Cultura y Sociedad

EL CABECICUBO

'Tu casa a juicio': especuladores, decoradores new age y Vaginesil

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MADRID. Si viven en una comunidad de vecinos vigilen que la gente que tenga niños pequeños no haga migas. Suelen juntarse en grupitos, hablan de las cacas de los críos, de otros temas de interés como Cristiano Ronaldo, pero cuando se acaban los datos que compartir sobre el portugués y a las heces con forma de melena como las del Caudillo de sus hijos no dan para más metáforas, dirigen la vista como poseídos al portal de casa. Dicen que está viejuno, que luce poco, que a mí es que me da vergüenza y, zas, en la próxima junta votan todos unidos y te meten una derrama de cien euros para poner sillones de cuero y renovar los cuadros con escenas de caza o cambiarlos por algún mondongo moderno.

¿Por qué sucede esto? No se sabe. Redecorar parece una necesidad instintiva de las gentes. Muy bien podrían adornar su interior leyendo a Corín Tellado, pero no. Lo tienen muy claro: quieren comprar muebles, subirlos, bajarlos, pintar aquí y barnizar allá, iluminar acullá, poner una fuente con chorrito en mitad del salón.... Prueba de todo esto es que hasta tienen un programa de televisión, 'Tu casa a juicio' (Love it or list it).

Lo emite cada día Divinity después de comer. A veces no sabes qué es más curioso, si el programa o la publicidad. Hay spots de Fave de Fuca, los típicos, y algún otro que parece de Martes y 13. Por ejemplo, el de Vaginesil, un lubricante vaginal que se anuncia para un modelo de mujer que está atareada con las labores hogareñas, acuesta a los niños también, y lo que se da a entender es que al final del día necesita esta ayudita por ahí abajo para que su marido pueda aliviarse con ella y que "no se pierda la pasión". Es escalofriante.

Pero lo importante es que 'Tu casa a juicio' va sobre decorar. Concretamente sobre redecorar una casa o mudarse. Hay dos presentadores. Una mujer británica que te redecora la casa y un caballero, típico vendedor a domicilio que lejos de avergonzarse de ello se enorgullece de serlo, que dirían Faemino y Cansado, que te consigue una casa nueva para que te mudes. La gracia está en lo que elija la pareja, si la redecoración de su hogar o irse porque al final del programa, un presentador le paga los margaritas al otro según la elección.

¿Sirve para algo esta tontuna? Sí. Para empezar gracias a la TDT este programa se puede seguir en inglés, de modo que usted ya no tiene excusa para no saberse el nombre de todas partes de una casa, además de todo lo relacionado con las reformas, en la lengua de Shakespeare. Si es usted una víctima del reventón de la burbuja inmobiliaria y le gustaría seguir poniendo ladrillos por el mundo entero como un curri de los Fraggle fuera de control, empiece sintonizando Divinity.

Luego también pilla uno conceptos de antropología. Por ejemplo, son canadienses y hay varias obsesiones reflejadas en este programa que llaman la atención. La principal es la que denominan "Master bedroom". La habitación de matrimonio tiene que tener un baño y el armario, el "walk-in-closet", ser del tamaño de otra habitación adyacente. Una habitación toda llena de ropa es muy útil si perteneces al mundo del circo o si en sus ratos libres el hombre de la casa se dedica al travestismo, pero en otras circunstancias resulta llamativo que no puedan conformarse con un armario normal y corriente.

En el caso de las reformas, no suelen tener mucho secreto. La presentadora va por ahí con el Autocad en una tablet y lo que mejor sabe hacer es echar tabiques abajo. Te lo pone todo diáfano y los americanos aplauden, aúllan y agitan el puño. Se observa también, en este aspecto, una obsesión considerable de las mujeres de la casa por tener el salón y la cocina sin estar separados por una pared. Eso es el colmo de la elegancia. Y quién sabe si en el país de la libertad hay algún tipo de creencia sobre que la familia que huele a fritanga unida permanece unida o algo así.

Hubo un caso que clamó al cielo. El de una señora que quería el salón y la cocina diáfanos y un horno doble. Se gastó tanto dinero en ese horno que luego no le llegó para reformar el baño, pero igual no le bastaba con hacer una pizza en el microondas y otra en el horno a la vez, necesitaba más. Así es la libertad. En Europa son detalles que no podemos entender porque tuvimos a Hitler y Stalin.

Por otro lado, la de las reformas también hace a los matrimonios la trece catorce de una manera escandalosa. Para ejecutar sus reformas tiene un presupuesto. Ella propone una serie de cosas y promete llevarlas a cabo. Sin embargo, si al empezar se encuentra algo raro, como que una instalación eléctrica no está bien, coge y la arregla. Y si se pule todo el presupuesto en eso, pues no hay más reformas. Luego llega la pareja todo contenta a ver su casa puesta a punto para poder rodar en ella películas porno presentables y, vaya, no hay nada, sólo le han cambiado las cañerías. En una de éstas, una mujer que estaba embarazada tuvo que ser hospitalizada de urgencia del disgusto.

También es bonito comprobar cómo se escuchan las parejas. Al final de cada episodio, tienen que decidir lo dicho, si se quedan con la reforma o con la casa nueva. Pues el otro día, después de parlamentarlo durante un buen rato, al ser preguntado -¿qué habéis decidido?- contestaron a la vez, él: "¡la casa nueva!"; ella: "¡la reforma!". Suponemos que esa noche tuvieron que recurrir al Vaginesil.

En otro orden de cosas, llaman mucho la atención unos rótulos que aparecen cuando se reforma una casa. Son parecidos al 'españolisto' de Ana Pastor, pero se podrían llamar "El especuleitor" porque lo que indican es cómo se sobreprecia la casa conforme se tiran tabiques y se ilumina el salón con suficiente estilo como para que Luis Cobos pueda tocarse. El rótulo es impagable, dice como palpitando: "¡ahora cuesta 50.000 dólares más!".

Pobres ingenuos, aquí en España pones en un descampado al director de una caja de ahorros, un concejal de urbanismo y un honrado trabajador del crimen organizado, los tres jugando a los chinos. ¡Tres! ¡dos! ¡cuatro! Y el rótulo bien podría salir con "¡Ahora cuesta siete millones de euros más!" Y todo sin moverse del sitio.

Pero a ese nivel no llega 'Tu casa a juicio'. Y eso que los precios de las viviendas cambian de un barrio a otro cosa mala, aunque nunca sabemos en qué ciudad se encuentran. Por lo pronto, recomendamos el programa al menos para aprender a poner ladrillos en inglés, que falta hace.

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