Cultura y Sociedad

'EL CABECICUBO'

Método Osmin: como en las COES para que te den ‘Me gusta' en Facebook

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MADRID¡. Un amigo de esta casa, cuando bebe, tiene ocurrencias como sostener que la sociedad presiona para que todo el mundo vaya guapo por la calle, ellos con los músculos perfilados y ellas con cinturitas de avispa, pero que luego los individuos de esa sociedad, en la soledad de sus conexiones a Internet, tienden a recrearse con pornografía sobre gente entrada en años, con cierto peso y un sinfín de categorías que nada tienen que ver con los cánones estéticos que nos venden por la TV, la publicidad y las revistas.

Mi amigo comenta estas cosas cuando está borracho y no sabe lo que dice, pero sus teorías encajan perfectamente en el retrato de una sociedad  reprimida e hipócrita, víctima de ideales estéticos ridículos y enfermizos, que es precisamente en la que vivimos. Buena prueba de ello es el último programa sobre estética que ha estrenado Cuatro, ‘El método Osmin'. 

No es la primera vez que Mediaset se mete en estos lodazales. Ya estrenó en Telecinco el reality-coach ‘No seas pesado' con el mismo buen gusto y, afortunadamente, escaso éxito. El viernes de su estreno (a las 22:30) hizo un 6,2% y un millón doscientos mil espectadores. Un punto menos que el ‘Equipo de investigación' de La Sexta sobre usureros, "Préstamos envenenados" se llamaba.

Lo de Cuatro se trata de un formato importado de Estados Unidos con presentador incluido. El sujeto se llama Osmin Hernández y en la edición americana lo venden como un oficial de la marina de guerra cubana al que declararon demente, huyó a Miami de balsero y ahora se gana la vida como entrenador personal. "El más psicótico" de los coachs, dicen. También lleva un gorro de piscina a todas partes. 

Gracias a este caballero, en 30 días los concursantes voluntarios podrán "transformar su cuerpo, su mente, su vida usando métodos poco ortodoxos". Ese es el reclamo. En su primera entrega, Osmin se puso a trabajar con una mujer, Pamela Bernal, de 33 años, paraguaya residente en Madrid. La voluntaria decía que había probado con todas las dietas, pero que las dejaba porque se cansaba y no era capaz de ir con frecuencia al gimnasio. Para ella era hasta un sacrificio sacar la perra a pasear. Necesitaba algo fuerte. Definitivo. Y milagroso.

Lo peor es que cada vez que iba por la calle con su marido -seguía- y veía una chica mona, se sentía insegura. Por eso quería someterse al instructor cubano, para que cuando volvieran a salir juntos a la calle, su media naranja dijera: "qué buena está mi mujer".

Y el método, efectivamente, es ortodoxo. Consiste en correr por la vía pública, ir subiéndose y bajándose del mobiliario urbano, también de los árboles. Todo alternado con flexiones ordenadas a gritos como en ‘La chaqueta metálica'. Pues esa es la actitud de Osmin, la de ese tipo de sargento, y los cinéfilos sabrán que tanto en la obra maestra de Kubrick como en la película japonesa en la que se inspiró (‘La condición humana', Masaki Kobayashi, 1959-61) el recluta que no puede seguir el ritmo, se suicida. Pero eso es lo de menos.

De lo que se supone que tenía que disfrutar el espectador es de ver a la tal Pamela sudar, tropezarse e incluso, literalmente, arrastrarse por el suelo. Para motivarla, la llama "Abuelita gordita". Y eso es todo. No hay más. Bueno, a veces está a punto de llorar. Y el otro grita "¡más flexiones!" Es una humillación innecesaria, pero mucho más grave, bastante aburrida. Lo más trepidante, entre comillas, fue que el instructor, que también da consejos de dietéticos -sólo se puede comer pescado y ensaladas-, le a prohibió el sexo durante un mes. Aquí sí que nos pilló con el pie cambiado ¿la abstinencia sexual adelgaza? Difícilmente.

Al final, a Pamela le pusieron una báscula y todos se abrazaron porque había logrado el objetivo de bajar peso para ser ideal. Pero el punto culminante estaba por llegar. Todavía tuvo que superar una prueba propia de las COES, ser enterrada viva. Era muy edificante ver cómo lloraba mientras la escavadora le echaba arena por encima. Pero según Osmin, como al final superó su miedo a la muerte, que de eso se trataba, para ganar voluntad, ahora era una persona mejor. Había cambiado también su mente. Y todos reían porque eran todavía más ideales.

En 30 días perdió doce kilos. Como premio, le hicieron un ordinario tatuaje egipcio en la muñeca. Uno de esos de los que la próxima generación dirá "- Qué asco, mi padre lleva una letra china en el omóplato - Pues el mío es aún peor, lleva su nombre en árabe en el antebrazo, me da vergüenza que me vean con él". El que avisa no es traidor. 

EL ÉXTASIS DE LA TALLA 'M'

El caso es que, al final del todo, entre un fuerte aplauso, Pamela proclamó: "ya entro en la talla M, ahora noto que soy más segura y positiva". Y nada, si el espectador vomitaba en ese instante, pues también perdía unos gramillos.

Después del estreno, Cuatro siguió con un capítulo de la edición americana. Por supuesto, allí el programa es todavía más duro. El voluntario esta vez argumentaba que como era hijo de padres cubanos, en su familia se consideraba pecado dejar comida en el plato y que por eso estaba así, con un par de michelines.

Osmin le metió una caña alucinante. Aquí las escenas de las vejaciones van más lejos, el hombre babeaba y estaba a punto de potar varias veces. Un deleite para los sentidos. El coach le llamaba "gordo tramposo", pero como también terminó perdiendo unos kilos al final del esperpento de entrenamiento,  juró que el resto de su vida seguiría haciendo ejercicio, correría por la orilla del mar para eso, para ser aceptado por sus semejantes.

Normalmente, cuando Mediaset se sale de la norma y "arriesga" con sus programas, todo el mundo se le echa encima, a veces incluso injustamente. Por lo que se vio en los comentarios de la web de Cuatro, la audiencia, en este caso, tonta no es.

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