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covid-19 / OPINIÓN

Bitácora de un mundo reinventado (día 27º)

2/05/2020 - 

Día del trabajo sin paella gigante. Lo que ha cobrado un tamaño descomunal es la pregunta abierta, ¿qué mundo nos espera después de la pandemia?

Digerimos nuestra ración de incertidumbre y no viene en platito de plástico ni con ráfagas de primavera en los manteles de papel pringados de grasa. No hay celebración en el parque, ni altavoces, ni sillas de pinza que basculen sobre el césped. El silencio llena las plazas del planeta, el puño vibra por las redes. Los sindicatos británicos instan a la gente a que cuelgue un breve vídeo agradeciendo a los trabajadores que han marcado la diferencia. En Cuba se comparten fotos de casas engalanadas para la efeméride. "Más fuertes juntos, pero cada uno por su cuenta", se jalea en Dinamarca. En Yakarta piensan manifestarse y en China incluso amplían un día más la feria que montan por el uno de mayo.

Mi hija y yo cogemos la bici y me siento primer premio sobre el sillín. No soñé con pasear en bici tan pronto. La perra trota al lado con diligencia y las praderas del río se nos ofrecen como una gran celebración. Hace un calor aplastante y la sombra esponjosa nos imanta pronto sobre la hierba. Comemos pipas. Hay un cupo inescapable de pipas por comer en la infancia antes de merecer el carnet de adulto (las cáscaras las recogemos en la mascarilla). La retícula de hojas filtra la luz parpadeante y me embarga una honda gratitud por tener un trabajo. En el mostrador del pan, la hornera me ha contestado que están todos bien y que menos mal que trabajan, así se distraen un poco... Ponía los ojos en blanco para rellenar los puntos suspensivos.  

En el desayuno, mi hijo que es un as en Historia nos ha recordado los obreros que fueron masacrados en Nueva York un uno de mayo de hace más de un siglo. La niña pone ojos de plato al escuchar las condiciones de la primera revolución industrial. Me ahorro la charla de los esclavos que han fabricado su pijama en Indonesia, nos ha preparado un desayuno completo y no se merece una charla.

Foto: ROBER SOLSONA/EP

El sindicato médico está levantado estos días, llena la bandeja del correo con cifras para el revuelo. 35 mil profesionales infectados y 12 mil empleados de residencias. Un 3% en EEUU, un 10 % en Italia y nosotros un 20%, oro en el medallero. Los más castigados se cuentan entre enfermería, y el estrés que manejan se dobla porque reciben órdenes y adolecen del derecho a discutirlas. Acta Sanitaria inunda su página de inicio de batas colgadas: 34 batas que oscilan para siempre en una percha o en el respaldo de una silla, duermen su sueño irreversible; a 22 de abril eran 34 los facultativos muertos.

Desescalamos. Terminan los periodos de contención en casa. El lunes estaremos todos en nuestros puestos e iremos sin conocer la información desglosada de infectados. No se nos dice cómo están las cifras por categorías, por primaria versus hospitalaria, según contrato, según experiencia profesional. Tampoco la comparativa por Comunidades Autónomas. Cómo ha influido la edad, la morbilidad previa, el sexo. Cómo se contratan los refuerzos. La OMS insiste en conocer con precisión la epidemiología pero nosotros debemos seguir en la inopia porque la serología que se nos ha hecho arroja un nivel ridículo de inmunizados. Los sabemos de pasillo. Va de boca en boca. En los chats de equipo no deberíamos preguntar quién sí y quién no, pero se traiciona la intimidad todos los días, cada uno debe someterse al ansia de los compañeros.

Se habla de un pasaporte inmunológico y muchos nos creíamos curados de espanto. No hay ciencia para tal cosa. Las pruebas disponibles no son infalibles todavía. Se desconoce todavía si una persona con anticuerpos es incapaz de infectar a otros. Se pretende que el carnet favorable otorgue privilegios ilimitados a quien lo ostenta cuando no se sabe aún cuánto tiempo circulan las inmunoglobulinas.

Foto: IVÁN TERRÓN/EP

La fantasía es dibujar escenarios limpios y personas limpias. Demasiado cercano a la eugenesia para no sobrecogerse. Una pantalla de metacrilato puede marcar territorios, senderos, pero la foto de tus anticuerpos no abre igual el rebaño.

Aunque las pruebas fueran infalibles, no se puede arrinconar sin empacho al 70% de la población que quedaría fuera de la foto, ¿sin derecho a trabajar? ¿Sin acceso a las fronteras, a las playas, a un sencillo minuto de aliento bajo la sombra fresca en un paseo? En la era de la posverdad, nos habíamos acostumbrado a las falacias de la propaganda. Todo lo que imprime un cambio profundo en nosotros entra despacio, como una marea inadvertida, sin despertar nuestra alerta. Cuando el deseo de que algo sea cierto es tan potente que nos desarma, ya no necesitamos lo verídico. Votamos a quien nos dice lo que deseamos oír. Quien nos seduce con el ingreso en el clan de los limpios, ¿habla desde la ética? ¿Desde la ciencia? ¿O sólo desde nuestro deseo? 

Rosana Corral-Márquez es psiquiatra y escritora

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