VALÈNCIA. Hace algunos años que Coté Escrivá recibió uno de esos e-mails que lo cambian todo. Lo remitía una galería de arte barcelonesa, que se dirigía a él para proponerle organizar su primera exposición. Lo hacía en inglés, eso sí, pues descubrieron su trabajo a través de Instagram y poco sabían de quién se escondía detrás de los dibujos que habían llamado su atención. Resulta que solo estaba a un viaje en Euromed de distancia (que no es poco). “Cuando empecé con Instagram, al principio subía comida o los sitios donde estaba, como todo el mundo, pero me di cuenta de que subiendo los dibujos tenía mucha repercusión. Cuando me quise dar cuenta me estaba dedicando a esto". Él, que en un primer momento había desarrollado su carrera como diseñador gráfico, encontró entonces un espacio de promoción que devino en oportunidad y, después, en éxito. Este punto de partida, que podría ser tomado como una anécdota, no lo es tanto; unos comienzos que son bien representativos de todo lo que el valenciano representa: una barreja de cultura popular, creatividad y conciencia comercial. En esos pilares se sustenta la obra del creador, que mañana viernes abre las puertas de su última exposición, A day in the City, en la galería Pepita Lumier.
Escrivá habla con una sorprendente honestidad sobre el aspecto comercial de su trabajo, un tema tabú en según qué contextos artísticos. “El arte que yo hago sirve para decorar”; “es un poco polémico, pero tienes que vivir de esto”. Estas son algunas de las frases que desliza durante su conversación con Cultur Plaza, en la que no intenta decorar los motivos por los que toma algunas de sus decisiones creativas, un proceso en el que tiene bien presente al cliente final. Fuera caretas. "El término pop tiene connotaciones negativas, parece que se huye del mainstream pero cuando algo se dice que es pop es porque gusta a la gente. No creo que sea algo malo buscar que a la gente le guste tu obra". Tras pasar por distintas agencias y estudios de diseño, Escrivá se lanzó de lleno al mundo de la ilustración, que en estos años le ha llevado a colaborar con grandes compañías como Audi, Amstel, Porcelanosa, Reebok o Nestlé. “Las colaboraciones con empresas son muy guay y quedan muy bien en el curriculum, pero al final ellos te piden que hagas lo que ellos quieren. En las exposiciones puedes hacer lo que realmente te apetece”.
Con la misma honestidad con la que habla de la parte comercial de su producción lo hace de un momento en el que quiere, de una manera consciente, inclinar la balanza al otro lado, dedicando más tiempo a los proyectos personales. "De unos años atrás he hecho más trabajo para marca pero estoy intentando cada vez hacer menos y más de esto [mira a la exposición], que es lo que me llena". La dualidad siempre está presente en su discurso, un relación entre el aspecto creativo y el comercial que por momento se presentan como cómplices y en otros como antónimos. La vida misma. "Tuve una temporada en la que la gente demandaba mucho Mickey Mouse porque al final, como he hecho bastante, la gente quiere tener una obra representativa tuya en su colección. Puede que a largo plazo no sea positivo, porque te puede encasillar".
Hace algo más de un año que se instaló en un nuevo estudio con el que ha dejado de lado la pantalla del ordenador para potenciar la obra ‘hecha a mano’, una fórmula que le satisface más de lo que pensaba. “Es verdad que, en los tiempos que corren, es muy rápido hacer una ilustración a ordenador y reproducciones. Quizá he abusado de eso en el pasado y me he dado cuenta de que esto me gusta más hacerlo, se disfruta más el proceso, dibujar a mano y no estar delante de una pantalla". Es esa “calidez” la que quiere presentar en una exposición formada íntegramente por piezas de nueva producción, que el público podrá ver por primera vez en Pepita Lumier. La colección, en cualquier caso, no renuncia a su sello personal, obra en la que coquetea con referencias al arte urbano, al cómic antiguo y en la que suma nuevos colores a su paleta, una “coctelera” de referencias que forman, en última instancia, la marca Coté Escrivá.
-Lowbrow, pop, arte urbano… ¿con qué términos te sientes cómodo para identificar tu obra?
-Es complicado. El otro día me escribió una chica por Instagram preguntándome cuál era mi estilo para buscar más cosas. Me quedé pensando porque realmente no sabría en qué sitio meterlo, tiene una pizca de esto y de lo otro. Se integra en el lowbrow, tiene cómic vintage, dibujos americanos, arte urbano... es un mejunje propio.
Lo cierto es que para ubicar al valenciano hay que hablar más bien de nombres propios que de movimientos, conexiones que lo vinculan a creadores como Piet Parra, Ron English, Mark Ryder, Gary Baseman o Jason Freeny. Con una obra que bebe de factores externos, dibujos con aire retro, que son a la vez amigables y siniestros, y que podrían etiquetarse como creepy friendly, es casi inevitable que haya que enmarcar su trayectoria más bien en el ámbito internacional. Sus ojos están posados ahora en destinos como Estados Unidos, donde goza de una buena repercusión, y Hong Kong, donde el próximo año participará en una feria de arte y tendrá una nueva exposición individual. Sus próximas aventuras también le llevarán a romper mano en las tres dimensiones, pues tiene pendiente su segunda colaboración con la empresa de Singapur Pobber Toys. Después del éxito del ‘juguete’ de Bart Simpson, próximamente sacará al mercado su propia versión de Astroboy. Le queda pendiente Super Mario Bros, cuenta.
“Ahora hay mucho coleccionismo en el mundo del art-toy, mucha gente adulta que los está comprando, sobre todo en Asia. Hay muchas empresas que quieren producir estos muñecos en colaboración con artistas, lo que me ha dado a conocer mucho entre el público internacional. Se ha abierto una abanico muy grande”. Este supone uno de los extremos de una carrera que empezó jugando a dibujar una fotografía que encontró en la red social Flickr, un primer trabajo ya apartado de su labor como diseñador gráfico que “tiene mucho más en común de lo que se podía esperar” con su obra actual. Ha llovido mucho desde que dejara esa profesión, que califica de “desagradecida”, y se embarcara en una aventura llena de coqueteos, relaciones esporádicas y referencias culturales que encuentran un objetivo común: “Lo que persigo es la completa libertad para hacer lo que me apetezca”. Amén.