Cultura y Sociedad

'DISEÑO PARA EL PENSAMIENTO'

'Qué feo es ese cartel': Una reflexión sobre el diseño

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VALENCIA. Como diseñador prefiero decir que un cartel no es adecuado, que no cumple su objetivo de comunicar algo (la comunicación de un mensaje es la esencia del diseño, no confundir con el arte), pero hay que reconocer que carteles horripilantes pueblan nuestras calles y desprenden nuestras ya mal acostumbradas retinas. Pero claro, esto es lo que opina un diseñador, y no lo que la mayoría del público detecta.

Tenemos un problema de educación visual. En entornos en los que un valor (pongamos el diseño) es maltratado, el paso del tiempo consigue que se pierda conciencia de qué está bien o mal (diseñado) ya que lo mediocre se convierte en estándar. Así, en pocas décadas, Valencia ha pasado de lucir unos sublimes carteles de fallas a vulgares obras de aficionados con ordenador

Pero alguien hace esos malos carteles, ¿no?

Desprofesionalizar los encargos a la hora de contratar diseño lleva a la destrucción de un sector. No darle importancia a la comunicación de una empresa o institución lleva a corto plazo a una situación donde ya no se echa en falta hacer las cosas bien, y no ser consciente de la pérdida de calidad suele llevar a ese bucle del que es difícil reponerse, y lo peor es acostumbrar a que hacer las cosas mal no está tan mal. Es lo que veo que ha ocurrido al no cuidar la aplicación del diseño a rótulos comerciales, a carteles institucionales o incluso al mundo del envase.

Como en muchas profesiones creativas, la falta de criterio crea una falsa noción de que cualquiera puede hacerlo, el caldo de cultivo ideal para que el intrusismo aparezca en este destructivo bucle que tanto temo. Como remate, cuando ambas partes entran al juego de la ausencia de buen criterio proliferan también los concursos especulativos de diseño, mala práctica donde las haya que da por sí misma para otro artículo.

Recientemente estuve en Oporto. Mucha gente define las grandes ciudades portuguesas como si la España de los 50 se hubiese congelado, como un viaje en el tiempo a una bella decadencia, y lo cierto es que pude disfrutar de una de mis obsesiones, la tipografía aplicada a fachadas y a rótulos con una maestría que ya me gustaría ver en las calles de mi avanzada (nótese la ironía) ciudad.

Se ha perdido el arte de la rotulación para destacar un comercio frente a la competencia, nos hemos acostumbrado a rótulos que no ofrecen nada, una salida al paso de poner el nombre del negocio cara a la calle sin pensar en la función que debe cumplir. Es lo peor que le puede pasar al diseño, deja de ser diseño para ser una palabra escrita, un dibujito o una idea mal plasmada.

Opino que es bueno y necesario ser críticos con esta situación de diseño de saldo. De hecho, uno de mis miedos es que el silencio de un sector a manifestarse públicamente termine con no tener elementos buenos, ejemplos buenos a la hora de hacer un balance o de criticar. Sería lamentable que llegase un momento en el que un diseñador que empezase sólo pudiese ver buen diseño echando la vista atrás y no tuviese un momento contemporáneo como buen modelo.

No me refiero a despellejar cualquier atisbo de falta de profesionalidad o el uso de Comic Sans. No creo tampoco que señalar a quien no haya contratado a un diseñador vaya a beneficiar a nadie y uno es libre de hacer uso de los sectores y de los profesionales que le venga en gana o que económicamente pueda permitirse, así que en este sentido y a modo de autocrítica es momento de que seamos los diseñadores los que entendamos que el problema es nuestro y, como tal, pensemos qué está en nuestra mano por cambiar el panorama.

