.
Aquel conflicto con nuestros vecinos de abajo me cogió en Alfàs del Pi trabajando de compañero un ciudadano marroquí. El colega estaba nacionalizado y fue llevadero ¡Diálogo, diálogo fueron las consignas! Tras el final del reinado busqué en las hemerotecas el papel de dicha mujer en la guerra de las Malvinas, algo parecido al de su homólogo español en el islote de Perejil, pero en sentido contrario.
Hay que recordar que ambos países son colonizadores en su ADN. Saliendo de dudas, no en favor de las monarquías, ni tampoco de los resucitados, sino en busca del diálogo al estilo Borges para una colección otoño-invierno que se prepara caliente, contrario a lo que nos conduce el clima. Pues eso, del ¡Más madera, más madera! No es broma, al ¡Más diálogo, más diálogo, por favor! Releamos a Borges en tiempos de guerra, los estamos, por desgracia.