Cultura y Sociedad

#OpiniónVP 'El Palau de les Arts debería desaparecer', porr Carlos Aimeur

  • José Ignacio Wert y el secretario de Estado, José María Lassalle. FOTO: EFE.
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José Ignacio Wert y el secretario de Estado, José María Lassalle. FOTO: EFE.

VALENCIA. ¿Puede un subordinado dominar a un superior? ¿Puede alguien que en principio debería estar supeditado a un responsable, imponer su criterio? En política, en España, sí. Al menos en algunas áreas. La decepcionante propuesta para los presupuestos de 2015 que ha dejado a la Comunidad Valenciana tal y como estaba, es decir, mal, tiene varios padres. Y en el caso de la Cultura, hay uno al que se señala como el principal escollo. El secretario de Estado José María Lassalle se ha revelado como el mayor enemigo de la consellera de Cultura, María José Català, y su equipo a la hora de conseguir financiación.

De nada han servido las concesiones que Català ha realizado con ese ente abstracto e informe que a veces resulta Madrid. Ni la puesta en marcha de un plan económico para el Palau de les Arts, ni el nombramiento de un nuevo director para el IVAM en un concurso tutelado por el Ministerio, han sido argumentos suficientes. Todo es poco para Lassalle, quien parece empecinado en que Valencia pase a la cola de todo. Poco dinero para el Palau de les Arts, una lismona para el IVAM, Lassalle le ha tomado gusto al uso del adverbio ‘no' cuando se habla de Valencia.

Fue precisamente él quien bloqueó la ampliación del Museo San Pío V que, con tanto trabajo, idas y venidas, se consiguió poner en marcha al final de la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero, después de perder seis años entre unos y otros. La llegada del gobierno de Mariano Rajoy se tradujo en una nueva paralización incomprensible. En este caso era tan evidente el bloqueo de Lassalle que Catalá decidió saltárselo e ir a su superior. Logró del ministro José Ignacio Wert lo que el secretario de Estado le negaba: que comenzaran las obras de la quinta fase.

Pero Lassalle no olvida y no perdona. Esa lección la han aprendido Català y su equipo que se han visto sin bocado que llevarse a la boca en los presupuestos de 2015, los más importantes para un político porque son su carta de presentación antes de las elecciones autonómicas. Wert ha cumplido, dicen, en las tareas que corresponden a Educación, pero en Cultura no ha podido hacer nada. Lassalle ha sido inflexible y ha dado a ambos espacios el tratamiento de centros de provincias, en la atinada descripción que hizo Zubin Mehta antes de marcharse de Valencia.

Desde su privilegiada posición ha planteado nuevas condiciones para incrementar la dotación al IVAM y, sobre todo, al Palau de les Arts, que básicamente se resumen en la presencia el Ministerio en el patronato del coliseo operístico. Gran idea si no fuera por que se trata una propuesta que se les ha hecho en repetidas ocasiones desde Valencia y que siempre desde Madrid han rechazado. La razón: que las cuentas no están claras.

La argumentación del Gobierno central es tan obtusa como mezquina. No apoyo por que no estoy dentro. No entro porque no veo las cuentas claras. Si se tiene alguna sospecha, lo que hay que hacer es entrar para descubrir quién o quiénes han robado o mal gestionado. Es su obligación. Si el Ministerio tiene sospechas de que se gestiona mal el Palau de les Arts, ¿a qué está esperando para demostrarlo? 

Y les pregunto: ¿De verdad creen que Plácido Domingo apoyaría algo que fuera corrupto? Porque, y lo recuerdo en voz alta, el Palau de les Arts quien de verdad lo impulsa, quien lo promueve, quien lo sueña en la sombra es Domingo. Él es quien da el nombre de Schmidt para que fuera intendente del complejo. Él es quien da la cara en muchos despachos. Y él, quien da nombre al Centro de Perfeccionamiento que dirige Davide Livermore y en el que se encuentra Luana Chailly, la hija de Riccardo Chailly.

A esto se unen las lecciones de la experiencia. Cuando se menciona la presencia del Ministerio de Cultura en el patronato se plantea como si el Gobierno Central fuera el gran guardián de los dineros públicos, como si el Ministerio no hubiera formado parte, por ejemplo, del patronato del Palau de la Música Catalana, donde Fèlix Millet saqueó los fondos con una eficacia digna de tareas más nobles. El Ministerio entró en 2001 en el patronato. Las primeras denuncias anónimas llegaron en 2002. Valiente control el del Ministerio. El saqueo superó los 30 millones de euros, según los cálculos que hizo en primera instancia el valenciano Joan Llinares.

Una vez se destapó el escándalo, el Ministerio siguió, como es lógico, en el Palau y continuó con su aportación. Incluso cuando no estaba de acuerdo. Habida cuenta lo sucedido en el Palau de la Música Catalana, hablar de que sólo se apoya lo que se controla suena, así de entrada, a broma de mal gusto porque es evidente que el control en el auditorio de la ciudad condal por parte del Ministerio fue de rechifla.

Es falso que sean esas suspicacias lo que les ha detenido. Si Lassalle ha bloqueado y ha negado y negará el pan y la sal al Palau de les Arts es por motivos que van desde el centralismo más ramplón, ¿por qué Valencia debe tener ópera? y ¿por qué debe ser mejor y más barata que la de Madrid?, hasta su estulticia que le impide apreciar el trabajo que se está haciendo en el coliseo valenciano, pasando por su ambición desmedida.