En España los apoyos institucionales se han diluido con los años, las administraciones públicas ligadas al diseño se fueron por otras órbitas o directamente se estrellaron y los organismos que gestionaban diseño y empresa han desaparecido entre canibalismos gubernamentales víctimas de malos asesores y pésimos directivos. Por otro lado, el asociacionismo profesional no está demostrando saber reaccionar ante una realidad de cambios de fórmulas y modelos, y es fuera de estos círculos donde surgen propuestas más interesantes que incitan al intercambio de opinión, conocimiento y debate.

Se apuesta, además, poco a nivel institucional por la crítica del diseño, algo que sin duda haría madurar a la profesión, y acercaría la sociedad a este mundo tan mal entendido e incomprendido a veces que es el del diseño y la comunicación visual. 

Este problema de educación visual no sólo aniquila el criterio de una sociedad al juzgar un diseño sino también a la hora de valorar la función del diseño como herramienta comunicativa. ¿Y qué hace falta para recuperar una buena cultura visual? ¿Podemos reeducar nuestras retinas o nos damos por perdidos y convertimos las escuelas de diseño en hamburgueserías gourmet?

Hace falta mucha labor pedagógica. Y no sólo somos los diseñadores los que nos tenemos que dedicar a ello con nuestros clientes sino que hay armas que en buenas manos pueden hacer buena tarea. La televisión es un medio que al igual que destruye criterios (y neuronas) también es capaz de reeducar. Una caja erróneamente llamada tonta que ha demostrado que a base de insistir en una temática es capaz de relanzar todo un sector como el de la gastronomía en tiempo récord.

En apenas meses hemos visto que todo canal, público o privado, tiene su propio programa de cocina. Formatos de otros países, programas nuevos, copias de copias, adaptaciones, realities, concursos... Toda la parrilla televisiva actual está tocada por el mundo gastronómico, lo cual, a su vez, inunda las redes sociales y ha coincidido con un momento de eclosión y a la vez de afirmación de grandes talentos patrios con nombres y apellidos, convirtiendo la cocina en el fenómeno del momento dando el salto de los medios especializados al público general. Ahora hay un crítico de cocina en cada casa y tras cada cuenta de Twitter.

Por otro lado, para que la gastronomía haya llegado a triunfar en la televisión nacional primero ha pasado por otra importante fase de aceptación popular como fue la publicación de crítica gastronómica en prensa, ese paso necesario para ser materia de interés cultural.

En buenas manos, y entendiendo el diseño como un ejercicio teórico y de valor cultural, los programas o espacios de tv orientados al público general educarían visual e intelectualmente al espectador, además de ayudar al sector del diseño, lo cuál favorecería directamente al tejido empresarial nacional, ya que el buen diseño utilizado de forma inteligente es una importante ventaja competitiva a la hora de vender tanto local como internacionalmente productos y servicios.

Si consumimos diseño, ¿por qué no existe la crítica de diseño como algo popular, al igual que la gastronómica, cinematográfica o literaria?

No sé si esta ausencia de criterio general es causa o consecuencia de que si bien lleva un par de décadas debatiéndose de fronteras hacia afuera cómo debería ser la crítica del diseño gráfico, en España no existe un histórico en el análisis del diseño gráfico (al igual que la profesión como tal llegó tarde). Es un problema que no va tanto por reinventar el sector sino por generar foros de debate a varios niveles y motivar la crítica y la autocrítica. Pensar, al fin y al cabo, que es lo que le falta al diseño de saldo que ha convertido al diseñador en un mero técnico de herramientas informáticas.

Estas apocalípticas líneas son realmente una llamada a las armas. A perder el miedo a empuñar la crítica, razonar, a veces ganar y a veces perder, discutir, aprender a argumentar como la mejor defensa y generar debates. Será bueno para toda una sociedad, no sólo para el diseñador.

El diseño no es sólo el dibujo impreso, la etiqueta o el cartel, es el proceso que lleva a una solución final. Porque como dice Juli Capella, "todo está diseñado pero no todo está bien diseñado".

Critiquemos, que algo queda.

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