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ME QUEDA LA PALABRA / OPINIÓN

Culo di ferro

Foto: Pool Moncloa/Fernando Calvo
21/12/2020 - 

Acordar no es traicionar. Puede parecer una perogrullada, pero en los tiempos que corren, se hace necesario recordarlo.

El acuerdo, que debería ser un valor en sí mismo, cotiza a la baja. Prueba de ello son las palabras con las que abren los telediarios de los principales medios de comunicación en nuestro país. Polarización, crispación, desencuentro o tensión forman parte del menú terminológico al que nos hemos habituado. Y esto degenera la convivencia.

Las sociedades democráticas crecen por la vía conflictual. La política, como la vida, es un conflicto permanente en el que los mecanismos para la resolución pacífica de conflictos se convierten en la cuestión capital.

Formamos parte de partidos políticos con los que compartimos una ideología determinada, nos presentamos a las elecciones aspirando a recibir la confianza mayoritaria de la ciudadanía para, desde las instituciones públicas, transformar la vida de nuestros administrados conforme a nuestra manera de entender el mundo. Pero, a la vez, debemos ser conscientes que existen personas con otras preferencias ideológicas que necesitan de los buenos acuerdos para sentirse parte del sistema. 

Asamblea de las Naciones Unidas. Foto: Rick Bajornas / UN General Assembl / DPA

En la línea del pensamiento weberiano, el político debería ceñirse a la ética de la responsabilidad. Tenemos valores y principios que orientan nuestras decisiones, así como convicciones que deben ser defendidas, pero también debemos ser capaces de ceder en lo accidental, en lo negociable. Es nuestra obligación encontrar espacios de negociación, cesión y acuerdo con quien discrepa de nuestros postulados. Esa es la responsabilidad del político, ser consciente de las consecuencias de sus acciones.

Resulta sintomático cómo el cortoplacismo y la miopía política nos impide ver que las transformaciones sociales más importantes se han conseguido históricamente a través del conflicto y el posterior acuerdo. Los grandes prohombres citados habitualmente en discursos solemnes suelen destacarse por haber formado parte de grandes acuerdos y los pilares en los que se sustentan las democracias modernas han tenido su origen en un gran pacto entre contrarios.

Tras la II Guerra Mundial la capacidad armamentística de las potencias internacionales amenazaba con destruir el planeta. Nunca antes en la Historia de la Humanidad había existido un riesgo tan evidente y concreto. En aquel momento decisivo, los líderes internacionales hicieron uso del diálogo, la negociación y el acuerdo para firmar la Carta de las Naciones Unidas que alumbró el nacimiento de la ONU. Institución que, con sus deficiencias, se ha convertido en el paradigma de las relaciones internacionales basadas en el acuerdo entre diferentes.

Joe Biden.

De la misma forma, los índices de contaminación y degradación de la calidad medioambiental del planeta llevaron a otro acuerdo histórico. En 1997, en la ciudad japonesa de Kioto, se firmó el conocido Protocolo mediante el cual los países que lo suscribían se comprometían a reducir la emisión de gases de efecto invernadero para luchar contra el calentamiento global. La continuidad debería estar garantizada con los Acuerdos de París y la victoria de Biden y la vuelta de los norteamericanos a la senda del acuerdo internacional.

En el caso español, los Pactos de la Moncloa son nuestra aportación a esta cultura del acuerdo. En el ya lejano año 1977, España se encontraba en una situación límite. La inflación se había disparado hasta alcanzar un 19% y amenazaba con llegar a un 30%. El paro alcanzaba el 5% (una cifra alarmante entonces teniendo en cuenta la opacidad del régimen franquista), el déficit exterior había pasado de 3.500 millones de dólares en 1975, a 4.200 en 1976 y llegaría a 5.000 ese año. En palabras del periodista López González “la economía no podía seguir así, pero no había soluciones fáciles ni cabía la demagogia ante asuntos complejos”.

A este acuerdo entre adversarios políticos le siguieron otros de indudable valor histórico. A modo de ejemplo cabe recordar el pacto constitucional de 1978, el pacto para el desarrollo autonómico de 1981, el pacto de Toledo de 1995 (actualizado hace pocas semanas), el pacto por la Justicia de 2001 o el más reciente pacto contra la violencia de género de 2017.

Adolfo Suárez. Foto: EFE

Con perspectiva histórica todos estos acuerdos han contribuido a mejorar las sociedades modernas. 

Ahora nos encontramos con una situación similar provocada por la pandemia. Las urgencias sanitarias, sociales, económicas y educativas exigen un gran acuerdo entre contrarios y que mejor momento que el de la aprobación de los Presupuestos para provocarlo.

Enrico Berlinguer, líder comunista italiano, fue conocido como “culo di ferro” debido a que nunca se levantaba de una reunión. Creía en el acuerdo y lo trabajaba hasta la extenuación. En los tiempos que corren, la máxima de Berlinguer “negociar, negociar, negociar”, debe ser una obligación para todos los actores políticos. “Culo di ferro” hasta el pacto. 

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