Dave Warrington es una persona tranquila que hace las cosas con calma. Sin prisas. Llega al Estany del Pujol, en la Devesa de la Albufera, con dos sillas plegables que abre con parsimonia, luego apoya su mochila en un tronco, saca un pequeño tetrabrik con zumo de piña y se lo va bebiendo a pequeños sorbos. Su mochila no esconde grandes secretos: unos prismáticos Viking y un catalejo de 30 aumentos que lleva dentro de una funda de color verde militar. Este inglés de 52 años trabaja como guía ornitológico, viste con ropa para ir por el campo y se protege la cabeza con una gorra que lleva un pin de un ave.
A su espalda queda lo que mucha gente conoce como el lago del Saler. Es el Estany del Pujol y si Dave te presta sus prismáticos puedes ver que, en la pequeña isla que hay en medio, habita allí una cantidad abundante de gaviotas que no paran de graznar. Es la época de cría y muchas están buscando pareja. El guía explica que son gaviotas de Audouin. La gente, sobre todo ciclistas, pasan sin prestar atención a estas aves. Ignoran que son casi una rareza en el mundo. Un tipo de gaviota que jamás ven en el norte de Europa o en otros continentes y que aquí están en plena cría con una población abundante. El día anterior, sin ir más lejos, un cliente que venía de Estados Unidos, le preguntó a Dave si sería posible ver una gaviota de Audouin y él se sonrió al pensar en este hábitat donde no iba a ver una sino un montón.
El Estany del Pujol es un lago artificial. Al principio se creó para hacer una dársena deportiva en una urbanización que estaba proyectada ahí mismo. Pero afortunadamente se evitó y se aprovechó esa especie de gran piscina para crear ese pequeño embalse al que las aves le han cogido el gusto. Antes se delimitaba con una simple cuerda sujeta con estacas, pero desde hace un par de años se hizo un cercado con cañas para evitar que los perros se colasen por debajo de la cuerda y arrasasen con los nidos que hace en la arena el chorlitejo patinegro, una pequeña ave que Dave localiza rápidamente con su catalejo.
Dave Warrington pasa casi todos los días en entornos como este. Un premio a su audacia. Hace 14 o 15 años decidió dejar un buen puesto de trabajo en Inglaterra para dedicarse a mostrar las aves a los amantes del birding o birdwatching en la Comunitat Valenciana. No se arrepiente de aquella decisión que dejó incrédulo a su hermano, que solo acertó a mover la cabeza a ambos lados cuando supo que iba a dejar su elevado sueldo para dedicarse a buscar pájaros para los clientes que se lo pidiesen, y a su madre, siempre incondicional, como todas las madres, que respondió con una mezcla de afecto y confianza en su hijo: “ay, David, si es lo que quieres, si a ti te hace feliz…”. Y sí. Es lo que quería y es algo que le hace muy feliz. “Estoy contentísimo con mi trabajo. Tener la suerte de trabajar con lo que es tu pasión es lo máximo”.
Él nació en Sheffield, al norte de Inglaterra, y creció rodeado de una familia -un padre carpintero y una madre peluquera- que no le gustaba especialmente la naturaleza. Pero el pequeño David sentía una atracción irresistible y una de sus aficiones preferidas era sentarse en el jardín con una guía de aves y los enormes prismáticos del abuelo Sydney. “Desde niño siempre fui muy inquieto y quería saber qué había por ahí, qué eran los bichos que me encontraba, qué me rodeaba… Y desde entonces soy un friki de las aves”.
Pero durante los primeros 38 o 39 años llevó una vida más convencional. Primero estudió Marketing y Negocio en Sheffield y luego se puso a trabajar. “Me pasé muchos años trabajando en la industria del acero en tres o cuatro empresas distintas como director de ventas por toda Europa. Me tiré viajando al extranjero, casi todas las semanas, durante 14 o 15 años. Tenía éxito y era feliz. Hasta que llegó un día en el que fui consciente de que tenía un trabajo privilegiado, con un sueldo bastante elevado, pero quería cambiar de vida”. Esa inquietud pudo ser la crisis de la 40. Quién sabe. Pero coincidió con sus primeros viajes a la Comunitat Valenciana y el descubrimiento de un territorio con una naturaleza hermosa y muy valiosa, con aves y paisajes que le enamoraron.
