VALENCIA. La figura de Hayao Miyazaki es una de las más inabarcables del universo cine. El realizador japonés (dibujante, ilustrador, productor...) ha creado un imaginario tan lúcido como denso; estético y trascendental, Miyazaki ha sido justamente comparado con el incuestionable impacto de Walt Disney hasta el punto de que John Lassete, jefe creativo de Pixar y director de películas como Toy Story o Cars, no ha dejado de mencionarle como su principal referencia a lo largo de los últimos 25 años. En Japón, es un referente cultural, con el Museo Ghilbi como base de esta expresión entre el amor a sus personajes, pero también con el reconocimiento de la taqulla: 8 de las 15 películas más vistas en la historia del cine allí han sido dirigidas o producidas por Miyazaki.
La carrera de Miyazaki en torno a la animación se inició colaborando en proyectos de tanto calado en España como Heidi o Marco, de los Apeninos a los Andes bajo las órdenes de Isao Takahata, un compañero clave a lo largo de su carrera. Ambas series se llevaron a cabo a mediados de los años 70, cuando Miyazaki ya llevaba una década trabajando de una u otra forma como dibujante. Sin embargo, la relación con Takahata se prolongó en el tiempo hasta que el ahora director de El viento se levanta (2013) dirigió unos cuantos capítulos de la serie Sherlock Holmes. Pese a contar con una única temporada, la obra de 1985 tuvo tal impacto que Tak
ahata y Miyazaki estimaron que era el momento oportuno para crear su propia productora y base de operaciones: Studio Ghilbi, la que para muchos es la meca del cine de animación junto a lo que ahora puede significar Pixar Studios.
Desde entonces, la filmografía de Miyazaki ha generado una colección de películas fantásticas, con una virtuosidad por el detalle y la perfección y que, curiosamente, tienen en sus edificios y estética una marcada tendencia por las recreacciones más occidentales. Miyazaki viajó a Europa y Argentina durante la creación de Heidi, Marco y Ana de las Tejas Verdes, algo que siempre reconoció a la hora de incluir detalles poco orientales. De hecho, su defensa de las tradiciones (especialmente la nipona), se enriquece en lo visual con estas aportaciones estéticas de edificios, calles y detalles en interiores de casas o toda clase de vehículos.
Con volantazos oníricos genuinos, cuesta destacar algunas de sus 10 películas firmadas como director. Posiblemente, La princesa Mononoke (1997), Mi vecino Totoro (1988), El castillo ambulante (2004) o El viaje de Chihiro (2001) se encuentran entre las más reconocidas. Esta última, capaz de ser galardonada con el Oscar a la mejor película de animación -la única cinta de anime que lo ha conseguido hasta la fecha- y a su vez el Oso de Oro en el Festival de Berlín. Todas ellas tienen importantes guiños a dos de los aspectos en los que más ha querido influir el realizador japonés con su filmografía: el valor para los hombres de la naturaleza y el pacifismo. Acompañadas, por cierto, de otro de los grandes descubrimientos de Miyazaki dentro de su equipo artístico, el compositor de Nagano Joe Hisaishi.
'EL VIENTO SE LEVANTA' O EL CORTE DE MANGAS AL HAPPY END
Desde luego, Miyazaki no ha optado por la figura del 'happy end' hollywoodiense para dar carpetazo a sus años de trabajo. El pasado 1 de septiembre de 2013, tras presentar la citada y última película en el Festival Internacional de Cine de Venecia, Studio Ghilbi anunció su retirada. Algo que se entendió sin duda como un suculento añadido para los resultados en taquilla de este homenaje Jiro Horikoshi, el ingeniero que desarrolló -entre muchos otros modelos mostrados a lo largo de las dos horas de metraje- el caza 'Zero', popular por su caída en picado y devastador efecto sobre la isla de Pearl Harbour.
El relato de Miyazaki, con una melodramática historia de amor como guía de acompañamiento, justifica un sinfín de ideas aparentemente muy alejadas del resto de relatos a los que ha dedicado los últimos 30 años de su genial carrera. El pacifismo y el valor del honor en la guerra saltan por los aires con la vida de este diseñador que, consciente del fin y con un cosntante encogimiento de hombros, se esfuerza porque su país sufra en menor medida los efectos de las guerras. No es lo único que justifica: en este caso hay un replanteamiento total de la figura de la mujer -cierto es que está ambientada en la primera mitad del siglo XX-, muy lejos de las figuras de las ancianas sabias (La princesa Mononoke), niñas terriblemente despiertas e inteligentes (El viaje de Chihiro) o madres propios de la vida moderna (Ponyo en el acantilado).
Otra de las justificaciones más dolorosas y sorprendentes es la de la adicción al trabajo. Un rasgo que, a juzgar por lo que conocemos del método de trabajo de Miyazaki, quizá haya encontrado puntos autobiográficos entre el realizador y el ahora homenajeado ingeniero. Ese workaholismo es capaz de justificar la marcha de la mujer de Horikoshi de un sanatorio en una deriva en la que el amor por fascículos es solo un entretiempo -intenso, eso sí- mientras el creador industrial cumple con su misión vital.
Sin embargo, la película cae en una de las trampas que caracterizan al cine de Studio Ghilbi: la ausiencia del guión durante la creación de la película. En palabras del propio Miyazaki, los dibujantes de este centro "no tenemos tiempo para trabajar sobre un guión cerrado". En este sentido, desarrollan las ideas tratando de concluir un inicio y un fin, con un sentido cinematográfico que en muchas comparaciones le ha llevado a estar sin que nadie se rasgue las vestiduras junto a Steven Spielberg entre los realizadores más reconocidos de la historia del cine. Pero en el caso de El viento se levanta, la historia tiene puntos de fuga sin fin, se encierra durante minutos y minutos de metraje en el virtuosismo excesivo del trazo de los miembros del estudio con respecto a los aviones (por cierto, un vehículo que ya explotó en Porco Rosso).
Con la estricta norma de utilizar tan solo un 10% del metraje de la película alterado por técnicas digitales (un dogma de Studio Ghilbi), el trabajo de El viento se levanta resulta ímprobo. La película, en el sentido de la animación, del propio dibujo a través de las composiciones -uno de los sellos de identidad de Miyazaki- es incontestable, quizá una obra maestra. No obstante, su historia se diluye. Y aún más, se confunde con todos los mensajes sobre tradición, naturaleza, realismo mágico, mundo onírico y mundo infantil sobre el que se seguirá erigiendo el imaginario Miyazaki. Porque esa es, precisamente, otra de sus caídas: que El viento se levanta es una película exclusivamente para adultos y, al fin y al cabo, en sus obras los adultos siempre habían jugado a disfrazarse de niños. A hacerlo de una forma lúdica y rica, justificando ideas adultas a través de colores y formas mucho más sugestivas que buena parte del cine consumible durante las décadas en las que Miyazaki ha reinado en la animación.
El viento se levanta es, pues, una salida agridulce para una carrera muy por encima de este último capítulo. Películas como Nausicaa del Valle del Viento o todas las anteriormente citadas son, en palabras de los posteriores realziadores de animación, una referencia constante desde el punto de vista formal y estético. El legado de este tokiota ahora septuagenario seguirá pesando en positivo durante muchos años.