VALÈNCIA. Más allá de las tragedias personales que de forma irremediable acontecen en los conflictos bélicos, la manifestación más devastadora del fracaso de la palabra en pos del recurso indiscriminado a la fuerza, no podemos olvidar que el patrimonio cultural es también un objetivo de esa destrucción. De forma directa y premeditada en algunos casos por los actos dirigidos a su eliminación al encerrar un mensaje representativo bien político, bien religioso del bando contrario, y colateral siempre, por el carácter indiscriminado de toda guerra. Pocos lugares en la vieja Europa pueden presumir de no haber sufrido en algún momento histórico la amputación parcial o total en su patrimonio como consecuencia de ello. València no es una excepción y dos son los trágicos momentos, en la era moderna, que le afectaron especialmente y de forma directa, provocando heridas, en algunos casos irreparables sobre su patrimonio: la Guerra de la Independencia a principios del siglo XIX y la Guerra Civil en la década de los treinta del siglo pasado.
Cuando un valenciano hace de cicerone, orgulloso, por su ciudad, una cita obligada en el recorrido son las imponentes torres o puerta de Quart. Si el curioso visitante no se adelanta y lo pregunta, es obligado sacar a colación la explicación que encierran esos agujeros que de forma anárquica y en todos los tamaños, como si se tratara de carcoma en la piedra, horadan por la parte que mira extramuros de la ciudad, sin atravesar, los gruesos muros de mampostería de los que presumen las torres que daban acceso a la ciudad por el Oeste de la ciudad. El valenciano suele saberse la lección y explica que se trata de los impactos de la artillería napoleónica con ocasión de la Guerra de la Independencia. Pero no sólo: también algunos de estos provienen de la artillería con ocasión de la llamada Revolución Cantonal de 1873 en la que las tropas del General Martínez Campos se empeñaron con la obra de Pere Compte. Son más de 130 los impactos de los cañones y, creo que, de forma acertada, no se optó por su reparación en la más reciente restauración de las torres y mantener las cicatrices de la guerra visibles.
Fue entonces, durante la invasión francesa, cuando aconteció el derribo completo del gran Palacio Real, cuyo origen se remonta al siglo XI y fue ampliándose hasta el XVII. Una de las grandes tragedias patrimoniales de nuestra ciudad. Emplazado el palacio extramuros, en lo que ahora es el inicio la calle General Elio, lo que sí sabemos a ciencia cierta es que lejos de que el desastre lo protagonizara el enemigo, lo hicimos nosotros mismos, los valencianos, para, al parecer, evitar que el ejército francés lo empleara como bastión al otro lado del Turia y poder más fácilmente asediar la ciudad. Todo devino un gran error, más allá de la barbaridad patrimonial que supuso, ya que el ataque y entrada se produjo por otro lado de la muralla y su destrucción no sirvió para nada.
La Guerra Civil española además de los daños colaterales producidos por bombardeos de unos y otros, fue el contexto histórico en el que se produjo una gran destrucción sobre el patrimonio religioso por parte de las milicias republicanas. Iglesias y conventos fueron saqueados y muchos de los símbolos en forma de obras pictóricas, tallas y decoración de iconografía religiosa destruidas o arrojadas a la pira en muchos de los casos. Lo mismo sucedió con buena parte de la documentación de las parroquias y patrimonio bibliográfico. El patrimonio mueble de muchas iglesias fue pasto de las llamas: La catedral y muchas de sus tablas góticas (afortunadamente recuperadas muchas de ellas, hace un par de décadas, por la profesora María Gómez en una titánica labor) y su biblioteca, los Santos Juanes ardió durante varios días resultando gravísimamente dañados los frescos de Palomino que hoy se encuentran en proceso de recuperación después de una desafortunada intervención en el siglo XX, o Santa Catalina, que estuvo muy cerca de ser tirada abajo como consecuencia de los daños de toda índole que sufría. Otros se salvaron in extremis como San Nicolás gracias a que allí estuvo trabajando como restaurador José Renau padre del gran cartelista Josep Renau, o el Patriarca que una vez más fue un lugar “al margen de todo”. En aquel contexto también hay que decir que el gobierno de la República en una gran tarea de salvaguarda del patrimonio de todos los españoles, puso a salvo la mayor parte de los cuadros del museo del Prado y las joyas de la Biblioteca Nacional, que fueron trasladados inicialmente a València por carretera para permanecer bajo la protección de los pétreos muros de las torres de Serranos y de la iglesia del Patriarca. Una gran cantidad de sacos de paja de arroz fueron empleados para amortiguar cualquier ataque.
No conozco personalmente Odesa, la ciudad balneario ucraniana bañada por el mar Negro, pero por las imágenes que nos llegan me da la sensación de ser una preciosa y relajada urbe, algo más populosa que València, cargada de arquitectura señorial del siglo XIX y principios del XX, con museos y teatro de la ópera en un contexto de enorme riqueza musical. Un lugar monumental amenazado por los obuses rusos y cuyo patrimonio ha sido protegido por los ciudadanos y el ejercito a base de, literalmente, enterrar con sacos terreros fachadas y esculturas públicas con el fin de evitar en la medida de lo posible impactos directos de los misiles y la artillería, así como la onda expansiva. Son imágenes que nunca imaginamos que veríamos, de nuevo, en Europa. Como decía al principio, por supuesto que la tragedia humana que conllevaría un bombardeo y asedio de la ciudad sería insoportable, pero no podemos dejar a un lado lo que supone para el patrimonio cultural. Puestos a abandonarnos al pesimismo un conflicto a gran escala en nuestro continente, si tenemos en cuenta el poder destructivo de las armas que hoy se emplean, tal como henos visto, prácticamente en directo, en ciudades como Mauriopol, la catástrofe cultural estaría más que asegurada. Me temo que es algo imposible, si atendemos a los veintiún siglos de nuestra era más otros tantos de la anterior, renunciar a explicar cómo es el mundo actual en función de las guerras, porque estaríamos falseando la historia: nuestras ciudades y pueblos son en buena parte así, por lo que se ha destruido, pero nunca debemos renunciar a creer en un mundo en que las guerras sean hechos que quedaron en el pasado.
Los Arcos de Alpuente es considerado Yacimiento Arqueológico y declarado Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Monumento