A su primera mujer la conoció en Inglaterra. Su familia era de Gandia y con ella viajó por primera vez a València en el año 2000. Aún no había decidido dejar el acero, pero la afición por las aves la mantenía desde la niñez. “Siempre ha sido algo esencial en mi vida”. Con el tiempo se convirtió en un experto, aunque no le gusta esta palabra. “Cuanto más sabes en este mundo, más consciente eres de que tienes que aprender más. Hay mucha gente que dice que es experta, pero a mí no me gusta esa palabra, aunque está claro que para hacer mi trabajo tengo que saber mucho: lo que vendo es mi conocimiento”. Pero Dave cree que hay otros valores tan valiosos como una sabiduría enciclopédica. “Hay que compartir ese conocimiento de una manera muy humilde. Entre mis clientes hay desde principiantes hasta expertos, y, en medio, toda la gama de colores. Lo que a mí me gusta es que todos sientan que pueden preguntar cualquier cosa. Así es como puedes ayudar a la gente a conocer con más profundidad el mundo de las aves”.
Dave se mudó a España en 2007. Se nota en su vocabulario, que es rico, aunque mantiene intacto su acento de Sheffield y la dificultad para pronunciar las erres y algunas otras letras, aunque esto le da cierto encanto. Al principio se instalaron en La Drova, cerca de Barx (La Safor). “También pasé un tiempo en València, pero no soy muy de ciudad, y ahora vivo en Xàtiva, en una casa en el casco histórico”. Durante unos años trabajó en remoto, pero en 2011 fundó su empresa: Valencia Birding. “Empecé de cero, con un folio en blanco donde iba anotando las ideas; todavía lo conservo. Para mí sí fue fácil tomar la decisión, pero mucha gente me decía que estaba loco porque tenía un buen puesto y un sueldo bastante alto. Pero yo buscaba algo más personal. Hace 12 o 13 años, la Comunitat Valenciana no estaba en el mapa de los observadores de aves. Por un lado, eso lo hacía más difícil, pero al mismo tiempo, más chulo porque estás al principio de algo, y además había menos competencia. A mí me atraía emprender ese viaje de empezar algo nuevo en un sitio nuevo y poner la zona en el mapa. Ahora la Comunitat está más reconocida como destino de birding”.
Los ciclistas pasan por la orilla del lago. Muchos han cruzado el puente que pasa por encima de la Gola del Pujol. Otros pasean a sus perros. Unos pocos caminan con niños que parece que sigan de Pascua. Pasa tanta gente que uno piensa si es que no trabaja nadie. Luce el sol, que aún no hiere, y hace algo de viento. Dave, más que a las personas, mira de vez en cuando al cielo, distraído por el vuelo de un pájaro.
No se cansa de verlos. Y menos aún en esta primavera que estalla con fuerza en la Albufera. Los graznidos de las famosas gaviotas rompen la calma. El Estany del Pujol es uno de los puntos principales para ver ciertas aves. Dave se los conoce todos desde aquella primera salida en la primavera de 2011 con una pareja de Finlandia que viajó hasta València para ver determinadas especies. El guía se tiró todo el día intentando agradar a sus clientes y de vez en cuando les miraba de reojo, o afinaba el oído, para averiguar si les gustaba la visita. Pero no había manera. “Los finlandeses no son tan expresivos como los españoles, y no muestran sus emociones, así que no había manera de saber si les estaba gustando la experiencia. Pero al final del día me dijeron que les había gustado mucho. Visitamos varios lugares aquí en la Albufera: el Racó de l’Olla, el Estany del Pujol, los arrozales… Ellos tenían una lista con seis especies que querían ver y logré que las vieran todas”.
