
VALENCIA. Vivimos en un mundo hipster. Lo moderno megafashion-osea inunda cada rincón de la cultura porque lo que mola es que estemos todos conectados. Ésa es la aspiración de cualquier adolescente treintañero, estar a la última, abanderar todas las tendencias y repetir en plan loro toda la cultura recomendada por medios underground como Babelia o Rolling Stone. Todo aquello que tenga más de un mes de antigüedad está desfasado, está fuera de ese canon de estupidez que venden las novelas megaprofundas de Javier Cercas y Agustín Fernández Mallo. Cuando se publiquen estas líneas, True Detective habrá pasado de moda, House of Cards será una antigualla y The Wire... ¿quién es el viejo carrozón que aún se acuerda de The Wire?
Lo hipster no es sólo un modo de vida desmovilizador y analfabeto sino también perverso. Antes, existía la precariedad laboral cuando el empresario (emprendedor en jerga moderna) explotaba al trabajador (profesional). Llegó la moda hipster y bautizó el fenómeno como "mileurismo". Es una etiqueta actual, transgresora, muy del siglo XXII. Lo mismo sucede con el crowdfunding, esa etiqueta perversa que trata de presentar como guay y positivo el desmantelamiento de la industria cultural. Porque lo importante no es si tienes algo que decir, sino que tengas un canal para decirlo: lo importante es estar conectado. ¿No tienes dinero pero tienes mucho mundo interior? Pues recurre al crowdfunding. ¿Qué tienes dinero pero prefieres ir de víctima y que los demás paguen tus genialidades mientras tú lloras y maldices a la industria? La solución es la misma: crowdfunding.
La filosofía de banalización kitsch que propone la ola hipster se resume rápidamente: si las cosas van mal, no te quejes, emprende. El hecho es que el gobierno español de derechas busca, por activa y por pasiva, la eliminación de la cultura porque le resulta incómoda. No le gusta a nuestros políticos que haya cineastas, escritores y estudiantes que protesten y se manifiesten.

La respuesta que se está articulando ante este exterminio del tejido industrial es la generalización de una medida que debería ser excepcional, como es la financiación desarticulada, precaria y carente de continuidad como es el crowdfunding. Que está muy bien que uno quiera hacer un disco o una película y recurra a la financiación que le dé la gana, pero presentar eso como la nueva apuesta de jóvenes creadores que luchan contra la industria es un sinsentido. Peor aún, es hacerle el juego a ese poder que seguirá adelante cargándose la cultura.
El gobierno del Partido Popular pregona una idea contradictoria: hay que seguir el modelo norteamericano, porque Estados Unidos es el mejor país del mundo, y por lo tanto, hay que privatizar la cultura, quitarle todo tipo de financiación. Si de verdad se siguiese el esquema estadounidense, la subvención pública de la industria audiovisual sería una prioridad en España, como lo es para un país que tiene en Hollywood una fuerza más protegida y efectiva que su propio ejército militar.
Los ejemplos llueven cada semana: mientras en España se organizan crowdfundings, continúa la imparable llegada de películas estadounidenses que monopolizan las cuotas de pantalla, inundan la promoción en los medios de comunicación y anulan el desarrollo de las industrias locales. El mensaje es clarísimo: la generalización del crowdfunding es propio de países tercermundistas porque lo realmente útil es tener una industria audiovisual potente y con ayuda estatal para vender ideología e imponer la rentabilidad económica.
El último ejemplo es una porquería titulada Non-Stop, una película de acción con Liam Neeson, nuevo icono del cine ultrafascista de justicieros de la democracia. Claro, hay que mantener viva la tradición de gente como Charles Bronson o Steven Seagal. Neeson descubrió lo bien que podían ir las cosas si tomaba esta senda y decidió probar suerte con Venganza, un film de 2008 que vendía la Arcadia feliz: en la cinta, Estados Unidos es el país más seguro del mundo y quienes deciden
viajar a Europa (a París, nada menos) se exponen a ser secuestrados, violados, sodomizados, drogados y asesinados. Así se las gastan los criminales que campan a sus anchas fuera de territorio norteamericano.
Como la película tuvo mucho éxito, se hizo una segunda parte, Venganza: Conexión Estambul. Efectivamente, aquí los malos eran los turcos y aún resaltaba más la idea de peligro: cuidado si eres norteamericano, porque todos los salvajes que pueblan esas tierras te tienen envidia y se quieren hacer un kebab con tu escroto. Esperamos con impaciencia una tercera parte en la que los malos sean una nueva raza de gitanos negros greco-italo-españoles.
No obstante, en Non-Stop la industria de Hollywood ha decidido disimular un poco, porque tampoco es plan que Liam Neeson acabe haciendo películas de serie Z como un Chuck Norris cualquiera. Aquí, su personaje ya es más profundo, tiene un trauma: es un policía atormentado por la muerte de su hija de ocho años de edad. Como no consigue soportar la sensación de que estuvo poco tiempo con ella, decide darse a la bebida y se mete en un destino poco deseado por los polis yanquis: policía de aviones, de ésos que van en los vuelos para que los ciudadanos se sientan seguros en la sociedad post-11S. El malo, por su parte, es un tipo que quiere demostrar que lo de la seguridad
es una falacia, que el sistema es vulnerable, y traza un plan para volar un avión y atribuirle la responsabilidad al policía.
A partir de aquí empieza todo el desfile de trucos de guión con el fin de mantener entretenido al espectador. Pero como el bueno siempre gana, no sólo se entretiene al personal sino que también se le mete un cubo de inocua e inocentona ideología reaccionaria: Estados Unidos es un país en constante peligro, la respuesta es aumentar sin límite las medidas de seguridad y la situación de estado policial para que, al final, se demuestre que los buenos acabarán venciendo. Es decir, el ciudadano puede respirar tranquilo porque siempre habrá un agente para protegerle. El policía puede ser un borracho depresivo pero, a la hora de la verdad, ahí estará dando lo mejor de sí para proteger a los indefensos ciudadanos. Cómo no, la resolución de la película incluye la superación de todos los traumas porque en eso consiste Non-Stop, en un catálogo de tópicos, en un manual de Cómo hacer un guión milimetrado para una película de acción.
La película está dirigida por un español, Jaume Collet-Serra. Ni es la primera vez que trabaja con Liam Neeson ni resulta inédito su juego con la identidad de los personajes para generar suspense (de hecho, es el tema favorito de sus películas). Los medios de comunicación ya nos lo venden como el gran triunfador, porque se marchó a los 18 años a Los Ángeles y ahí ya se lio a hacer videoclips y películas. No sabemos si se inició con un crowdfunding pero sí podemos asegurar una cosa: que la clave de su éxito no es contar con colegas indies, sino con una industria audiovisual pública que impone la comercialización de todas sus películas, incluso los alegatos fascistoides como Non-Stop. Mientras en España los ministros presumen de no ver cine español, en Estados Unidos el presidente del gobierno aplaude las películas y series de televisión de su país. Eso es lo que crea tendencia de verdad.
Ficha técnica
Non-Stop
EE.UU., 2014, 106'
Director: Jaume Collet-Serra
Intérpretes: Liam Neeson, Julianne Moore, Corey Stoll, Scoot McNairy
Sinopsis: Un agente de aviones comerciales tiene que encontrar a un asesino que pide 150 millones de dólares a cambio de no matar a los pasajeros. El agente es un alcohólico depresivo, pero deja de repente sus vicios porque la seguridad de la nación está en juego. No puede traicionar la confianza de los Estados Unidos de América