Porque, por si fuera poco, este ninguneo le interesa a Lassalle en su sordo enfrentamiento con el ministro Wert, con el que mantiene una pésima relación. Si el secretario de Estado no ha sido cesado pese a desoír al ministro en numerosas ocasiones hay que buscar los motivos más en la Vicepresidencia del Gobierno que en el Ministerio. A Lassalle le protege Soraya Sáenz de Santamaría, la niña de los ojos de Mariano Rajoy, guardiana de la quintaesencia de España. Cada vez que Lassalle le da una patada a Catalá, es en realidad un dedo que le mete en el ojo a Wert. Cada vez que se planta y se niega a apoyar alguna propuesta procedente de Valencia, lo que hace es plantear un pulso desde el brazo de la vicepresidenta con su superior.

En esta guerra de poder que ha desatado el de Cantabria por su ambición, sueña con ser ministro, se podría decir incluso que Lassalle no tiene superiores, va por libre, el rehén ha sido el coliseo valenciano que un año más se ha quedado desprovisto de fondos nacionales. La aportación que recibirá el complejo que dirige la austriaca Helga Schmidt en 2015 será tan mala como en 2013.

Que el Palau de les Arts tiene su parte de culpa es obvio. No se habría llegado a esta situación si en su día se hubieran hecho las cosas como es debido. Primero, porque el Ministerio debería haber estado desde el principio dentro del patronato. Construir de espaldas a Madrid fue un acto de soberbia que ahora estamos pagando. Después, por el control económico. Porque, y eso es cierto, el Palau de les Arts ha sido la casa de tócame Roque, con unas cuentas desaforadas, desastradas, desordenadas, con gastos ridículos y barbaridades como pagos de viajes con cinco años de retraso.

Junto a esto, la carencia de un plan de adecuado para el uso de los espacios del complejo ha llevado a la situación actual, justo en el otro lado, donde en lugar de fomentar conciertos de calidad el Palau de les Arts se abre a cualquier tipo de actuación de música popular. El anuncio este miércoles de la presencia de David Bustamante el próximo 10 de enero se une a las más que inminente visita de los Cantajuegos o Pimpinela. Para eso nos hemos gastado 500 millones de euros. Olé.

La situación es tan ridícula que hay quien dice que el complejo ha programado su día de puertas abiertas este domingo con dos conciertos en el Auditorio Superior para evitar que el dúo argentino sea el encargado de abrir la temporada. Algo de dignidad aún queda. Y más cuando se tiene noticia de que se han perdido conciertos como uno de Bryan Adams que se iba a celebrar en abril de 2015.

Pero centrar las culpas en el complejo sería injusto, sería acusar del crimen a la víctima. En estos nueve años las producciones del Palau de les Arts han tenido una repercusión internacional, una respuesta y un aprecio de los críticos, que merecerían no uno, sino varios votos de confianza. La calidad de lo que se ha visto sobre el escenario valenciano debería ser motivo de orgullo para cualquier amante de la música, cualquier persona sensible, al margen de ideologías o afinidades territoriales; no sólo los valencianos, sino todos los españoles porque lo que ha sucedido en el Palau de les Arts era de todos: madrileños, catalanes, murcianos, castellanos, cántabros, de todos...

El complejo valenciano era un proyecto internacional, hecho en Valencia pero internacional. Era una iniciativa de talla mundial. No era una falla. Tenía mimbres de grandeza. La Reina Sofía venía de continuo. Han pasado por aquí decenas de alemanes, japoneses, aficionados del Liceo de Barcelona organizaban expediciones con cientos de melómanos... Demasiado bueno para nuestros políticos. El presidente Alberto Fabra y la alcaldesa Rita Barberá sólo iban cuando lo hacía la monarca. En la inauguración del último Festival del Mediterráneo el desinterés de Fabra fue tal que tuvieron que llamar a la presidenta de Tyrius, la asociación de amas de casa, y ésta a su vez a unos amigos para completar el palco presidencial.

El Palau de les Arts se ha ganado mucho más de lo que Fabra se imagina, mucho más de lo que el Ministerio de Cultura le da, mucho más de lo que Lassalle ofrece, mucho más de lo que Wert y Català están dispuestos o pueden pelear. Porque, ésa es otra, quizá a ambos les pasa como a Wotan en La valquiria de Wagner: "(...) pues yo, /señor mediante pactos, /de los pactos soy ahora esclavo".

El futuro se prevé gris. Schmidt se irá y con ella su agenda, la que le permite descolgar el teléfono y conseguir cualquier cantante y director. Plácido Domingo no volverá. Mehta, para qué comentarlo. Los gobiernos cambiarán. Se mantendrá una programación de circunstancias. Los montajes perderán calidad porque, sin buenos directores, los mejores cantantes no querrán venir. La orquesta que con tanto mimo creó el malogrado Lorin Maazel se irá deshaciendo.

Al final sólo quedará un edificio gigantesco lleno de problemas, más de 40.000 metros cuadrados, una mole que, como los moáis de la isla de Pascua, será una metáfora de cómo la torpe y presuntuosa vanidad de los gobiernos populares valencianos, unida a la mezquindad de los Gobiernos centrales (PSOE o PP, no ha habido diferencia en el trato) han terminado por hundir una de las pocas cosas que realmente han valido la pena de estos años de desenfreno y exceso.

Si al final ocurre eso, si al final la ambición del primer mediocre con cargo institucional puede más que el trabajo y el talento de diez años de ópera, quizás es cierto que no nos lo merecíamos. No los valencianos; los españoles. Todos. Y lo mejor que podría hacer entonces el Palau de les Arts es desaparecer. Que se lo tragase la tierra. Para que nuestra vergüenza no fuera insoportable. Si nos queda alguna para entonces, claro.

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