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encierro cultural / OPINIÓN

Cosas sin importancia

9/04/2020 - 

VALÈNCIA. No hace ni tres meses que C. dio a luz. Lo hizo pocas semanas antes de que se decretara el estado de alarma y después de un embarazo complicado, que la obligó a estar mucho tiempo hospitalizada o en casa reposando. Por suerte todo salió bien. Ahora C. está acompañada siempre de N., una niña con ojos vivos, cara de entender todo lo que pasa a su alrededor y carné de fallera. Entre una cosa y la otra -lo de dar a luz y lo del confinamiento- solo tuvo tiempo de darse algún que otro paseo y disfrazarse de oso en la cabalgata. La niña, no la madre. Y vuelta a la rutina de las cuatro paredes. 

Quedamos para comer. Con una pantalla de por medio, se entiende. Ella, lentejas; yo, macarrones con tomate y queso. Mucho queso. Los primeros minutos de conversación son los de chequeo: qué tal todo, cómo va la familia, el trabajo, etc. Pero hoy C. pasa de puntillas por todas esas cosas porque tiene un asunto más urgente que tratar conmigo. Parece importante. “Escucha”, me dice. Siempre empieza las frases con un “escucha”, salvo si está en mitad de la conversación y lo que quiere es retomar el hilo. Entonces dice: “el caso”. 

Pues el caso es que tiene que teñirse el pelo. Se acerca la cámara del móvil a las raíces con poco pudor. Confirmamos la noticia. Pero, claro, no todo iba a ser tan sencillo: no sabe cuál es su número de tinte porque siempre se lo ponen en la peluquería. Ahora entiendo la gravedad del asunto. Le digo que aproveche y se haga un cambio de look, que apueste todo al rubio, a lo Marilyn, a lo Scarlett, a lo Álvarez de Toledo. Ella me dice que los cojones mariloles, que menudo estropicio iba a ser eso. Yo ya sabía que iba a decir que no, pero me divierte pensar en toda esa gente que se está haciendo cambios de look a base de tutoriales de YouTube. Con ella no cuela. Me explica que intentará buscar uno parecido en el súper pero que no sabe si teñirse todo el pelo o solo las raíces. Yo le digo que todo, que como sea distinto va a parecer un Pokémon. Nos reímos. N., que lleva unos minutos viendo a su madre hablar con una pantalla, algo que le debe parecer de lo más normal, reclama su atención. “Cariño, están hablando los mayores”. Cambiamos de tema, pero ya no me acuerdo. Sería algo sin importancia. 

*

Luego está B., que está aprovechando el confinamiento para ligar por una de esas aplicaciones donde pones que te gusta el cine, pasear y que eres muy amigo de tus amigos, con tan mala pata de que su match es de fuera y solo se puede comunicar con él en inglés. Ella dice que riéndose con ‘h’ no se siente auténtica. Yo la entiendo. Porque no es lo mismo un sonoro jaja que un debilucho haha. Acabáramos. Ni un jiji que un hihi. Sobre todo porque hi en inglés es hola y digo yo que lo primero que haces al conocer a alguien no es reírte en su cara. Eso estaría feo. En lo único que se parecen los dos idiomas es que jeje y hehe están prohibidos. Qué mal rollo. Después de un jeje nunca vino nada bueno. La traca final viene cuando me cuenta que con tanto lío idiomático acabó soltando un ‘hostia’ en mitad de la conversación, que igual te vale en castellano que en valenciano, pero que al chaval de ultramar lo dejó de pasta de boniato.

*

Lo de las aplicaciones para ligar a J., de momento, nada de nada. Él ha decidido ordenar su biblioteca por colores. A mí eso me parece una soberana chorrada, la verdad, además de poco útil. Porque dime tú a mí qué lógica hay en ordenar la estantería por colores, como si fuera un catálogo de Ikea. Hazlo por autores, por géneros, por preferencias… pero, ¿colores? Es que no hay tontería más grande. Por supuesto, no se lo dije. Decir lo que uno piensa todo el rato está sobrevalorado. Con esto hay que tener mucho cuidado en estos tiempos de videollamada, porque un primerísimo primer plano complica mucho eso de mentir. Yo creo que hice un buen trabajo: le dije que ordenar la estantería por colores era una idea fantástica y cambié de tema. Total, a mí que más me da. 

*

Para rematar, me escribe R. Se mudó pocos días antes de que se decretara el estado de ya tú sabes qué y tiene la casa a medio montar. Drama asegurado. A saber, en estos días, ha roto el horno y el wáter. Le digo que no tiene importancia, que tiene otro baño y que el horno ya lo arreglará cuando acabe todo esto. Cómo no va a tener importancia, me dice, si había comprado hojaldre para aprender a hacer no sé qué puñetas. Y, claro, ahí a mí me desmonta. Porque dime tú qué haces con el hojaldre sin horno. Yo qué sé, R., pero mira a ver cuándo caduca, porque dice Pedro que al final nos quedamos en casa hasta el 26 de abril.

Jeje. 

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