Uno de los aspectos que debe caracterizar a los medios de comunicación es su espíritu crítico. Sin embargo, en estos días estoy observando cómo se aceptan las medidas de confinamiento adoptadas por el gobierno de manera prácticamente unánime y con absoluta complacencia. Nada más lejos de mi intención que criticar o descalificar estas medidas, pero resulta llamativa la ausencia de debate cuando existen otras alternativas científicamente válidas y cuyas consecuencias podrían ser menos lesivas para la sociedad.
La toma de decisiones en el diseño de una estrategia para combatir una epidemia/pandemia debe considerar, al menos, tres parámetros: (i) la salud pública; (ii) los recursos sanitarios disponibles; y (iii) las consecuencias socio-económicas que el abordaje elegido puede ocasionar. La estrategia adoptada debe mantener un equilibrio entre estos tres factores para evitar que se produzcan daños irreparables.
Resulta evidente que la estrategia del confinamiento adoptada en nuestro país es efectiva para combatir la transmisión de una enfermedad infecciosa de las características de la causada por el coronavirus. El alejamiento interpersonal en una infección que se transmite persona a persona y a través de secreciones constituye, probablemente, la medida más efectiva desde el punto de vista de la salud pública en ausencia de tratamiento específico o vacuna. Sin embargo, este abordaje conlleva implícitamente una serie de daños socio-económicos difíciles de cuantificar y, además, las consecuencias en salud pública a medio plazo son poco menos que cuestionables y, posiblemente, sólo suponga una solución momentánea.
En el análisis de una enfermedad infecciosa de carácter epidémico resulta fundamental un concepto que, en este caso, se ha echado en falta. Este concepto es el de inmunidad de grupo. Esta inmunidad de grupo se da cuando un número importante de la sociedad ha sufrido la enfermedad, desarrollando algún grado de protección frente ella, lo que hace que actúen como cortafuegos limitando la transmisión. La presencia de una elevada proporción de individuos que ha sufrido la enfermedad y ha desarrollado inmunidad frente a ella dificulta la transmisión del agente infeccioso en la comunidad, debido a la falta de sujetos susceptibles que mantengan la circulación del patógeno y, por tanto, el proceso de transmisión entra en una fase de control. Históricamente se ha podido verificar que una epidemia pasa a estar controlada cuando ha resultado contagiado alrededor de la mitad de la población.
Desde el punto de vista epidemiológico, el confinamiento puede ser útil para reducir la incidencia de la enfermedad, lo cual puede tener una justificación considerando que los recursos sanitarios disponibles son limitados. Sin embargo, esta cuarentena no va a poder prolongarse indefinidamente ni, desgraciadamente, erradicar por completo el virus a nivel local ni global. Ante esta situación, resulta necesario plantearse qué ocurrirá cuando termine este período de confinamiento. En ausencia de inmunidad de grupo, la vuelta a la vida cotidiana, aunque sea de forma progresiva, hace pensar que aparecerán nuevos brotes y, aunque de forma atenuada, se pueda volver a la situación actual. De hecho, en China están reapareciendo los casos de transmisión autóctona en los últimos días.
En este contexto, resulta llamativo que no se hayan incluido en el debate alternativas con un soporte científico diferentes al confinamiento. Esas alternativas, quizás provocarían un efecto menos contundente a corto plazo, pero podrían resultar más efectivas a medio y largo plazo. Las alternativas iniciales propuestas en países como EEUU o Brasil fueron poco menos que ridiculizadas, probablemente debido a las peculiares personalidades de sus jefes de estado. Sin embargo, se ha obviado que otros países como Suecia o los Países Bajos han adoptado medidas bien diferentes al confinamiento, sin que hayan sido sometidas a un debate en los medios de comunicación. Por ejemplo, en Suecia las limitaciones a la circulación de las personas son mucho menos restrictivas que en España.
En este país, se ha cerrado universidades y los colegios para mayores de 16 años, pero la gente sigue trabajando, el transporte público funciona con altas tasas de ocupación, así como bares y otros negocios y tan sólo se ha recomendado que la población permanezca en casa en la medida de lo posible. Esta opción u otras similares han sido tachadas de iniciativas suicidas, o bien se ha llegado a afirmar que se trata de un modo de lucha darwinista frente a la pandemia, basado en la selección natural y que únicamente permitirá la supervivencia de los “más fuertes”. Este análisis peca de superficial y deja de lado las ventajas epidemiológicas que reporta este sistema de lucha contra el coronavirus. En estos análisis se olvida que la iniciativa sueca puede permitir que se genere un estado de inmunidad de grupo que mantenga controlada la transmisión del virus a medio y largo plazo.
Es un hecho evidente que esta infección no afecta en igual medida, al menos en cuanto a patología y mortalidad, a todos los sectores de la población. A pesar de ello, las medidas que se han aplicado en nuestro país son medidas horizontales, afectando de igual manera a todos los sectores de la población, con las nefastas consecuencias socio-económicas que sabemos que esto va a conllevar. En vista de esta situación, no parece descabellado plantear un escenario hipotético en el que las restricciones a la movilidad fueran selectivas, buscando alcanzar una inmunidad de grupo significativa y, simultáneamente, reducir la tensión en centros de salud y minimizar las consecuencias socio-económicas de la pandemia.
Esta alternativa podría mantener las limitaciones de movilidad y protección para los grupos de alto riesgo, siendo mucho menos restrictivos con aquellos sectores en los que la enfermedad no se manifiesta o lo hace de forma leve, lo cual liberaría de tensiones a los centros hospitalarios y las consecuencias socio-económicas serían mucho más livianas. Además, la interacción entre grupos de bajo riesgo permitiría el desarrollo de inmunidad de grupo, limitando la tasa de transmisión de la enfermedad. En estas condiciones, el retorno a la actividad cotidiana de los grupos de alto riesgo sería mucho menos problemático. Evidentemente, esta estrategia no nos libraría de futuros brotes pero, debido a la inmunidad de grupo, éstos serían mucho más atenuados, tanto en la gravedad de la enfermedad como en su tasa de transmisión.
En el momento de escribir este artículo soy plenamente consciente de la dificultad que conlleva abordar una pandemia de este tipo y, ni siquiera, me atrevo a afirmar que la “alternativa sueca”, con modificaciones, sea la más acertada. Sin embargo, sí que considero que hay que reconocer que no hay una única alternativa como se está dejando traslucir en el debate social sobre este asunto y, probablemente, un debate más abierto en el que se barajaran otras opciones que aportaran una visión más global de la cuestión resultaría mucho más enriquecedor y efectivo.
Rafael Toledo Navarro es catedrático de Parasitología de la Universitat de València