A los 94 años ha muerto Harry Frankfurt, profesor de Filosofía de la Universidad de Princeton, una de las más prestigiosa de los EE UU, y antes de las de Yale, Rockefeller y Ohio. Hijo adoptado en una familia de clase media, desconocedor de sus padres biológicos. Se doctoró en la Universidad de Johns Hopkins. No sé si es muy conocido más allá de círculos universitarios españoles. Escribió un libro que resulta difícil explicar por qué se convirtió en un superventas en su país durante varias semanas desde su aparición en 2005: On Bullshit, traducido en España como Sobre la charlatanería o la manipulación de la verdad. Los editores lo sacan a colación para destacar cómo no se sabe a ciencia cierta qué va a ser un éxito de ventas, y justifican su riesgo en la intuición porque muchas obras, al principio rechazadas, se han convertido en paradigmas del éxito como le ocurrió a García Márquez con Cien años de soledad. Parece complicado de explicar que un libro de filosofía de pocas páginas puede convertirse en una obra de amplia divulgación. No se caracteriza Frankfurt por tener una obra muy extensa, no es de los que publican uno, dos o más libros cada año con más de 300 páginas para decir cosas que tal vez puedan expresarse con menos palabras alambicadas. Pero lo que ha escrito tiene consistencia intelectual y ha abierto caminos sobre el comportamiento moral de nuestras elecciones.
Como buen anglosajón es un empirista, dentro de la tradición norteamericana del utilitarismo y de la filosofía analítica que tiene sus raíces en la filosofía de David Hume. Pero en el inglés norteamericano "bullshit" se utiliza como término despectivo que actúa como substantivo o adjetivo, difícil de traducir a cualquier idioma (caca de la vaca, mierda de toro, de manera liberal, tonterías, bobadas. Idiotez, estupidez, charlatanería…; eres un bullshit, un estúpido). Analiza la manera en que tomamos nuestras decisiones y como la verdad de las cosas se enmascara muchas veces en la fantasmada, y a la postre eliminamos la distinción entre lo verdadero y lo falso. Se afirma con rotundidad lo que se piensa sobre un hecho o una persona y eso se convierte en verdad, sin ninguna comprobación, o sustentado en datos inventados o tergiversados. Lo hemos visto como un síntoma de nuestro tiempo, aumentado por las redes sociales con las fake news, y lo publicó por primera vez en una revista en 1986. La sinceridad que se dice sustentar se convierte en charlatanería de baja estofa, en narcisismo incluso, porque la concepción que se tiene del asunto es para el interlocutor suficiente para considerarlo verdadero ("yo soy muy sincero", se dice a menudo, como si eso fuera fuente de verosimilitud). No hay ningún atisbo de cerciorarse o estudiar lo que se proclama como verdadero. Es no solo un error ególatra, sino también cobardía y pereza por comprobar la verdad de lo pronunciado desde unas supuesta autoridad profesional o de credibilidad, y sin rectificación cuando se descubre la mentira.
Pero su reflexión no se agota en esa denuncia. Aborda el tema de por qué decidimos lo que decidimos. ¿Cuáles son las bases para transformar nuestros deseos en decisiones? Es difícil entender las líneas de su pensamiento si no se lee varias veces y se profundiza en el contenido, porque es árido, pero sería bueno que los que se dedican a la administración y representación de lo público la tuvieran en cuanta aunque tuvieran que estudiar, sin que sus asesores le hagan un resumen. Desarrolló su tesis en La importancia de lo que nos preocupa (1988) que pudiera parecer un manual de autoayuda. Expone ejemplos, a la manera de los utilitaristas, para dar rienda suelta a sus consideraciones. Si asistimos a una reunión de amigos y hablamos libremente sobre la religión, el amor, la política o el sexo nos percataremos cuales son en realidad nuestros pensamiento en el proceso de oír lo que dicen los demás.
Analiza cómo nuestras decisiones dependen de circunstancias por fuera de nosotros. Así, en la historia de una familia de payasos el padre rompe las piernas de su hijo para que ande mal y su figura se convierta por su manera de caminar en algo risible para el espectáculo. Hoy sería considerado una salvajada inconcebible, pero para la familia de payasos Feltrineli era una manera de continuar con la profesión y ganarse la vida. Algo parecido a esos padres que consideran que su hijo puede llegar a ser un Messi o un Rafa Nadal y los explotan hasta la extenuación, sabiendo que son muy pocos los que llegan a esa categoría. No está tampoco claro que por muchas opciones que tengamos de elegir somos más libres o felices. A veces ocurre lo contrario. Y aunque decidamos una opción que no tiene otra alternativa, seremos siempre responsables morales de nuestra acción, de tal manera que no cabe la justificación: "Es que no podía hacer otra cosa"..., pues haberte abstenido. Por eso destruye los lugares comunes del lenguaje y de la acción. Piensa que no siempre hay que acudir a las tópicas comparaciones: cuando hablamos de igualdad solemos concluir que hay que conseguir que los que menos tienen sean iguales o parecidos a los que más tienen, y ese no es el dilema. Lo importante es preguntarse porque hay gente que no tiene lo suficiente y no pretender arruinar a los que tienen para dárselo a los que nada poseen, y en ese sentido se despega de Rawls o Nagel.
Seguro que alguien lo calificará de pura filosofía neoliberal, pero no estaría mal cambiar el paradigma. Apunta a que los discursos sobre la igualdad no resuelven el problema y trata de ir más allá, eso no supone que los que tienen no tengan también que contribuir a eliminar la pobreza, y no por las limosnas. El debate sobre la igualdad debería ser sustituido por el de la pobreza. ¿Por qué existe esta? ¿Solo porque hay ricos que han conseguido sus bienes por su trabajo, por su suerte o por sus oportunidades a veces ilegitimas? ¿O hay que considerar una multiplicidad de variables? La respuesta común es en muchos casos achacárselo todo a las estructuras sociales que deviene en lucha de clases para conseguir la igualdad. ¿Solo es eso? Hay mucho más en la obra de Frankfurt, como por ejemplo, clasificamos nuestros deseos en principales o secundarios para tomar decisiones, o por qué nos enamoramos de unos o unas y no de otros u otras, y nos desamamos, pero lo dejo para otra ocasión.