VALÈNCIA. Cómo actuar ante una pandemia estaba escrito desde los albores del Islam. Otra cosa es que no lo supiéramos. Entonces, una enfermedad asoló Medina, en la actual Arabia Saudí, y el profeta Muhammad fue muy claro con los fieles: si una epidemia devasta una zona concreta, no vayáis allí, y si estáis dentro, no la abandonéis. El profeta aconsejó a las familias ir a vivir a las montañas para aumentar el distanciamiento con los vecinos. Ese era el confinamiento del siglo VII que ahora practican también familias como la de Mariam Barouni.
Con once años llegó a España y es la primera vez que aquellas enseñanzas son de aplicación. Justo ahora, en mes de Ramadán. Desde su llegada, no ha habido ninguno igual. Mariam vive este mes confinada con su marido, Aziz, y sus tres hijos, Ayman, Omar y Sumaya, de entre cinco y catorce años, y han acogido a su sobrina de 19, Zeynab, estudiante de comunicación audiovisual.
Son las ocho de la tarde de un día cualquiera de Ramadán, en el barrio de Torrefiel, València. Cuando el cielo se apaga, se enciende el fogón en casa de Barouni, convertida ahora la cocina en un auténtico hervidero, un entrar y salir, un hacer familiar de lo más entrañable para romper el ayuno. Desde el amanecer que no comen y el hambre aprieta. Nunca preparar el alimento juntos había tenido tanto sentido.
Este mes es, de corriente, para estar con la familia, pero el confinamiento ha reforzado los vínculos cercanos más que nunca. Ponen la mesa, cocinan, juegan. El menú de hoy: sopa harira marroquí, lasaña y brik tunecinos. Ayer fue tortilla de patata. La batuta y la sartén las lleva nuestra protagonista, pero hay días en las que recaen en Aziz. De alcohol ni hablar, no se puede consumir durante el Ramadán. En su lugar toca zumo de naranja. Zzzzzt. Zzzzzt. Padre e hijo se esmeran en sacar todo el jugo a los frutos, tan valencianos como marroquíes. Exprimen la naranja como exprimen estos tiempos. Juntos.
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Esa es la cena, pero el ayuno se rompe en esta casa con dátiles, queso, nueces y leche. El plato pasa de mano en mano. Va de la cocina al salón, y de vuelta a la cocina. Todo ello, antes de disponerse a la oración. En Ramadán hay cinco oraciones durante el día. El más pequeño extiende pacientemente las alfombras sobre el suelo del comedor, unas al lado de otras, frente al televisor y el router, en dirección a la Meca. Ante ellos, también, un aparador vestido de motivos islámicos.
Y más tarde, ahora sí, es momento de la cena. El ayuno durante el día, por una parte, es "para cultivar el autocontrol y que el cuerpo esté en sintonía con el alma", asegura Mariam, quien explica que cuando el cuerpo no se nutre, "deja espacio para la purificación, la meditación y la reflexión". Es también una forma de empatizar con quien menos tiene. "Sentimos lo que siente el que no puede comer". Obviamente, están exentos de esta obligación los enfermos, las personas mayores, embarazadas, y algunas excepciones más.
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Una de las cosas que no se han podido hacer es visitar a los familiares, costumbre muy arraigada en la cultura musulmana durante el tiempo de Ramadán, como para los cristianos lo es en Navidad. También un Ramadán normal "es acudir a la mezquita, especialmente en el rezo nocturno", explica Mariam. Cuando las estrellas acompañan, los templos acostumbran a continuar recibiendo fieles para consumar otra oración, la sexta de la jornada, bajo el nombre de Tarawih. Ahora, esto es imposible. "Muchas de esas cosas no se han podido hacer este año [...]. Todo se ha redirigido por la salud pública; es un principio del islam: preservar la integridad física y la salud pública", relata la anfitriona.
En la Comunitat Valenciana hay, a día de hoy, 221.000 musulmanes, frente a los 157.000 de hace una década. Y en los últimos días del Ramadán, lo habitual es un gran flujo de personas en los templos y los centros musulmanes. Orando, donando, organizando. La comunidad se activa muy visiblemente para despedir el mes sagrado, el que acababa este sábado 23 de mayo. En el Centro Cultural Islámico de València lo han notado mucho.
"La verdad es que la gente está todo el año esperando el Ramadán, espera con muchísima ansia esos actos espirituales". Habla el imán del Centro, Taha Fathy Ismail Hendy. Recibe a Valencia Plaza en el local de la institución, a la que también pertenece Mariam, y que está sita en el mismo barrio. A él le acompañan, ataviados con mascarilla y guantes, la vicepresienta del Centro, Mar Cantador, y otro encargado del lugar, Abdelkrim Rebboun, quien traduce al imán.
En la persiana que cierra la puerta principal, pegados, dan la bienvenida cuatro comunicados del Centro, en los que piden responsabilidad para cumplir con el confinamiento, y para anunciar que, lamentablemente, el local ha cerrado al público por la pandemia. Tras pasar el umbral de la puerta, a la derecha está la biblioteca. Una habitación envuelta de estanterías, copadas de libros, la mayoría con detalles dorados y relucientes. Sobre el escritorio que preside, una lectura de arraigo, El islam cercano: los moriscos valencianos.
El coronavirus ha sido "un pequeño choque" para los musulmanes, dice el imán por boca de Abdelkrim, y explica, llaves y smartphone sobre la mesa, que "la gente ha sido consciente del peligro y no ha tenido más remedio que esforzarse, quedarse en casa y respetar las normas". "En un Ramadán normal, la gente va a trabajar, mucha gente está fuera porque hace viajes largos", dice Abdelkrim. De ahí que este confinamiento haya permitido a muchos poder disfrutar de un mes sagrado con los suyos: "Durante este tiempo la gente ha descubierto muchas cosas de sus hijos, los niños de sus padres, el hombre de la mujer...".
