Hace ya un par de semanas que quise reflejar en esta columna la situación que se estaba viviendo en China a raíz del brote del nuevo tipo de coronavirus, el Covid-19, en Wuhan. Sin embargo preferí esperar un poco ante la evolución que previsiblemente podía producirse a escala global. Se trata de un fenómeno en mutación diaria. Y hoy estamos ante una realidad de la que habla todo el mundo, que se encuentra en el ojo del huracán mediático y que puede llegar a condicionar gravemente nuestras vidas. Se ha pasado de una crisis sanitaria circunscrita a China a un emergencia de salud global. Adicionalmente se está produciendo, en mi opinión, una híper reacción de enormes proporciones que puede tener unos efectos negativos relevantes como veremos más adelante.
Como todas las cuestiones relacionadas con la salud, se trata de una situación que se debe gestionar con la máxima seriedad (no se puede olvidar la preocupante obviedad de que está muriendo gente) pero también desde la responsabilidad y sin caer el alarmismo desbocado y el pánico que constituyen muchas veces inclinaciones naturales de las reacciones humanas y al que también nos puede estar arrastrando el bombardeo constante de los medios de comunicación.
Para hacer frente al Covid-19, se tiene que partir de una idea clara de qué tipo de enfermedad se trata. En este punto, conviene recordar la información que nos han facilitado los expertos médicos. Pero no solo recordar, si no también confiar en dicha información, ¿Qué es lo que sabemos al respecto de este nuevo coronavirus? ¿Cuáles son los hechos? La Organización Mundial de la Salud ha calificado el brote como una situación de emergencia de salud pública habiendo elevado ayer el riesgo de contagio a muy alto y pudiendo llegar a afectar a 2/3 de la población global. El coronavirus (que recibe su nombre por el envoltorio con la forma de una corona que envuelve su núcleo) pertenece a una familia de virus que suele circunscribirse a los animales y solo en contadas ocasiones (se conocen solo siete de esta naturaleza) afecta a los humanos. El nuevo Covid-19 se encuentra entre ellos.
Todavía se ignora su origen aunque la mayoría de las explicaciones apuntan a que se transmitió de algún animal salvaje (murciélago, el extraño pangolín) al ser humano por tratarse de productos de consumo habitual en el mercado de Wuhan. La cuestión es que este Covid-19, se encuentra cercano a tipos de coronavirus especialmente perjudiciales (al ir más allá de lo síntomas propios de un resfriado común) para la salud humana como el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave) y el MERS (Síndrome Respiratorio de Oriente Medio) que fueron causantes de los brotes respectivamente de 2003 y 2012. Este nuevo Covid-19 inquieta especialmente por ignorar su origen, por la rapidez de contagio (análoga a la gripe normal), por no existir vacuna todavía frente al mismo (que es un factor que acelera esa propagación) y, sobre todo, por poder tener consecuencias mortales.
Debemos detenernos en este punto. No estamos ante uno de los coronavirus más mortíferos cuando su índice de mortalidad según coinciden las diferentes fuentes está en alrededor del 2% (frente al 35% del MERS y el 10% del SARS) y los pacientes están sanando. Es cierto que se ensaña especialmente con colectivos vulnerables inmunodeficientes como los ancianos o personas con problemas respiratorios previos graves. A fecha de este sábado el Ministerio de Salud de China confirmó que el número total de muertos ascendía a 2.835 personas mientras que las personas contagiadas eran 79.251. Frente a estos datos el SARS tuvo 775 muertos y 8.000 contagiados y el MERS 858 víctimas y 2.500 infecciones. Por lo tanto es verdad que el Covid-19 es más letal que ambos pero este dato debe ponerse en contexto frente a otras enfermedades con las que convivimos con cierta indiferencia y que sin embargo resultan mucho más letales. Me refiero por ejemplo a la gripe común que en el 2019 motivó cera de 650.000 hospitalizaciones y 61.200 muertos, o las víctimas de la malaria que ascendieron a más de 405.000 o los 140.000 muertos por sarampión (en su mayoría niños menores de 5 años) y todo ello solo durante el 2018 y siendo cifras normales. Lo que pasa es que estás enfermedades se producen en países tropicales y pobres por lo que no son noticia en nuestros países desarrollados.
