Llevamos ya más de un mes de confinamiento. Seguro que a muchos les habrá parecido un año. Para otros, entre los que me encuentro, este mes se me ha pasado volando. ¿Por qué tenemos sensaciones tan distintas viviendo las mismas circunstancias? Porque gestionamos de modo diferente nuestros pensamientos y nuestras emociones. Por eso, desde mi experiencia de más de veinticinco años como profesor de oratoria, he reflexionado estos días sobre la enorme importancia que tiene saber gestionar nuestras actitudes.
Entre las más de diez mil personas que he formado en estos veinticinco años, una gran mayoría tenían miedo a hablar en público; en mayor o menor grado, pero muchos de ellos lo tenían. Por tanto, para enseñarles cómo pueden llegar a ser unos buenos oradores, lo primero que procuro es que consigan superar ese miedo a exponer sus ideas en voz alta delante de un grupo de personas más o menos numeroso.
Como digo siempre en mis cursos y en mis conferencias y talleres: “Yo no voy de psicólogo barato” y, ni mucho menos, de psicólogo pretencioso e impostor. No. Respeto demasiado esa maravillosa profesión como para invadirla expresando en mis clases cuatro lugares comunes o incluso alguna estupidez sobre la materia.
Cuando en alguno de mis cursos o de mis conferencias se encuentra presente algún psicólogo, le invito a que, si digo alguna inexactitud o alguna tontería, me la corrija sin dudar porque sé que eso me ayudará a mejorar y a cumplir uno de los grandes principios que siempre he procurado seguir en mi vida como periodista: la búsqueda de la verdad, el respeto a la verdad, el amor a la verdad.
Todo lo anterior lo he escrito con la más sana intención de justificar mi pretensión de introducirme en estos complicados y apasionantes terrenos de la mente humana. Y una vez aclarado, vuelvo a la idea que he plasmado en el primer párrafo de este artículo con la intención de desarrollarla y concretarla en unos pocos, pero confío que útiles, consejos prácticos para superar el miedo al coronavirus, que afecta a tantas personas.
En nuestro cerebro se generan cada día miles de pensamientos. Muchos de ellos pasan fugaces, sin que les prestemos apenas atención; pero algunos de ellos iluminan nuestra mente generando una idea. Es como una luz que se enciende. Esa luz puede ser una débil bombilla que ilumina nuestro entendimiento. Podemos desecharla, con lo que apagamos la bombilla. Pero podemos considerarla, reflexionarla, analizarla y darle espacio en nuestra mente, con lo que esa luz se irá haciendo potente; tanto más potente cuanto más tiempo le permitamos que ilumine nuestro entendimiento.
Esa luz, ese pensamiento, si no nos es indiferente por intrascendente, puede generar una emoción: de tristeza, de alegría o felicidad, de miedo, de ira, de sorpresa o de asco, que son las emociones básicas.
La emoción es una luz instantánea, de poca duración, pero potente. Si la dejas que arraigue en tu mente, dejará paso a un sentimiento. Y ese sentimiento es una luz menos potente pero más permanente que la emoción.
El sentimiento genera una determinada actitud, una predisposición, que nos lleva a tomar una decisión. Y la decisión que hemos tomado nos lleva a poner en marcha unas ciertas acciones que nos parecen las adecuadas y que son el final de ese proceso mental que se ha originado a partir de un determinado pensamiento. Por tanto, si tienes pensamientos negativos terminarás ejecutando acciones negativas. Por el contrario, si esos pensamientos son positivos también lo serán las acciones que finalmente acometas.
A partir del pensamiento: “El coronavirus puede matarme”, en nuestra mente puede generarse una emoción de miedo. Es lógico. En muchas personas seguro que ocurre esto. Ese miedo puede ser paralizante porque barre y elimina nuestra capacidad de reacción frente a él. Si la idea se convierte en obsesiva puede dejar paso al terror, éste al pánico y el pánico, a su vez, a la paranoia o idea delirante: “voy a morir, voy a morir, voy a morir…”, aunque esta idea no resulta una fantasía en este caso, sino que, por desgracia, tiene ciertas probabilidades de cumplirse.
Pero ese pensamiento negativo de ver el coronavirus como un verdadero asesino, que provoca el miedo inicial, puedes acompañarlo inmediatamente de otro pensamiento positivo que lo corrige: “Tengo medios para defenderme de él y voy a ponerlos en práctica”.
