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LA CIUDAD Y SUS VICIOS

Crimen en el Carmen: los 'cuarto milenio' que compungieron Valencia en los últimos siglos

Casa del Verdugo (Archivo Personal Rafael Solaz)

Un viaje por ubicaciones donde impactaron historias que sembrando de inquietud la prensa de hace más de cien años

23/01/2016 - 

VALENCIA. 

Calle Manyans

La calle Manyans está entre el territorio de callejuelas renqueantes en torno a la plaza Redonda, desembocando como riachuelo en la atestada San Vicente Mártir. Es lúgubre y sombría, y lo era más porque ocupaba vecindad con los muros de un viejo cementerio. Principios del siglo XIX y allí una barbería regentada por un barbero que para la historia mínima terminaría siendo el barbero del carrer Manyans.

Una mezcla entre la leyenda y los hechos cuenta que los habitantes del barrio la evitaban precavidos porque sabían, porque intuían, que todo aquel que entraba a asearse nunca salía. Eran carne de barbero los visitantes despistados, degollados sin excepción. Pelillos a la mar… Para añadirle vis lúgubre se sostiene que una repostera colindante era la beneficiaria de algunos restos mortales; los empleaba en sus producciones dulces.

Tan escabroso como insólitamente real. Rafael Solaz, que es un bibliófilo rastreando los trasfondos de la ciudad tal que en La Gran Belleza de los libros, encontró buscando los manuscritos de Carsí i Gil, cronista concienzudo del XIX. Allí Carsí cuenta el suceso de Manyans, impacto viral de aquellos días. Lo culmina, cuenta Solaz tocando con sus yemas los papeles, con una frase: “Esto es cierto”. Como un sello lacrado certificando expresamente la verdad del barbero. Ahora el rastro es invisible si uno se pierde a las espaldas de la plaza Redonda. Pero allí existió una barbería y una repostería de la que nunca se salía…

Plaza de l’Espart

Cerca de allí, a las espaldas esta vez de la plaza del Tossal, otra plaza, la de l’Espart. La ciudad vieja desencadenada llamando a la puerta. En el número 5, y en 1915, un casón comenzó a hacer ruidos. Golpes y golpes, golpetazos entre los muros. Se escuchaban en los alrededores. La prensa la bautizó como la Casa de los Ruidos. Los técnicos municipales acudieron en nada para revisar el edificio. Pero seguía el soroll, cuentan los periódicos. Hasta que pocos días después desapareció.

Dos décadas más tarde regresaron. Rafa Solaz rememora los canturreos que terminaron formándose: “En la plaza del Esparto, cierta casa en moda está porque allí dan muchos golpes y se ignora quién los da… ¡Y a saber que será!”. Pero otra vez callaron.

Solaz seguía hace unos años el rastro del edificio para un programa de Canal Nou. Llamó a la puerta y le atendió una señora que llevaba muchos años viviendo allí. No conocía las noticias de su casa. Cuando se iban a marchar la señora hizo una pausa (dramática) y añadió: “sé que en esta casa aquí no estoy sola”. El cámara pidió que siguieran grabando.

Casa de los Ruidos (Archivo Personal Rafael Solaz)

El Micalet

El Carmen definitivamente fue nuestro Times Square de cabecera. Por eso de allí emergen gran parte de las historias más crujientes. Mediados del XIX. Y otra vez las páginas manchadas de tinta dando cuenta. Solaz sostiene el manuscrito de lo que viene ahora. Una joven, hija de una familia reconocida en la ciutat, ha caído desde lo alto del Micalet, nuestro Chrysler Building.

Las crónicas impresas dan cuenta de la desgracia. Apuntan más: la chica se lanzó de la torre. Era una acción tan premeditada que se había cosido la falda con imperdibles para sujetarla y que al caer no se le vieran las piernas.

Tranvía desde la plaza de toros

La hemeroteca se detiene en una fecha: 27 de enero de 1913. Es uno de los casos que más impresionan a Solaz. La historia rebotó entre toda los estamentos valencianos. En la sección III una madre ha desenterrado a su hija. La niña se llamaba Conchita Ramírez Martínez y había muerto de meningitis algunas semanas antes. Su madre, Vicenta, iba al cementerio desconsolada e incluso había intentado suicidarse lanzándose a las vías.

Junto a la plaza de toros Vicenta se sube al tranvía cargando un bulto cubierto por mantas. Los pasajeros, alertados por el olor fatal, le preguntan a Vicenta qué lleva. Niega el gesto y continúa el trayecto. Los pasajeros, en una de las paradas, la obligan a apearse y avisan a una pareja de guardias. Llevaba a su hija. Mientras la procesan solo explica que la desenterró porque era suya.

Cementerio de la niña (Archivo Personal Rafael Solaz)

Calle Angosta de la Compañía

Cerca de la plaza del Doctor Collado, una de esas calles cuyo nombre, irrebatible lleva todo un viaje entre el tiempo, Calle Angosta de la Compañía, vivía Manolet, Manuel Marco de las Mulas, el último verdugo, a unos pasos andando de la horca en el Mercado Central. La casa, cerrada a cal y canto, es testigo ciego de una era de ahorcados.

El recuerdo de Manolet viró en inesperado destino hacia la buena suerte. La espiritual Tía Toneta, personaje masivo de los años 30 valenciano, decía tener -me rememora Solaz- su rosario, el rosario del verdugo, todo un presagio de buena suerte para las embarazadas que se acercaban a Toneta en masa. La vida y la muerte, a veces, se tocan.

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