La cumbre de la OTAN en Madrid ha copado estos días mucho espacio mediático nacional e internacional.
En la celebración del 40 aniversario de su entrada en la Alianza Atlántica, España ha acogido una reunión fundamental, en la que jefes de Estado y Gobierno han tomado decisiones estratégicas como la potencial incorporación de nuevos miembros. También han perfilado políticas y han adquirido compromisos para garantizar seguridad y paz en tiempos convulsos. España, por ejemplo, va a tener que aumentar sustancialmente el gasto militar, lo que afectará a nuestro bolsillo.
No soy analista militar, prefiero dejar a sesudos columnistas la valoración profunda de estas decisiones, por eso, me voy a limitar a comentar la cobertura del evento.
Seamos sinceros: probablemente por el peso de la reciente historia, hablar de cuestiones de defensa en general, y de Fuerzas Armadas en concreto, sigue siendo un tema “tabú” para parte de la prensa y de la sociedad española.
Algunos de los que llevan tiempo poniéndose “morados” en el gobierno lo saben: el antimilitarismo es aún un caladero de votos. Por eso, mientras viajan en Falcon a la Casablanca, han pretendido inaugurar una “nueva guerra fría”, con parte del gobierno en cada bloque. Estense tranquilos que, como dice la coletilla de la secretaria de Estado de Igualdad (esa que acaba de poner un tuit desde Washington) “la cosa no llegará a mayores”.
Cuando de verdad te mueves por valores profundos, no firmas un manifiesto contra la OTAN (como Belarra), no hablas de “vaporosa diplomacia” (como Montero), no te manifiestas con pancartas (como Enrique Santiago), ni haces declaraciones bochornosas (como Héctor Illueca). Directamente, te vas de tu cargo. Ahí están los cuatro.
“Lo correcto” (para aclarárselo también a alguna de otra “formación fantasma”) es dimitir, y no dar excusas, para quedarte anclado por tu sueldo.
Pero, continuo con el tratamiento mediático de la cumbre. Pese a que nuestros militares lideran el ránking de reputación institucional, no parece ser “atractivo”, ni pertinente, explicarle a la gente que, ante riesgos y amenazas cada vez más claros y plurales, es necesario tener un buen ejército y apoyarlo.
Debe resultar más “sexy” contar las rutas itinerantes de las primeras damas. O comparar sus “outfits” con los de nuestra reina. Tal vez sea más morboso detallar menús y visitas culturales (estupendas) de las que han disfrutado los mandatarios. Y, certeramente, da mucha audiencia ofrecer transcripciones semióticas de la comunicación no verbal entre Biden, el Rey o Sánchez (“hola, qué tal”), aunque seguro que tienen menos visitas que la foto del abrazo entre Begoña, Sánchez y Potus, dispuestos a marcarse un “paquito el chocolatero”.
No juzgo (nada más lejos) esa estrategia comunicativa dirigida a potenciar la dimensión “política” del evento (a mayor gloria del presidente, porque ni siquiera se ha invitado al alcalde de Madrid o a la oposición). Sólo querría objetar dos matices básicos: se ha dejado en la sombra la cuestión mollar (¿qué se ha acordado de verdad?) y no han dado ni un mísero espacio a los verdaderos protagonistas. Porque garantizar la paz, (además de otras cosas) es una función encomendada a nuestras Fuerzas Armadas. Son ellos, los militares (junto con el resto de las fuerzas de seguridad del Estado), los que se juegan la vida “poniendo el cuerpo”.
El fomento de la conciencia y la cultura de Defensa sigue siendo la gran asignatura pendiente en España. Nominalmente aparece como un objetivo prioritario en la Estrategia 2021 (“No puede existir una Defensa eficaz sin el interés y la concurrencia de los ciudadanos”), pero queda muchísimo por hacer.
Es tiempo de guerras híbridas. A diferencia de los conflictos convencionales, en ellas, el enemigo trata de influenciar a los estrategas políticos, a los principales responsables de la toma de decisiones, y a la opinión pública. El agresor recurre a actuaciones clandestinas y utiliza toda clase de medios (terrorismo, migración, guerra cibernética, noticias falsas, guerra jurídica, guerra diplomática…) y la clave es la influencia sobre la población.
Este Gobierno (y los que vengan) deberán plantearse seriamente potenciar la Cultura y Conciencia de Defensa. Y no únicamente ofreciendo información veraz y atractiva sobre el Ejército (no sólo sobre los políticos), sino también favoreciendo el conocimiento de los españoles sobre la actividad de las Fuerzas Armadas y su repercusión en la protección y promoción del avance social y científico y del bienestar ciudadano.
Para esto hay que trabajar con los medios de comunicación y con la educación. Se tendría que hacer un esfuerzo por atractivamente temas de defensa y por enseñar a los niños en clase qué hace nuestro ejército.
Pongo un ejemplo. Vengo de estar quince días en Atalanta, una operación en marcha desde diciembre de 2008, para proteger las rutas en el Océano Índico, área de alto riesgo para 20.000 barcos que anualmente cruzan el mar Rojo y el golfo de Adén. De esa ruta depende el 60% del PIB global (muchas de las cosas que usted tiene en casa pasan por ahí, incluido parte del petróleo).
La piratería somalí amenazaba también el reparto de ayuda humanitaria del Programa Mundial de Alimentos de la ONU. Con el fin de garantizar la seguridad, bajo mandato del Consejo de la Unión Europea, se creó esta fuerza aeronaval, la primera operación marítima de la Unión, en el marco de la Política Europea de Seguridad y Defensa, que ha permitido con su protección que mucha gente en África no muera de hambre.
Hace tres años, a raíz del Bréxit, el Cuartel General de la UE que estaba en Inglaterra se trasladó y el mando de la Fuerza Naval Europea (EUNAVFOR) pasó a Rota.
Tenemos en Cádiz un cuartel estratégico con dotación de cien militares de 19 nacionalidades, que España acoge, dirigiendo la misión internacional naval más exitosa de la UE. ¿Han visto ustedes algún reportaje en las televisiones públicas sobre la Operación Alatanta o sobre el Cuartel General de la UE en Rota? Yo no. ¿Estudiamos esto en universidades? ¿en los colegios?
Atalanta es un ejemplo, pero habrá más.
Hemos tenido estos días una cumbre de la OTAN que se ha cubierto como los Oscar. Pero no sabemos exactamente qué están haciendo y qué van a hacer nuestros militares bajo este paraguas, ni cómo podemos los españoles contribuir a la seguridad para la paz.
Deberíamos reflexionar y no sólo los periodistas o los responsables de comunicación de Defensa y Exterior: también los ciudadanos.