Este pensamiento atenúa, disminuye, si no elimina del todo, el miedo inicial, generando sentimientos de seguridad, tranquilidad y confianza. En este caso, tu actitud será positiva y, por tanto, proactiva, lo que te llevará a tomar decisiones para poner en práctica los consejos de las autoridades sanitarias: respetar el confinamiento, cuidar la higiene de las manos, mantener las distancias mínimas respecto de otras personas… Y eso es la proactividad: poner los medios que están a nuestro alcance para evitar que suceda lo que nos perjudica o para conseguir que ocurra aquello que nos beneficia. Esta actitud, sin duda, te proveerá de una estabilidad emocional frente al enemigo del coronavirus.
En estas semanas se habla mucho de la “resiliencia” porque es una capacidad que tenemos todos los seres humanos, o sea, una actitud, que nos ayuda a superar con espíritu positivo cualquier desgracia que nos ocurra, sin dejarnos arrastrar por el desánimo, la tristeza y la desesperanza, que pueden llevarnos incluso a caer en la depresión.
La resiliencia tiene su base en la aceptación de situaciones límite que se producen en la vida: la muerte de un ser querido, la pérdida del trabajo o la ruina económica, por ejemplo, nos provocan un gran dolor, por supuesto; pero son hechos que, si se han producido, se han producido y punto. No vamos a poder evitarlos por mucho que nos rebelemos, nos torturemos y nos neguemos a aceptarlos. La resiliencia nos ayuda a aceptar esos hechos y el dolor que nos producen, pero sin permitir que nos impidan seguir viviendo.
Cada uno de nosotros es dueño de cómo reaccionar frente a estos reveses de la vida. Puedes dejarte arrastrar por la corriente de la tristeza y la desesperación o puedes nadar en contra de esa corriente con la convicción de que la vida sigue y de que vale la pena vivirla, adaptándote a las nuevas circunstancias que la acompañan. Tú eliges. Tú decides cómo reaccionar.
Todos los que han estado al borde de la muerte, cuando recuperan su estado normal de salud coinciden en decir que valoran muchas pequeñas cosas a las que habitualmente no le damos importancia. La proximidad de la muerte les ha cambiado su sentido de la vida. Les ha cambiado la perspectiva vital.
Pues yo te digo que vivas el presente de cada momento de tu vida de una forma consciente, dándole gracias a Dios, si tienes Fe, o sintiéndote como mínimo afortunado, si no la tienes, por la cantidad de pequeñas y grandes cosas que tienes en tu vida. Disfruta de cada minuto de tu vida. Sácale todo su jugo. Siente ahora mismo el placer de leer este artículo. No pienses en otra cosa. Concéntrate en esta lectura. No pienses ahora en el libro que tienes a medio leer ni en los wasaps que quieres leer más tarde, ni te distraigas pensando en qué cenarás hoy o en cómo le dirás a tal persona eso que quieres decirle. No. Ahora estas leyendo este texto. Deja que las ideas que transmito a través de las palabras entren en tu mente y provoquen tu reflexión, aceptándolas o excitando algunas dudas o ideas que broten en tu interior. Y así es cómo le sacarás ese jugo a la vida, con serenidad, con calma, con pausa, sin estrés, sin lamentarte por lo que ya ha pasado y sin obsesionarte por lo que aún no ha ocurrido.
Disfruta de una conversación tranquila. Disfruta escuchando a los demás, sin pensar en nada más, sintiendo la empatía con esa otra persona, que eso es la escucha activa. Disfruta de la maravillosa capacidad de la comunicación oral humana. Disfruta de poder expresar tus ideas mediante las palabras. Cuando hables, se consciente de esa capacidad y disfrútala.
Disfruta de tener ojos para ver todo lo que te rodea, para ver a tus seres queridos, para leer, para encontrar las cosas que buscas porque puedes localizarlas al verlas a tu alrededor. Dale importancia a todo eso. No esperes a quedarte ciego para valorar la maravilla que significa tener unos ojos capaces de ver. Disfruta de ver.
Disfruta de tener piernas que te ayudan a trasladarte de un sitio a otro. No esperes a perder las piernas o a quedarte paralítico para valorar la maravilla que es disponer de tus dos piernas con capacidad para moverte. Disfruta de andar.
En definitiva, si pones en práctica estos cuatro consejos que te ofrezco, te aseguro que vivirás este confinamiento consciente de la grave realidad, pero con serenidad, con calma, procurando hacer la vida agradable a los que te rodean y sintiéndote afortunado de poder estar en tu casa confinado, pero sano. Seguro que cualquiera de los que están hospitalizados se cambiaría por ti. Piensa en eso y pon en práctica estos cuatro consejos. Lo llevarás mucho mejor.
Paco Grau es periodista y profesor de Oratoria