Santander cuenta con fabulosas playas y parques para correr.
Pero quizás una de las rutas más comunes y atractivas en la capital cántabra es la que lleva desde la playa del Sardinero, espaciosa y concurrida en los meses estivales, hasta la península de la Magdalena, que históricamente servía de control de la bahía de Santander.
La península de la Magdalena fue un regalo de la ciudad al rey Alfonso XIII, que lo utilizó como residencia de veraneo entre 1912 y 1929. En la actualidad, la península es un parque público con una extensión de 24,5 hectáreas, abierto durante el día.
Se trata del pulmón verde por excelencia y uno de los enclaves más privilegiados de la ciudad. Es un espacio natural, rodeado de mar.
Pese a lo pequeño de su tamaño, se pueden realizar distintos recorridos con mayor o menor dificultad, dependiendo de las fuerzas que queramos emplear. Se puede centrar el esfuerzo en la “campa”, el gran espacio central y utilizarla como circuito dándole varias vueltas. Se puede hacer la ruta marcada por la carretera que asciende hasta el Palacio de la Magdalena y desciende por otra vertiente hasta la campa. Se pueden hacer recorridos alternativos eligiendo el lugar que se quiere explorar, o se pueden combinar todas ellas…
En cualquier opción elegida, el ambiente es inmejorable: tranquilidad por la ausencia de vehículos, un encantador bosque de pinos y unas vistas incomparables que hacen de la península un lugar inolvidable.
Durante el recorrido, podemos encontrar la playa de La Magdalena y la playa de Bikini, el monumento a Félix Rodríguez de la Fuente, y hasta un pequeño zoo gratuito, donde se pueden observar patos, pingüinos, leones marinos y focas.
Tampoco hay que perder la ocasión para asomarnos a cualquiera de los miradores naturales de la península de la Magdalena, por ejemplo frente a la isla de Mouro o en la explanada del Palacio.
Otra buena ruta para correr en Santander es dirigirse al Faro de Cabo Mayor desde la playa del Sardinero por la senda de la costa.
La ruta recorre un entorno privilegiado y nos da la posibilidad de conocer otros paisajes litorales de acantilados, verde, mar abierto y rocas por una senda natural de unos diez kilómetros entre ida y vuelta. El itinerario recorre los extraordinarios acantilados de la costa norte de la ciudad y en él se mezclan los viejos monumentos militares, con ecosistemas costeros y un paraje aún libre de cemento y hormigón.
La ruta discurre con el mar Cantábrico a la derecha y atraviesa calas recónditas y llenas de encanto, como la Playa de Mataleñas, hundida a 30 metros y rodeada de escarpados acantilados. La llegada al Faro también está llena de magia. Un camino de tierra nos conduce hasta allí y allí quedaremos colgados sobre el mar en un acantilado que siempre nos sorprenderá.