VALENCIA. La semana pasada comentábamos el duro desgaste electoral al que está siendo sometido el PP a causa, fundamentalmente, de la crisis económica y su gestión de la misma. Un desgaste que podría incluso afectar al habitualmente sólido "suelo" electoral de este partido, llevándole a los abismos del 30% de intención de voto, e incluso menos. Pero quedó pendiente escrutar cuál puede ser el efecto en nuestra sufrida Comunitat Valenciana.
El 9 de octubre, el diario El País (Comunidad Valenciana) publicaba su tradicional encuesta anual, que mostraba unos resultados demoledores para el PP: 34% de los votos, es decir, quince puntos menos que en las últimas elecciones autonómicas. Un resultado estimado de 42 escaños, lo cual le alejaría de la mayoría absoluta incluso aunque pactase con UPyD (partido que, según la encuesta, lograría entrar en Les Corts con seis escaños). A diferencia de lo que ocurre a nivel nacional, no contamos con encuestas alternativas que nos permitan cotejar si el desgaste del PP es efectivamente tan acusado o no; pero, sin duda, hay muchos factores que invitan a pensar que puede ser así.
Certificando el final de un modelo
Contrariamente a lo que podría parecer si revisamos la evolución de los sondeos y sus frenéticos cambios en las semanas previas a cualquier proceso electoral, la decisión del voto es, en la mayoría de los casos, un fenómeno derivado de la sedimentación de muchos factores que se van acumulando en el ánimo del votante a la hora de adoptar una decisión. Esto es: los cambios de intención de voto son lentos, no rápidos, salvo que concurran circunstancias particularmente traumáticas, desde el punto de vista personal, para el votante (como, por ejemplo, un despido).
Por eso es difícil pensar, en principio, que un partido como el PP, que ha instaurado una tan sólida hegemonía en la Comunidad Valenciana a lo largo de casi veinte años, pueda perderla en poco más de uno. Sin embargo, al PP se le acumulan los problemas, muchos de ellos de difícil resolución. La dimisión de Camps vino a certificar el principio del hundimiento definitivo, a ojos de los valencianos, de lo que llevaba años hundido: el modelo de crecimiento instaurado en la última década, basado en el sector inmobiliario y en los grandes eventos sufragados o subvencionados con dinero público en abundancia.
Un modelo que hace menos de dos años, durante la campaña electoral de las elecciones autonómicas, parecía que casi todo el mundo defendía; hace un año, muchos lo defendían; hace seis meses, aún lo defendían algunos. Y ahora... ¿realmente lo defiende alguien? Evidentemente, la puesta en cuestión de lo que ha sido, prácticamente desde la llegada de Eduardo Zaplana a la presidencia de la Generalitat en 1995, la piedra angular del proyecto del PP para la Comunidad Valenciana, constituye un problema de primer orden para sus expectativas electorales.
El inexistente "poder valenciano"
A esto se une el enorme maltrato al que está siendo sometida la Comunidad Valenciana, desde el punto de vista de su imagen en el resto de España. De la misma forma que en los días de vino y rosas, la Comunidad Valenciana era vendida como un modelo a seguir, ahora se ha convertido en el patito feo del que todos huyen y al que todos critican.
Da la sensación de que en torno a cualquier problema, escándalo o muestra de despilfarro, tarde o temprano, la Comunidad Valenciana estará ahí labrándose 'méritos' al respecto: el aeropuerto con menos aviones, el dispendio en grandes eventos más desmesurado, los casos de corrupción más clamorosos... Sea realmente cierto lo anterior o no sea así (personalmente, me gustaría saber cuánto insistirían los medios en la ciudad fantasma de 5.000 viviendas construidas por el "Pocero malo" en Seseña si se hubiera hecho, por ejemplo, en Requena), el foco está puesto en Valencia para todo lo negativo.
Y, por supuesto, este maltrato también se complementa con el castigo sistemático al que está siendo sometida la Comunidad Valenciana por parte del Gobierno central: sin inversiones, sin peso específico en Madrid, y sin reconocimiento de su aportación económica, que causa un importante déficit anual en las cuentas, mientras la Comunidad Valenciana se aleja más y más de la media española en términos de riqueza (doce puntos por debajo, y bajando).
Ante la situación de maltrato, son cada vez más los que, desde la sociedad civil y también desde las propias filas del PP valenciano, solicitan del president Fabra una muestra de firmeza; una protesta clara que haga valer lo que en el pasado se conoció (y hoy se cita casi como un chiste) como 'poder valenciano'. Pero es realmente difícil que Fabra dé un puñetazo en la mesa que resulte verdaderamente eficaz. A fin de cuentas, el actual president fue colocado en su puesto por el propio Mariano Rajoy, que ahora es quien se dedica a ignorar y maltratar a la Comunidad Valenciana.
