Rajoy asegura lo suyo, Sánchez da sensación de quiero y no puedo e Iglesias juega con su posición en los sondeos para tender la mano al PSOE y evitar el choque
VALENCIA. El debate a cuatro con menos debate posible se celebró en la noche de este lunes con un formato absolutamente encorsetado que convirtió el encuentro de candidatos a la Presidencia del Gobierno en una ronda de intervenciones que evitó los apuros para ninguno de los aspirantes. Todos tenían la capacidad para escapar vivos bajo este tipo de contienda, algo que benefició notablemente al presidente del Gobierno en funciones y líder del PP, Mariano Rajoy.
[La corrupción, única mención a la Comunitat Valenciana en el debate]
En cualquier caso, el vencedor del debate fue el representante de Ciudadanos, Albert Rivera. Último de los cuatro en las encuestas, libre de marca, fue el que más vehemencia y desparpajo puso en sus intervenciones. Al contrario que en el debate del 20D, se le vio más tranquilo y con la determinación de quien no tiene nada que perder. Así, si bien en un inicio se le vio algo complaciente con Mariano Rajoy, en la segunda parte tuvo uno de los pocos enganchones de la cita precisamente con el líder del PP a cuenta de la corrupción y de la elección de los órganos judiciales.
En cierta medida, Rivera respetó el acuerdo alcanzado con el socialista Pedro Sánchez en la fallida investidura, siendo el único líder al que apenas atacó para, por contra, atizar al candidato de Podemos, Pablo Iglesias, en cada una de las intervenciones. Por lo demás, se mostró seguro y con buen discurso en cuestiones económicas y de empleo, especialmente sobre autónomos, con su tono propositivo habitual y beneficiándose del nulo cuerpo a cuerpo del formato. Eso le envalentonó para lanzar algunos dardos acertados a Rajoy e Iglesias.
El líder de la formación morada, por su parte, estuvo desconocido sobre todo en la primera parte del encuentro, interpretando un papel de 'Bambi' de la política, por otro lado absolutamente estudiado, fruto de la oposición que le otorgan actualmente los sondeos. Segundo por delante del PSOE. Seguramente esa fue la causa por la que el habitualmente aguerrido orador se transformó en un político sorprendentemente paciente e institucional, que se encargó de encajar como buen fajador casi todos los golpes que recibió poniendo la otra mejilla.
Sólo en una ocasión saltó para enfrentarse a Rivera acerca de las cantidades percibidas por la Fundación Ceps por parte del Gobierno de Maduro así como para defender a Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero cuando fueron puestos en la picota por Pedro Sánchez al mencionarse las puertas giratorias. Curiosamente, fue la única vez que Venezuela salió en el debate, a diferencia de Grecia, que fue usada para atacar al líder de Podemos hasta en una decena de ocasiones.
Precisamente, casi el único dardo de calado protagonizado por Iglesias en dirección al PSOE se produjo cuando citó a todos los históricos socialistas que han terminado en consejos de administración de las grandes empresas. Un alegato contra las puertas giratorias que ya realizó en el debate del 20D. Por lo demás, indiferencia ante la mayoría de ataques de Rivera y rostro afligido cada vez que Sánchez le acusaba de “haber impedido el cambio”, “situarse en el extremo”, o “ser lo mismo que Rajoy”. “El rival es Rajoy, Pedro, te equivocas de enemigo...”, llegó a murmurar visiblemente apenado -quizá no tanto- ante los reiterados ataques del socialista.
Ahora bien, el líder de Podemos se encargó de manifestar en reiteradas ocasiones su disposición a pactar con el PSOE porque, a su juicio, solo hay dos opciones: “O un gobierno de Rajoy o un gobierno de cambio con los socialistas y Podemos”. Ahí hizo daño Iglesias, insistiendo que Sánchez y Rivera se posicionaran sobre los pactos postelectorales: el líder del PSOE, tiró bomba de humo y el presidente de C's hizo lo propio pero, en estado de gracia, lo ejecutó con mayor elegancia.
Por su parte, Pedro Sánchez no tuvo su noche. Insistió en su particular guerra con Podemos, tratando de hacerse espacio a codazos entre “los dos extremos” -señalando a Rajoy e Iglesias-, un claro síntoma de cuánto está incomodando al PSOE la polarización de la campaña. No atacó a Rivera y se preocupó, como misión principal, de recordar en repetidas ocasiones que Podemos no quiso apoyarle. Un discurso que no apunta a hacer mella en los votantes que confiaron para el 20D en la formación morada -según las encuestas- y que quizá tampoco termina de agradar a algunos votantes prestados de su partido que no terminaron de apreciar su pacto con Ciudadanos. El tiempo lo dirá, si bien la sensación es que Sánchez no terminó de ser protagonista en ningún momento de la contienda y, más complicado aún, cerró el encuentro sin conseguir transmitir ilusión ni demasiada credibilidad.
En cuanto a Rajoy, fue a lo suyo. A sus votantes, principalmente. El bloque económico, con su insistente promesa de los nuevos dos millones de empleos, benefició su tono presidencialista y, cuando llegó la parte dura de la corrupción, el formato le permitió contener los ataques. El líder del PP, no estuvo brillante -no es brillante-, pero sí demostró suficiente solidez para no salir derrotado. Se le vio cómodo en algún rifirrafe con Sánchez, posiblemente por que es un lance político sobre el que tiene mayor control que cuando le toca lidiar con las formaciones emergentes sin mochila a su espalda. Con todo, Rajoy probablemente no decepcionó a ninguno de sus votantes y salió relativamente bien parado del debate.