VALÈNCIA.- Disfruto tertuliando. Escucho y analizo lo que escupe el resto. No saber de nada y hablar de todo ejercita la sesera. Lo que se cuenta no tiene importancia y la actualidad siempre es recurrente: que si el anarcofascista del coletas va a arruinar el país; que si las mejores anchoas son las de Guillermo; que si esta ciudad es una Valenzuela macetera; que si qué ricas las patatas de Amparín… sentencian. Pues no, donde esté esa anchoa pizzera reseca resalá que no conoce mar o esa SupremdeLux con salsa brbk que se quiten las demás. De lo otro ladran, luego cabalgamos… sentencio.
Fuensanta nació murciana, allá por el cambio de siglo. De jovenzuela la enviaron a trabajar a València por aquello de que el futuro en las grandes ciudades estaba más a mano. Entró en una familia bien como aprendiz de costura y cocinera. El señorito le echó el ojo y lo que pudo y le pagaba por todos esos servicios. Hasta que se enamoraron y matrimoniaron.
A partir de ese momento mi vecina siguió cocinando y cosiendo y lo que pudo, pero ya de gratis. Y también se aficionó a los toros. A las corridas solo va gente que no es buena, pero Fuensanta era una excepción. Los aficionados a la tauromaquia tienen una visión infantil de la muerte. Como ha vivido tan de maravilla, por diez minutos de sufrimiento no pasa nada, sentencian. Esto les parece argumento para justificar su brutalidad. Igual también deberíamos resucitar la guillotina… sentencio.
Siempre es más entretenido hablar primero y pensar después. Se crean situaciones absurdas de las que es difícil salir. Cuando algún tertuliano sabe mucho de algo no volvemos a invitarle. Ni interesa ni entretiene.
El señorito desapareció en la Guerra Civil y mi vecina hizo lo que pudo por encontrarlo. Incluso visitó a una bruja. Esta no le dijo nada del paradero, pero sí que tuviera cuidado porque moriría de una ‘corná’. Ella continuó buscando y también con lo de las corridas.
Mi vecina estuvo en la plaza de la ciudad condal en 1943, donde un colorao llamado Comisario saltó al tendido y se llevó a veinte personas por delante. Un guardia civil que se encontraba en la grada disparó su máuser haciendo caer al cornúpeta, después los espectadores lo remataron a cuchilladas. El proyectil atravesó la cabeza del morlaco e hirió al encargado de la puerta de arrastre ocasionándole fractura de costillas y lesión pulmonar. Fuensanta, que estaba cerca, se llevó algún rasguño. Aun así siguió interesándose por lo de la lidia.
A su esposo lo tuvieron que sacar de la València roja porque era de los rebeldes azules. El plan era sencillo. Pagaba 20.000 pesetas, lo recogían por la noche y lo llevaban a Francia. Una vez allí enviaba una carta diciendo: «pronto estaré con vosotros». Esa era la clave de que estaba a salvo y la orden de que se pagaran los otros 4.000 duros del trato.
La carta se recibió pero él nunca llegó a Francia, puede que ni siquiera a Sagunto. Historias terribles y mafias de la guerra, donde seguro la realidad fue peor de lo que Fuensanta nos contó aquel día de tertulia.
Su nieta intentó averiguar lo ocurrido, llegando incluso a conocer al nieto de quien organizaba aquellos paseos. Le habló de lo bueno que era su abuelo y la cantidad de rebeldes que ayudó a escapar de la zona roja. Igual lo invitamos a la próxima, para que nos cuente, así aprovecho y le meto alguna ‘corná’.
Fuensanta disfrutaba las tertulias. Aquella vez la bruja acertó. Murió por una indigestión de caracoles.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 69 (julio 2020) de la revista Plaza