VALENCIA. El prestigioso diario inglés The Guardian dedicó en su edición de este miércoles un generoso espacio a la gigantesca estatua de Carlos Fabra que el pintoresco artista Ripollés está montando en los accesos al aeropuerto de Castellón.
El corresponsal del rotativo en Madrid, Giles Tremlett, no sale de su asombro. En un país, cuenta, castigado duramente por el paro, con graves problemas económicos, embarcado en fuertes recortes de gasto y subidas de impuestos para contener el déficit, se está levantando este despropósito a cargo del dinero público. 300.000 euros cuesta la cosa.
La crónica, que incide además en la 'poco edificante' figura del político que inspira la mole de 24 toneladas, recuerda que la Comunitat Valenciana es una de las autonomías españolas con mayor déficit, lo que ha obligado a la Generalitat a poner en marcha fuertes recortes.
Una vez más la Comunitat Valenciana aparece en los 'papeles' y no por sus virtudes. Convertidos en el ejemplo de todos los males y excesos cometidos en España, las excentricidades de algunos gobernantes valencianos saltan fronteras de forma periódica exhibiendo nuestras vergüenzas en países donde la imagen de la Comunitat ya está seriamente dañada.
¿De qué sirve que hace unos días los tres hombres fuertes del Consell compareciesen ante los medios de comunicación con semblante grave para anunciar fuertes recortes y el fin de la era del despilfarro vinculado a los grandes eventos si, al mismo tiempo, ajenos a la realidad, en los aledaños del fantasmagórico aeropuerto de Castellón se levanta una estatua que simboliza, precisamente, el derroche sin sentido al que se asegura se va a poner fin?
La credibilidad del Consell de Alberto Fabra pasa por una política firme de afrontar la crisis. Solo así los valencianos (y el Gobierno de Rajoy, y los mercados) le darán credibilidad y podrán asumir sacrificios. Pero si mientras con una mano maneja una tijera y con la otra permite que determinados compañeros de Gobierno sigan estirando más el brazo que la manga ya sea con estatuas propias de otras épocas o aferrándose a proyectos o impropios para esta coyuntura, la imagen de la Comunitat Valenciana seguirá deteriorándose, si es que ello es posible.
Chocante, que diría un flemático lector de The Guardian...