Hoy es 7 de octubre
Así lo recoge un informe de la Universidad de Virginia, que amplía el conjunto de datos bajo criterios sostenibles, medioambientales y gobierno corporativo
MADRID. Un nuevo análisis respalda nuestra opinión de que las empresas que descuidan a las partes interesadas suponen mayores riesgos para los inversores. Hemos escrito mucho sobre nuestro concepto de 'karma corporativo', es decir, la idea de que lo que va y vuelve en relación con la forma en que las empresas tratan a sus grupos de interés. Desde el comienzo de la pandemia, hemos escrito sobre nuestra creencia de que está surgiendo un nuevo contrato social, especialmente en relación con el trato que los empresarios dan a sus empleados, y hemos mostrado cómo es posible que las empresas logren equilibrar las necesidades de todas las partes interesadas.
También hemos analizado el apoyo que prestan las empresas a sus grupos de interés. Sobre todo, hemos intentado destacar por qué el karma corporativo es crucial para la rentabilidad de las inversiones. Las empresas que cuidan de sus grupos de interés son menos propensas a sufrir conflictos como boicots de clientes, huelgas y paros, litigios, regulaciones, accidentes medioambientales o laborales. Esto implica un perfil de menor riesgo para una cartera.
Las controversias son difíciles de estudiar desde un punto de vista empírico porque episodios que acaparan titulares como el 'dieselgate' de Volkswagen o el escándalo de esclavitud moderna de BooHoo en 2020 son, afortunadamente, bastante raros. Pero un nuevo documento de la Universidad de Virginia amplía el conjunto de datos analizando incidentes ASG como los daños medioambientales, la discriminación, los problemas de salud y seguridad en el trabajo, las relaciones conflictivas con las comunidades locales y las prácticas anticompetitivas. En la década de 2007 a 2017 se produjeron hasta 80.000 incidentes de este tipo entre las empresas estadounidenses que cotizan en bolsa. El autor del artículo encuentra una clara relación entre el número de incidentes del pasado y los futuros resultados financieros y bursátiles.
Una cartera de valores con un alto índice de incidentes medioambientales, sociales y de gobernanza (ASG) obtuvo menores beneficios y tuvo una rentabilidad inferior a la del mercado en general, en torno al 3,5% anual, incluso teniendo en cuenta la exposición al sector y otros factores de riesgo. El modelo también se confirmó para los datos fuera de la muestra en los mercados europeos, donde una cartera similar habría tenido una rentabilidad anual un 2,5% inferior.
Incluso los incidentes relativamente menores pueden ser indicativos de controles internos ineficientes o de problemas con la cultura corporativa. Por lo tanto, es probable que las mismas empresas experimenten más eventos de este tipo en el futuro. Nadie prevé nunca una controversia, por lo que los analistas tienden a sobrestimar el poder de los beneficios sostenibles de las empresas propensas a los incidentes. Esto da lugar a revisiones negativas de los beneficios y a rentabilidades inferiores en el futuro. Además, los analistas tienden a pasar por alto los incidentes menores, por lo que es más probable que los grandes les sorprendan.
El autor cita el ejemplo de BP, que, antes de que el vertido de Deepwater Horizon en 2010 destruyera el 50% del valor de la empresa entre abril y finales de junio, ya acumulaba un largo historial de incidentes medioambientales y de seguridad. Hasta Deepwater Horizon, éstos no habían tenido un impacto material en el precio de las acciones. Aunque los incidentes sigan siendo pequeños, con el tiempo pueden minar la reputación de una empresa y la confianza de sus clientes, trabajadores e inversores.
A pesar del creciente interés por la inversión sostenible, los mercados financieros siguen sin valorar correctamente la información medioambiental, social o de gobernanza (ASG), sobre todo cuando no hay una implicación clara en los beneficios a corto plazo. El autor atribuye esta situación a la "teoría de la atención limitada", según la cual los inversores tienen más facilidad para absorber información destacada y fácilmente procesable. Además, el autor encuentra una relación mucho más fuerte entre los incidentes y la evolución de las calificaciones ASG de terceros, que agregan cientos de puntos de datos en una sola puntuación o calificación.
Esto demuestra el valor de hacer nuestros propios deberes. Tenemos que averiguar lo que los datos históricos y los incidentes pueden decirnos sobre la cultura o los controles de una empresa, en lugar de limitarse a poner números en un algoritmo. Los valores con una mayor proporción de inversores de corto plazo experimentaron reacciones más negativas a los incidentes, presumiblemente porque estos inversores estaban menos centrados en las implicaciones del historial ASG de una empresa en su poder de ganancias a largo plazo. Los inversores a largo plazo parecieron anticipar mejor los futuros conflictos y vender los valores de alto riesgo.
Esto nos dice que, al evaluar los conflictos menores o mayores, deberíamos centrarnos en la causa principal más que en la causa inmediata. Por ejemplo, los detalles de la retirada de un producto importan menos que si indican una cultura de búsqueda del crecimiento a expensas del control de calidad. Tras una controversia, debemos exigir a las empresas que demuestren qué han cambiado para evitar nuevos incidentes, y exigirles que rindan cuentas.
Y creemos que, al construir una cartera de inversión, las empresas clasificadas como 'en proceso de mejora' deberían, en igualdad de condiciones, tener una menor ponderación para reflejar su mayor perfil de riesgo y la mayor incertidumbre sobre el potencial de los beneficios a largo plazo.
Katherine Davidson es gestora de renta variable global e internacional de Schroders