Todo ello ante la impotencia de Alberto Fabra, que poco puede hacer al respecto, dado que no cuenta con la legitimidad de haber ganado unas elecciones, y cuyas críticas, débiles y esporádicas, suenan como un mero brindis al sol frente al maltrato de quien, supuestamente y desde 2004, se nos dijo que iba a ser la panacea para Valencia por oposición con el 'malvado' presidente Zapatero.
Las redes clientelares
Tampoco hay que perder de vista los problemas intestinos que pueden provocar en el PP el debilitamiento de las redes clientelares a causa de los despidos, recortes e impagos. Si sumamos a los 3.000 despidos de empresas públicas valencianas anunciados por el Consell los que generarán el ERE de RTVV y los despidos en la Agencia Valenciana de Turismo, son más de 4.000 los empleados que se irán a la calle. Muchos serán votantes del PP; y muchos de ellos, además, habrán conseguido el puesto no en virtud de su competencia laboral, sino de su pertenencia al PP. La quintaesencia del voto clientelar, desgraciadamente tan habitual en una España donde el caciquismo decimonónico nunca se fue, sencillamente se adaptó a los tiempos.
Estas redes (generadas tanto desde la Administración autonómica como desde las diputaciones y corporaciones locales), extraordinariamente eficaces para movilizar el voto afín incluso en circunstancias adversas (piénsese, por ejemplo, en la resistencia del PSOE en Andalucía en las recientes elecciones autonómicas), se basan en la certidumbre de que, a cambio de la fidelidad absoluta, propia casi de pretorianos, al partido éste se encargará de proveer lo que convenga.
Por ejemplo, puestos de libre designación muy bien remunerados, en la Administración pública o en las empresas derivadas de la misma, para gentes con una capacitación laboral a veces dudosa o directamente inexistente. O encargos cautivos a empresas afines que prácticamente trabajan en exclusiva para la Administración pública (no en vano, a menudo fueron creadas con ese exclusivo propósito). El lector puede figurarse lo que ocurrirá con al menos una parte de estas redes clientelares si acaban en despidos o impagos: disuelta la red, se pierden los 'clientes'.
Por último, y como telón de fondo de casi todo lo anterior, nos queda la pertinaz crisis económica, y sus devastadores efectos sobre el voto de todos aquellos que se creyeron en su momento las soflamas, excesivamente entusiastas, de que el PP nos sacaría de la crisis poco menos que en un par de tardes, que el paro desaparecería como por ensalmo, y que aquí la fiesta no acabaría nunca.
A este planteamiento se me dirá, sin duda, que es más que prematuro. Que quedan dos años y medio para las Elecciones Autonómicas, y que en ese tiempo pueden pasar muchas cosas. Y, en efecto, así es. Pueden pasar muchas cosas. Puede recuperarse la economía y pueden mejorar las expectativas del PP. Pero, y disculpen por solemnizar lo obvio, las cosas también pueden empeorar, o no mejorar lo suficiente, o no mejorar lo suficientemente rápido.
Tres perspectivas que harán que la actual situación del PP empeore con el tiempo, no mejore. Una sombría perspectiva que bien supo ver Núñez Feijóo en Galicia, y por eso adelantó las elecciones autonómicas a octubre. Para tener, hoy domingo, muchas posibilidades de ganarlas con mayoría absoluta, lo que quizás no ocurriera dentro de tan solo unos meses.
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#pray for... Lucía Etxebarría
El pasado lunes, 15 de octubre, se fallaba el Premio Planeta en su edición de 2012. Un fallo que no puede decirse que generase una gran tensión entre los asistentes a la gala y el público que lo siguió a través de los medios, fundamentalmente porque sus ganadores ya se habían filtrado a la prensa horas antes: el novelista Lorenzo Silva (ganador) y la periodista de TVE Mara Torres (finalista). Un apabullante ejemplo de "no-noticia" o, para ser más precisos, de simulación ritual. Una escenificación de lo que no parece sino un encargo a los autores que, meses antes del fallo, ya saben que van a ganar o a ser finalistas. ¡Para algo les han encargado la novela!
Sin embargo, hubo una persona que no conocía a los ganadores con antelación... ¡Y ni tan siquiera después del fallo! La también escritora Lucía Etxebarría, que tuiteó lo siguiente al conocerse a los ganadores: "Gana el Planeta Lorenzo Silva. Finalista, Mara nosequien de TVE". El follón, y la emulación jocosa a través de Twitter, estaban servidos.
Un olvido peculiar, máxime dado que ambas, Lucía Etxebarría y Mara Torres, compartían mesa en la cena de gala, aunque no tan sorprendente si tenemos en cuenta las ya múltiples salidas de tono y comportamientos, como mínimo, peculiares, de Lucía Etxebarría en Internet, bien sea enviando a las redes sociales fotos de ella desnuda, plagiando a otros autores o editando su propia página de Wikipedia
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Guillermo Lopez es profesor titular de Periodismo en la Universitat de València