VALÈNCIA. A partir de hoy el uso de las mascarillas es obligatorio en el supermercado. Cuando voy a entrar sale una adolescente acompañada por un amigo. Responde a una tipología extendida entre las muchachas del extrarradio: brazos tatuados, parte de la cabeza rapada, rímel abundante en los ojos, camiseta y pantalones ajustados. Al salir se ha quitado la mascarilla y la ha tirado a un cubo. Me he quedado mirándola; su amigo también. "¿Por qué la tiras?". "Porque es de usar y tirar", le ha contestado.
El Gobierno patán obligará a llevar mascarillas en los espacios públicos. Al inicio de esta crisis sostenía lo contrario: era innecesario protegerse con ellas. Rectifica lo rectificado. Nadie sabe a qué carta quedarse con estos pandilleros.
Se conocen más informes que demuestran que el Ministerio de Sanidad conocía el riesgo de la expansión del virus mucho antes de que autorizara las manifestaciones feministas del 8-M y el mitin de los palurdos de Vox en Vistalegre. Conocía el riesgo pero no hizo nada. ¿Cómo calificar a unos gobernantes que, pese a ser conscientes del riesgo de propagación de una enfermedad, permanecen pasivos por razones ideológicas y de cálculo político?
Nadie ha aplaudido a las ocho de la tarde. Creo que ayer era el último día para hacerlo. A estas alturas había perdido el sentido.
El señor Ábalos es el Sancho Panza del socialismo celtibérico. Tiene un aire al personaje de Cervantes. Habla de una manera ruda, con una llaneza demasiada llana, para hacerse entender por el más tonto de sus militantes. Sólo le falta contarnos refranes. Ábalos, experto en reunirse con vicetiranas a escondidas, acusa a la presidenta de Madrid de alentar las protestas ciudadanas para forzar la caída del Gobierno. Ojalá se diese esa circunstancia, por el momento lejana.
Con todo, uno nota los nervios del maestrillo de Torrent y el de otros compañeros de gabinete. No todo les iba a resultar tan fácil. Después de diez semanas de encierro es natural que alguna gente demuestre su descontento en la calle. Ellos lo hicieron el 11-M; ahora nos toca a nosotros, y con mayor motivo.
València ha entrado en la fase 1. Por la mañana he paseado por el centro del pueblo. Han reabierto algunos negocios de los que soy cliente, como el concesionario de Juanjo y el centro de lavado de coches que llevan unos paquistaníes o albano-kosovares. La próxima vez les preguntaré de dónde son. Pero la cervecería Richi, donde solía comer, sigue sin dar señales de vida, al igual que el bar El Mosset y la cafetería Cynthia. Esto me preocupa.
Tres de los cuatro bares que he visto abiertos son de chinos. Las terrazas estaban llenas, con la debida distancia de seguridad. Hay actitudes incomprensibles. Aún hay españoles que consumen en negocios chinos después de lo que hemos sufrido por culpa de este virus de mierda. Cada uno es libre de gastarse el dinero donde quiera, faltaría más, pero cuesta aceptar que algunos hayan olvidado que la tiranía china causó este desastre. Y, además, esa tiranía hace negocio con nuestra desgracia vendiéndonos el material sanitario para afrontar una crisis que ella generó. Como dice el refrán, además de cornudos, apaleados.
Si el origen de la pandemia hubiese estado en Marruecos o México, ya se habría constituido un tribunal en Núremberg para juzgar a sus dirigentes, pero como son chinos y nos compran deuda soberana…
En casa la situación sigue sin mejorar pese a mi viaje relámpago del domingo. Los problemas se han repetido hoy. Mi madre no sabe qué hacer y yo tampoco. Siento impotencia y tristeza.
Cierra Discocentro, que llevaba abierta en la calle Ruzafa de València desde 1978. Sus dueños se jubilan. Otra tienda histórica baja la persiana. Lo cuenta mi antigua compañera Laura Garcés. Coincidimos en la sección de Economía de Las Provincias a comienzos de este siglo. Parece una eternidad.
La iglesia del pueblo se disponía a celebrar la primera misa desde el inicio del estado de excepción. En cada banco han puesto unos papeles para indicar dónde se deben sentar los feligreses. Este protocolo de seguridad es innecesario. Si hay un sitio donde uno puede estar seguro es en una iglesia. Casi todas están vacías.
De azote de filesas, gales y bárcenas a cooperador necesario del dictador maniquí. Pedro, ¡con lo que tú has sido!
Ironía, inteligencia, humor, elegancia y descreimiento de sí mismo y del resto. Me han gustado mucho los diarios de Iñaki Uriarte, sobre todo los dos primeros tomos, que abarcan de 1999 a 2008. Después de publicar el primer volumen, que obtuvo excelentes críticas, el autor confiesa que le pudo la responsabilidad, como si le preocupara no defraudar a los lectores y a los críticos. Había perdido la inocencia —y tal vez la frescura— del escritor anónimo. El tercer volumen contiene menos notas. El interés decae, pero aun así lo recomendaría a un amigo lector. Cuando vuelva a Benidorm, lo primero que haré es recordar los elogios que le dedica Uriarte. Los hago míos desde la primera a la última palabra.