La vicepresidenta del Centro es una de las que ha sentido este beneficio del recogimiento. "Ha sido un mes muy especial porque los que tenemos hijos y familia siempre vamos a trabajar, a comprar, tatatatata", enfatiza el no parar. Ramadán y confinamiento se han unido este año para facilitar el rezo en familia, cocinar juntos, leer el Corán tranquilamente. Este ha sido un Ramadán "con más calidad" en ese sentido, dice Mar. Lamenta, eso sí, no poder cenar con otras familias, "no poder visitarnos".
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Este fin de semana se pone fin al Ramadán y se celebra el llamado Eid al-Fitr, una jornada de celebración que se inicia con rezos matutinos en la mezquita y luego se rompe el ayuno con un desayuno comunitario. Es un día de júbilo en el que las familias comen juntas y los niños reciben regalos. Otra de las celebraciones musulmanas es el Iftar de la concordia, una gran comida con los vecinos del barrio donde se toman alimentos de muchas nacionalidades. El año pasado participaron unas 600 personas de 19 países distintos. Este año no se podrá hacer.
Pese a encontrarse València en la fase 1 del desconfinamiento, el Centro ha cancelado los actos masivos y ha cerrado también la mezquita. En la noche del sábado, un año normal, habría congregado medio millar de personas, apretadas en uno de los últimos rezos del Ramadán. "Si nosotros abrimos ahora la mezquita, toda la gente va a querer venir a rezar; pensamos que podría ser un foco importante de infección", asegura Mar. La delegación del Gobierno les permite abrir, pero la dirección ha decidido esperar a que finalice toda la liturgia. Todo pese a que hay muchos fieles que preguntan por la reapertura.
- Un día, estábamos repartiendo ayudas y alimentos aquí en el centro y un hombre vino y nos preguntó si podía, al menos, caminar por el pasillo -recuerda la vicepresidenta del Centro, con un aire cómico confidente, señalando a un lado y otro del pasaje-. Entró, llegó hasta ahí y se volvió -ríe.
Mar enseña las instalaciones para comprender la limitación de espacio. Durante la noche del sábado, el centro acostumbra a habilitar "todo" para el rezo. Y todo es todo. Pasillos, salas, aulas, la sala de conferencias, etcétera. 113 personas. Es lo que marca el cartel situado en la entrada de la mezquita, alfombrada hasta el último rincón. Es el aforo máximo. Y la celebración matutina es un evento donde hay "muchos abrazos y besos". Así explican en el Centro esta inclinación por mantener cerradas las instalaciones. "Queremos priorizar la salud y el bienestar", y la gente ha sido comprensiva, dice el imán. Hoy, de las 113 que podrían acomodarse, sólo entra él para mostrar el espacio.
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En el mes de Ramadán, se intensifica la labor social que realiza el Centro todo el año. Habitualmente, en un ejercicio, se da de comer hasta a 6.000 personas. Ahora, durante el mes sagrado, el Centro coordina también, entre otras cosas, el reparto del Zakat, la limosna obligatoria que la práctica musulmana establece para los fieles en Ramadán. La anfitriona inicial asegura que este mes también es el de "alimentar a otras personas que no tienen", un ejercicio que va en la misma línea que el empático ayuno. "Donamos el 2,5% de los ingresos personales", explica, y se hace en base a la renta mínima. Lo mínimo son cinco euros por miembro de la familia. Según el estatus económico, se puede donar más, no hay máximo.
Mariam apunta que "sólo la sacan aquellas que se lo pueden permitir", dado que el mandato religioso sólo pide a las personas aquello que pueden hacer, no más. Eso sí, "el dinero lo ha de sacar el padre, no la mujer", asegura el imán, y no hay por qué darlo a una organización: las familias lo pueden entregar directamente a algún conocido que esté necesitado. Si no es el caso, se acude a una mezquita para ofrecerlo, y desde aquí se distribuye. "Se empieza siempre por los más pobres, y se va escalando. Se saca para todas las personas pobres, sean musulmanas o no". Es, a la postre, según el religioso, "un acto de adoración a Alá".
"Las primeras personas que se han beneficiado del Zakat han sido estas personas que están solas", concreta Mar. Se refiere a immigrantes, la mayoría en situación irregular, que vinieron solos desde sus países sin sus familias. "No solamente están solos, sino que ahora no hay ni trabajo, ni ingresos, ni recursos, ni documentos", asegura: "A través de Whatsapp estamos pendientes de qué necesidades tienen, si tienen problemas con el idioma les ayudamos con las traducciones; les preguntamos cómo están y les hacemos acompañamiento". Incluso se les ha llevado dinero y comida a sus casas, para evitar que tuvieran que salir.
Esta ayuda se ha dado, especialmente, en los primeros días de confinamiento, cuando las restricciones eran más duras."Imagínate, no tienen nada en casa, no pueden salir, no tienen medios", comenta Abdelkrim. "Fue muy, muy, muy duro. Muy duro". Incluso ha habido gente que ha estado tres días sin llevarse nada a la boca, dice Mar.
En general, estas personas suelen vivir en pisos compartidos, con otras musulmanas. "Y al final ellos mismos crean su propia familia". Mar es española y está casada con un senegalés: "No os podéis ni imaginar cómo se pueden llegar a unir y a ayudar sin conocerse absolutamente de nada. Ahora también para compensar esta soledad, esta preocupación y este sufrimiento". Se le ponen los pelos de punta al hablar de ello. Ahora, pasadas las semanas, la situación ha mejorado, coincidiendo con el desconfinamiento y el final del Ramadán. Sin fiesta, con absoluto recogimiento. Un Ramadán histórico.