Cultura y Sociedad

Rafael Chirbes reflexiona sobre Valencia: ¿Quién edifica lo duradero?

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BARCELONA. Valencia, Roma, Nueva York, Argel, Madrid o Moscú. O quizás Barcelona, Valladolid, Calcuta, Berlín y la Irkutsk de Miguel Strogoff. Ciudades imaginadas a través del cine y la literatura, desdobladas luego en la experiencia vivida de Rafael Chirbes (La buena letra, Mediterráneos, Crematorio, En la orilla) quien las rememora para el público reunido en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), en el marco del ciclo de debates Ciudad Abierta.

El escritor ha decidido pensar la ciudad desde la memoria, hogar de una particular geografía en donde se superponen mito, realidad e imaginación. Chirbes nos cuenta la llegada en tren a la Estación del Norte de Valencia de un niño de provincias, fascinado por el torbellino sensorial que le ofrece la capital del Turia. La ciudad como frenesí de diversidad y contradicciones que deslumbran al infante, quien descubre fascinado la posibilidad del anonimato en el bullicio de las plazas, pero también en las oscuras callejuelas del barrio chino. Quiere ver el misterio trágico que se le abre ante los ojos, pero su madre, sabiamente protectora, le devuelve a la rutina de los parientes y los paseos por el puerto, adonde llegan los otros mundos que el niño apenas ha imaginado, y que localizará luego en el mapa del colegio.

El texto que Chirbes lee con voz pausada nos ofrece la idea de la ciudad múltiple, ánfora cambiante que contiene el "barro humano" del día a día. Al fin y al cabo la ciudad es también un "producto de la memoria", y como tal siempre alberga la posibilidad de ser otra. Se forja por tanto en la imaginación, ya que "las ciudades verdaderas han devorado a las de ficción, incorporándolas a su realidad". Una lección que invita a recuperar la ciudad de las manos de los grises burócratas, a quienes les provoca pavor la concepción de la misma como abierta e imaginativa (a no ser que dichos términos estén al servicio de recaudar millones).

Chirbes acaba su lectura descubriéndonos "la ciudad de los escritores y la de los constructores" (carpinteros, fontaneros, paletas...la del hormigón que moldea el paisaje Mediterráneo). Ambas son producto de una labor artesana que nutre nuestra idea transitoria de ciudad, ya que "el libro y la casa son expresiones de la dureza exterior que cualquier accidente puede derribar". Estas palabras, que el autor rescata de su libro Por cuenta propia, dejan al público ensimismado, atrapado en el interrogante "¿quién edifica la duradero?", una cuestión que retomará en las preguntas del público, para bromear sobre la posibilidad de un futuro en donde el aumento del nivel del mar permita bucear sobre las ruinas de Salou.

La idea de ciudad que el escritor valenciano comparte con el público es precisamente la que hoy en día más temen los políticos, de la misma manera que su literatura incomoda por despertar la conciencia enterrada en los años de burbuja inmobiliaria. Ambas son construcciones honestas y por lo tanto en ocasiones resultan demoledoras, ya que no se rinden a las modas (sociales o económicas), y nos recuerdan el ambiguo poder de la cultura como "formación de la mentalidad de la gente". Una labor que hay que tomarse muy en serio, con la aspiración de evitar los infiernos irreversibles que la mala cultura (la de mirar hacia otro lado) y el banquete de fantasías nos han dejado como legado.

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