Lo que acabo de describir son los hechos. De éstos resulta que por supuesto que estamos ante una situación grave y debemos ocuparnos pero en ningún caso caer en el pánico. Por lo tanto, debe prevalecer la responsabilidad, la calma y la proporcionalidad de las reacciones y procedimientos. De lo contrario, como lamentablemente está sucediendo, podemos convertir una crisis sanitaria (que insisto hay que gestionar) en un crisis económica y social de proporciones inmensas.
Ya los datos económicos están resultando especialmente preocupantes. Y cabe concluir tristemente que a fecha de hoy el coronavirus está doblegando a la economía. En el ámbito financiero las bolsas han bajado en todo el mundo siendo la última semana la peor desde 2008 cuando tuvo lugar el colapso de Lehman Brothers, Por su lado el Ibex 35 ha bajado un 11% en solo 5 días, lo que implica un pérdida de cerca de 85.000 millones de euros. En los mercados la desconfianza y la incertidumbre predominan. Debido a la importancia que China ha alcanzado en la actualidad, el impacto en la economía mundial ha resultado mucho mayor que en el pasado. Sobre todo en el ámbito de las cadenas de suministro. En efecto, numerosos sectores industriales en todo el mundo que requieren componentes fabricados en China se está viendo muy afectados por el efecto disruptivo resultante del “cierre” de China durante casi un mes. Teniendo en cuenta que China representa prácticamente el 15,5% de la producción global de bienes y servicios, el impacto está resultando muy negativo. Y es muy difícil, cuando no imposible, sustituir los productos chinos por otros. Al menos sin que dicho cambio no tenga un efecto relevante en el incremento de los costes con su consiguiente consecuencia adversa en la competitividad del producto. Pero no es solo el sector industrial el que está resultando dañado. Otros sectores, como en el caso del turismo, la situación puede ser sangrante. En un momento en el que se están cancelando congresos, viajes, limitando los desplazamientos (incluso dentro de Europa) la situación y los daños empiezan a estar fuera de control. Como muestra muy elocuente, la archiconocida cancelación del Mobile World Congress en Barcelona que ha supuesto pérdidas millonarias. Las grandes compañías aéreas prevén una disminución de su capacidad de hasta el 2% durante el año 2020 y una merma relevante de sus beneficios por la contracción de la actividad.
Resulta destacable la eficiencia, no exenta de su habitual déficit de transparencia, que ha desplegado el gobierno chino para contener exitosamente la epidemia. A ello ha contribuido una reacción ciudadana obediente lo que es consistente con su cultura y con los medios contundentes a los que nos tiene acostumbrados Pekín para imponer el orden. Sin embargo, con su propagación, la percepción en el resto del mundo es precisamente la contraria: de contagio descontrolado y de impotencia de las autoridades para frenar la epidemia.
Ante esta situación solo caben llamamientos a la calma y a la serenidad. Y entender que lo más peligroso, y por encima del coronavirus, son los efectos devastadores del miedo, de la desconfianza y del quebranto que esta situación puede generar en los fundamentos básicos de la convivencia social. Hay elementos de atavismo en estas reacciones y de supervivencia elementales. Las epidemias has devastado periódicamente a la humanidad y ese miedo (fundado sin duda en el pasado) está ahí. Y el miedo es malo porque nos hace tomar las decisiones equivocadas. Siempre. Llegados a este punto conviene recordar la obra maestra de Albert Camus (y sin duda, la más esperanzadora), La Peste. De lectura (o relectura) ahora obligada. Se publicó en 1947 y no ha perdido ni un ápice de su carga simbólica. Una epidemia de peste ha golpeado a la ciudad de Orán, poniéndola en cuarentena en cuanto a las entradas y salidas de sus habitantes y las comunicaciones externas. La peste ha acabado con su actividad económica, con su vida social y, en pocas palabras, con la civilización. Y ha provocado las reacciones más bajas del ser humano: el rechazo al otro, el racismo, la desconfianza, el egoísmo lacerante. Pero también es cierto que frente a esta realidad, al nombrarla, empieza la lucha del hombre común y su indoblegable apuesta por la superación, por la colaboración, por la ayuda al enfermo y la solidaridad que también constituyen las cualidades y la grandeza de la naturaleza humana. Es estos momentos de crisis profunda, que el hombre común da la talla y se convierte en héroe. Estoy seguro que ante la amenaza del coronavirus que puede socavar los cimientos mismos de nuestra convivencia, la reacción que finalmente prevalecerá será precisamente la que ponga en evidencia lo mejor del ser humano y que sabremos estar a la altura de las circunstancias.