Cultura y Sociedad

Gravity: Beatos en el espacio

Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

VALENCIA.Hace 45 años, se estrenaba una de esas películas que marcan época, 2001: Una odisea del espacio. Dirigida por Stanley Kubrick a partir de un relato de Arthur C. Clarke, se narraba la historia de un viaje espacial con la misión de encontrar la fuente de una señal extraterrestre, que daría respuesta a las preguntas sobre el origen de la humanidad. La cinta supuso una revolución en los efectos especiales y, por lo tanto, en el cine de ciencia ficción porque supeditaba la narración a la fascinación visual, con la inclusión de algunas secuencias musicales que permitían contemplar amaneceres y naves espaciales al ritmo de compositores clásicos como Richard Strauus, Johann Strauss hijo o György Ligeti.

Pero 2001 también sirvió para llamar al orden a la ciencia ficción. El género se había caracterizado, en las décadas anteriores, por una constante reflexión política, alertando, por ejemplo, de la militarización de Europa en los años 30 (como se veía en la película de 1936 La vida futura, con guión de H.G. Wells) o de la carrera armamentística en la Guerra Fría (el mensaje explícito de Ultimátum a la Tierra, de 1951). Por no hablar de todas las películas que hablaban del peligro comunista en clave de invasión alienígena que hacía peligrar el modo de vida estadounidense. La ciencia ficción era, en definitiva, un género para narrar, para transmitir ideas, y no una mera contemplación de artefactos y explosiones.

La cinta de Kubrick vino a redefinir todo eso y a dirigir la ciencia ficción hacia un esteticismo vacuo salpicado de un mensaje pseudo-religioso: lo que debía tratar el género era la búsqueda del sentido de la vida, y siempre con el acento puesto en la fascinación hacia los efectos especiales para que el espectador se fijase más en el artificio y olvidase reflexiones más interesantes. La estrategia funcionó y 2001 inició una alocada carrera por invertir cada vez más en los aspectos técnicos de las películas, apuesta que hiciese olvidar que, el año de su estreno (1968), había cosas más importantes que tratar que mirar a la estrellas y pensar en qué seres inteligentes nos habían concedido el sagrado don de la creación.

Casi medio siglo después, la ciencia ficción cinematográfica ha seguido la senda, salvo algunas excepciones, trazada por Kubrick. De esta manera, llegamos al último estreno pensado en que nos fijemos antes en la tecnología que en el discurso, que de eso se trata Gravity, la cinta realizada por Alfonso Cuarón. En ella, asistimos a la peripecia de dos astronautas que, debido al impacto de unos restos espaciales, se quedan desenganchados de su nave y a la deriva, teniendo que encontrar la forma de acceder al interior de una estación espacial como única vía de supervivencia. La sensación de desamparo ante la infinitud del espacio en que se encuentran los protagonistas queda reforzada por unas imágenes que buscan el espectáculo, que abramos la boca y cerremos el cerebro asombrados por el 3D.

Ése es el quid del meollo, la tecnología 3D. En los últimos años, los espectadores han dejado de llenar las salas de cine. Son múltiples los factores, desde las nuevas tecnologías hasta las crisis económicas, pasando por la resistencia de unas jerarquías políticas e industriales que se niegan a realizar una renovación de las estructuras empresariales ante la posibilidad de una pérdida de poder. Así, la única respuesta es negar la realidad e intentar devolver al consumidor al negocio tradicional, que es volver a la sala y comer palomitas. Para ello, la apuesta pasa por renovar sin cesar la promesa del espectáculo sensorial, y la apuesta más reciente en la del 3D, una tecnología aún demasiado cara para su instalación en casa.

Por eso, los últimos reclamos de los grandes estrenos de Hollywood se centran en el 3D: cada película nueva que se estrena promete la explotación de todos los recursos de esta tecnología. Es una estratagema de marketing que se viene produciendo con diversas películas, como Avatar o La invención de Hugo. Vuelve a suceder con Gravity, con resultado idéntico: no es para tanto todo lo que se nos dice. Mientras se vende el 3D como un fin en sí mismo, se obvian películas que sí usan las tres dimensiones en todo su esplendor al servicio de la narración: ahí está el caso de La cueva de los sueños olvidados, de Werner Herzog, un magnifico documental que constituye una reflexión sobre las posibilidades narrativas que puede ofrecer el cine con este invento. Vamos, una ruptura de las ideas de Kubrick, que veía la ciencia ficción y los efectos especiales como el elemento fundamental de la película.

En Gravity, todos han pasado por el aro, y las reseñas de los medios de comunicación más sesudos y globales han puesto el acento en lo que mola el 3D, que por fin llega a su máximo esplendor. Es lo que tienen nuestros medios de comunicación, siempre tan genuflexos y obedientes con los poderosos: una distribuidora norteamericana te paga una página de publicidad y tus críticos reproducirán como papagayos el argumentarlo de esa distribuidora. Por el contrario, si el ministro de Hacienda dice que el cine español es una porquería, pues todos a reírles la gracia, a hacer pequeñas críticas a su comentario y a volver a tenderle la alfombra roja para que pise, ese ceporro de ministro, todas las emisoras de radio que quiera, atendido por las preguntas suaves y pelotas de nuestros contertulios de lujo.

La película de Cuarón no aporta nada, ni siquiera tecnología, a lo que hemos visto mil veces en pantalla: una historia de suspense con personajes enfrentándose a una situación límite, que consiguen solventar con mucha superación personal y con muchos rezos. Al final, la astronauta, que era atea o agnóstica, se da cuenta de lo importante que es creer en algo porque es la única manera de no rendirse. Con la ayuda de Dios, consigue salir adelante porque ella, como atea o agnóstica, se habría quedado de brazos cruzados, se habría resignado a morir en el espacio. A la película sólo le falta corroborar ese final con la protagonista cantando "Yo tengo un gozo en el alma" mientras pilota su cápsula de regreso a la Tierra.

La cinta, eso sí, es muy entretenida. Al menos se ha producido ese avance con respecto a Kubrick. Aquí la lección moral viene insertada en una historia distraída, no en un tostonazo insoportable y pedante con monos pegándose con huesos y con secuencias interminables de viajes alucinógenos. El problema es que no hace falta vender una película entretenida sin más como si fuera el último hallazgo técnico mientras se nos cuela con calzador el típico mensaje beatorro.  Contra eso, la respuesta pasa por la reivindicación de otra ciencia ficción.

FICHA TÉCNICA

Gravity

EE.UU., 2013, 90'

Director: Alfonso Cuarón

Intérpretes: Sandra Bullock, George Clooney

Sinopsis: Dos astronautas quedan en el espacio a la deriva y fuera de su nave debido a un accidente. Su misión será, desde ese momento, de supervivencia para poder entrar en una estación espacial y volver así a la Tierra

Alfonso Cuarón es el director de películas como Y tu mamá también, Harry Potter y el prisionero de Azkaban o Hijos de los hombres

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo