MURCIA. De la noche a la mañana te encuentras formando parte de la categoría más ambigua y difícil de nuestro sistema de parentesco y no tienes manual ni orientación fiable que te ayude a desenvolverte sin estrés en tu nuevo papel. Las relaciones matrimoniales o conyugales suelen tener unas expectativas mutuas, más o menos ajustadas, pero las relaciones entre cuñados, no. Es una relación que hay que construir desde cero en situación de indecisión y riesgo permanente. Nunca sabes si te pasas, o te quedas corto. Si respondes a las expectativas, o las defraudas. No tienes otra que aventurarte por el peligroso ámbito del ensayo y error.
¿Será excesivo un masaje tailandés entre cuñados? ¿Se molestarán mis cuñados si rechazamos por décima vez su invitación a cenar? ¡Lo ven! Siempre entre Escila y Caribdis. Yo diría que lo de los masajes tailandeses quizás resulte algo excesivo en una relación incipiente; en cambio, lo de rechazar tantas veces una invitación a cenar puede que sea pasarse por defecto. Igual intuyen que no disfrutamos de su compañía y se molestan.
"La familia consanguínea viene ya hecha pero en el parentesco por afinidad hay que trabajárselo con el sudor de la frente"
Como la RAE no aclara mucho, ni se moja, al definir cuñado como el "Hermano o hermana del cónyuge, o el cónyuge del hermano o la hermana", no tengo más remedio, antes de describir las características del buen cuñado, que aventurarme a dar una definición provisional. En una primera aproximación, diría que, cuñado o cuñada es alguien a quien apenas conoces y con quien es posible que no coincidas (al menos, de entrada) en ideas, intereses, ni inquietudes, que se mete, de pronto, en tu vida y, a veces, en tu casa y se empeña en simular (o, lo que es peor, incluso en creer) que existe una estrecha y automática relación de amistad y confianza (que, quizás todavía no haya tenido ocasión de establecerse) y que, por alguna misteriosa razón, piensa que debe lograrse por un procedimiento de urgencia.
Por poner un ejemplo, los cuñados, al principio (los recién-cuñados, más bien) son parecidos a los compañeros forzados de un ascensor. Personas a las que no has elegido, pero con las que te ves obligado a coincidir durante un tiempo, mediante una relación de proximidad, quizás excesiva para tu comodidad. La única diferencia es que en el ascensor sólo te ves obligado a iniciar una conversación intrascendente que justifique esa intimidad forzada, mientras que los cuñados, además de trasladarte muchas más obligaciones, hacen planes para ti a la primera de cambio. En el ascensor no suele ser así.
Creo que lo explicaré mucho mejor si acudo a la introspección y analizo y comparto mis propios sentimientos como cuñado. ¿Qué impulsos irresistibles siente un cuñado en cuanto adquiere tal condición? Lo primero que siento, como cuñado experimentado, es un impulso irresistible para pensar en plural, es decir, una tendencia irrefrenable a introducir al resto de cuñados y cuñadas, sin necesidad de consultarles, pero con mi mejor intención, en mis planes y proyectos. ¿Sabéis lo que he pensado que podemos hacer juntos este fin de semana? Es una de mis frases preferidas cuando estoy en modo cuñado. No sé, quiero facilitarles la vida, hacerles felices, y dedico el mayor tiempo posible, sobre todo en vacaciones, a pensar lo que más les conviene e interesa. Además, considero que los planes colectivos que requieren mayor esfuerzo fortalecen la familia y contribuyen a su unidad. Si puedo proponer una caminata a pleno sol, siempre será mucho más interesante, como experiencia compartida, que un aburrido y fresco paseo al atardecer. La familia consanguínea viene ya hecha, con sus vínculos fuertes y claros, pero en el parentesco por afinidad, como es el nuestro, hay que trabajárselo con el sudor de la frente… del cuñado.
Otro impulso arraigado en mi condición de cuñado es el de mantener la máxima precisión posible en cuantas opiniones se manifiestan en las reuniones familiares. A ver, me explico. No todos en la familia tiene la misma facilidad para opinar sobre cualquier tema, como tenemos los cuñados. Y claro, nos corresponde la difícil tarea de contribuir a mantener el nivel cultural adecuado de la familia. No es fácil, ni cómodo. A veces nos cuesta, que otros entiendan nuestro papel, sobre todo cuando impartimos doctrina en áreas de la especialidad profesional o académica de otros familiares y nos vemos obligados a corregirles, pero, no podemos hacer dejación de nuestra responsabilidad, no lo podemos evitar, va en nuestra naturaleza el ayudar, lo comprendan, o no.
El tercer impulso que suelo sentir como cuñado es el de ofrecer, con el mayor entusiasmo posible, mis servicios como manitas y experto en bricolaje. En mi caso, eso resulta bastante sorprendente, ya que no tuve ocasión de cursar trabajos manuales en el colegio y creo que entre mis escasas habilidades no puedo destacar, precisamente, las manualidades, pero siento que la magia de ser cuñado me habilita para abordar retos insospechados. (Quod natura non dat, familia, praestat). La voluntad 'cuñadista' de ayudar, lo soliciten o no (la timidez, a veces, les bloquea) me acredita para ejercer de manera profesional, de albañil, jardinero, o fontanero especialista durante mis vacaciones estivales.
Por último, he de confesar, que no puedo resistir la tentación de visitar a mis cuñados durante las vacaciones. Durante otras épocas del año también me apetece verlos, pero con menor intensidad y empeño. Es precisamente en verano cuando percibo claramente lo mucho que me están echando de menos y siento la necesidad compulsiva de no frustrar sus expectativas. Ahora mismo, sin ir más lejos, estoy sintiendo que mis cuñados Amparo y Rafa están aburridos sin nosotros en Campoamor. No sospechan que en unos días iremos a verlos por sorpresa y les facilitaremos que descubran las ganas que tenían de compartir unos días con nosotros, aunque por dejadez, no fueran conscientes de ello. Los cuñados no podemos defraudarnos.