VALENCIA. Hace unos pocos años, la historiadora Frances Stonor Saunders publicó un libro fundamental para entender la cultura occidental contemporánea. Se titula La CIA y la guerra fría cultural y en él hace un estudio atroz en el que vincula la financiación de la agencia norteamericana a colectivos y manifestaciones culturales de diversos órdenes, desde la música a la literatura, para lo de siempre: luchar contra el comunismo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, tal y como se explica en el libro, la CIA pagó a intelectuales, escritores, periodistas y artistas, subvencionó revistas y congresos, elevó a determinados movimientos culturales para esconder otros y llevó a cabo, en definitiva, una labor conjunta para usar la cultura como un laboratorio político para generar en la sociedad norteamericana una serie de ideas que creasen ese caldo de cultivo consistente en atacar todo lo que oliera a izquierdas.
El cine fue un medio en el que el poder político puso especial empeño. Entre los años 40 y 50, Hollywood pasó de ser una industria liberal y de tendencia progresista a exportar un modelo de vida reaccionario, con las barras y estrellas como la metáfora del mundo libre. Es decir, Hollywood empezó a prestar atención a las directrices de la Casa Blanca para contentar a la clase política.
Esta situación explica que, por ejemplo, en la ceremonia de los Oscar del pasado fin de semana, fuera la mismísima mujer del presidente del país quien entregó un premio a Argo, una historia sobre agentes de la CIA.
De repente, muchos medios de comunicación en España, muchos periódicos importantísimos pertenecientes a grupos mediáticos internacionales han puesto el grito en el cielo. Qué vergüenza, Hollywood vendida al poder político, han venido a decir estos medios. Los mismos medios que critican, por cierto, a los actores españoles si muestran la mínima voz discordante con el gobierno español.
No hace falta simular ahora que nos escandalizamos con estas cosas porque son evidentes desde hace décadas. La industria del cine estadounidense está al servicio del establishment, del mantenimiento de un sistema al que no se cansa de legitimar. Basta con ir a un cine a ver La Jungla: un buen día para morir. Lamentablemente, la película no ofrece lo que promete su título, y en esta entrega no muere el personaje de Bruce Willis.
Ya saben, John McClane, ese policía que siempre está hecho polvo, de resaca, sucio y con una vida personal que es un desastre. Pero, una vez más, McClane es, ante todo, un profesional. Y un norteamericano de pro. De modo que en esta quinta jungla, cuando se entera de que su hijo está metido en líos en Moscú, pues allá se va él, a liarse a leches con todos, a destrozar coches y a volar edificios. Porque para eso es norteamericano.
Es lo que hace McClane cuando llega a la capital rusa. Se encuentra a su hijo por la calle y, claro, el buen hombre quiere pararse para decirle que le quiere mucho. Como el hijo no se detiene porque es espía y le están persiguiendo, pues McClane roba un camión, recorre media ciudad detrás de su hijo destrozando lo que encuentra a su paso y liándose a tiros con todo dios. Y si alguien le habla en ruso (recordemos que están en Moscú), se ríe de él y le dice: "A ver si te crees que sé tu idioma".
Ésa es una de las características principales de estos héroes de pacotilla nacidos en los años 80: la continua exhibición de su ignorancia. Más avanzada la cinta, McClane junior le dice a papuchi que tienen que ir a acabar con los malos malosos que se encuentran en Chernóbil. "¿En el Chernóbil de Suiza, donde hay nieve y gente esquiando?", pregunta Bruce Willis. "No, papá", le responde el hijo "En Chernóbil, no Grenoble". Si fuese un tío de Lepe, ya tendríamos chiste al canto. Pero como es un héroe yanqui como Bruce Willis, la gente en el cine ríe la gracia.
Lo mejor llega, con todo, en la parte final, cuando llegan a Chernóbil y se lían a tiro limpio con los malos. Algunos llevan un traje antiradiación, otros no. McClane y su hijo van en mangas de camisa, luciendo bíceps, calva y mala leche. Al final se produce, entre tanto disparo y tanto tortazo, otra explosión a la que sobreviven el padre y el hijo. Se dan un abrazo, se dicen que se quieren mucho y ya pueden volver a casa después de haber expandido su savoir faire no importa dónde, en Suiza-Francia o en Rusia-Ucrania. Qué más da, si todo lo que sea salir de ese remanso de democracia que es Estados Unidos se considera tercermundista.

Hay que decir que uno se pasa toda la película alimentando la esperanza de que esta vez sí, que igual en ésta se muere el personaje de Willis, pero en seguida caemos en la cuenta de que no estamos viendo una película de arte y ensayo sino una cinta de héroes de los años 80. Y todos ellos siguen el camino marcado por el maestro Sylvester Stallone cuando realizó la obra germinal del movimiento maskachapas: Acorralado, adaptación de una novela de David Morrell. En el libro, John Rambo moría al final. Stallone le salvó la vida porque estos héroes no pueden morir jamás, por el bien de la taquilla y de las esencias imperialistas de este cine repulsivamente reaccionario que tiene un nuevo ejemplo en esta Jungla 5.
Hasta el momento, Bruce Willis había disimulado bastante bien. Las anteriores entregas de la Jungla habían sorteado este maskachapismo de la cultura del músculo jugueteando con influencias directas del cine de acción de los años 70, como la cita que hay a Harry el Sucio en la segunda entrega, con McClane corriendo de cabina de teléfono en cabina de teléono. No obstante, esta Jungla 5 opta por salir de una vez por todas del armario: aquí de lo que se trata es de matar a todo el que no ha tenido la inmensa suerte de nacer en la tierra de los hombres libres.
Se nos olvidaba un apunte: el personaje del hijo de McClane es un agente de la CIA que está en misión secreta en Rusia para impendir un nuevo resurgimiento del terrorismo-comunista: es un nuevo tipo de mal que aglutina los mayores temores de cualquier norteamericano de bien: comunistas terroristas. En definitiva, que no hace falta descubrir en Argo una loa a la CIA y mostrarnos como damiselas sorprendidas: esa loa está presente en todo el cine de Hollywood, forma parte de su ADN. Es más, es un rasgo constitutivo de la cultura estadounidense, como demuestra el libro de Saunders. Porque hay algunas cosas netamente americanas.
Ficha técnica
La jungla: un buen día para morir (A Good Day to Die Hard) EEUU, 2013, 98'
Director: John Moore
Intérpretes: Bruce Willis, Jai Courtney, Sebastian Koch, Mary Elizabeth Winstead
Sinopsis: John McClane echa de menos a su hijo. Así que decide ir a Moscú a su encuentro. Allí descubre que es agente de la CIA en una misión secreta, de modo que ambos deciden perseguir a los malos por Rusia y Ucrania destrozando todo lo que encuentran a su paso para que quede claro que se trata de una misión secreta.