Valencia Birding no trabaja solo en la Albufera. La empresa de Dave Warrington también realiza salidas por la Marjal dels Moros, las sierras del interior, la Marjal de Pego-Oliva, El Hondo, el Clot de Galvany… Su último cliente ha sido ese estadounidense que quería ver una gaviota de Audouin. Se ha venido a teletrabajar desde València durante un mes y ha aprovechado para contratar los servicios de Dave durante tres días. El guía programa en función de las necesidades o apetencias del cliente. No fija un día para que se apunte todo el que quiera. Es raro que la salida incluya la comida. Eso solo lo piden los españoles. Los extranjeros consideran una pérdida de tiempo ir a comer a un restaurante. Ellos quieren ver las limícolas, los moritos, las garzas reales…“La semana pasada salí con dos parejas de Barcelona y ellos sí querían comer en un restaurante. Pero lo normal es llevar en una mano los prismáticos y en otra, los bocatas”.
La mujer del inglés, Itziar, también forma parte de este mundo alado. “Ella trabaja para la Fundación Migres, que es una fundación científica y hace mucho trabajo de reintroducción de aves, sobre todo de rapaces. Ella es técnico responsable de la reintroducción del águila pescadora y este proyecto está en la marjal de Pego-Oliva”. Pero se conoce todos los humedales y cualquier rincón donde pueda haber abundancia de aves en la Comunitat Valenciana. Su principal virtud como profesional es que sabe dónde encontrar cada especie. Por eso, antes de abrir su empresa, se tiró un año saliendo periódicamente a conocer cada rincón.
A él también le gusta ir a otras regiones o países a observar las especies autóctonas. Hace tres semanas estuvo con Itziar en la Rioja. Allí se hartó de ver buitres, cigüeñas y bastantes rapaces. “Vimos más de 80 especies”. Dave conoce lugares fantásticos para contemplar las aves. Una de sus preferidas está en el norte de Inglaterra, por la costa de Yorkshire, en unos acantilados que se llaman Bempton Cliffs. Es un paraíso de las aves marinas donde nidifican miles de aves.
La ornitología también tiene una vertiente competitiva. La lucha o la carrera por ver más especies nuevas y anunciarlo entre la comunidad de ornitólogos. El descubrimiento, en su jerga, tiene un nombre: ‘bimbo’. A Dave no le gusta participar en ese ‘juego’. “Para mí, y esto es algo personal, eso no es tan importante. Esto no es una competición. Esta afición es bonita y sana y limpia, y no me gusta nada el concepto de cambiar algo tan guay para convertirlo en una competición. Aunque si veo algo nuevo, comparto la información porque somos una comunidad pequeña. Pero si hay una especie rara en Murcia, yo respeto al que coge el coche y se va a verla, pero yo no lo hago, no es tan importante para mí”.
También le molesta, y le asusta, el fervor de los profanos por los flamencos que han invadido la Albufera. Su vistoso color rosa, ese cuello largo y flexible como una manguera, su forma de meter el pico con la cabeza del revés en la lámina del agua para sacar los pequeños crustáceos, cautivó a la gente, que, sobre todo el año pasado, se lanzó en masa por los ‘tancats’ sin respetar la distancia que necesitan para vivir tranquilos y poder criar. Personas que iban con el móvil hasta colocarse a un metro o que daban palmas para que salieran volando y que, así, la foto fuera más espectacular.
Esta experiencia hizo reflexionar al ornitólogo inglés. “Tenemos que aprender del boom del flamenco. Tenemos que aprender a vivir con la naturaleza. Y eso implica entenderla, no molestarla. Aprender a observarla y disfrutarla sin invadirla. Es cuestión de educación y eso viene desde la infancia. Fue una experiencia bastante fea pero que te crea una oportunidad para educar en lo que hay que hacer y lo que no. Ojo, que yo entiendo que la gente quiera ver un espectáculo así, con decenas de miles de flamencos, es normal. Pero el aprendizaje es la forma de hacerlo”. Dave recuerda la importancia de la convivencia con las aves en diferentes entornos. Porque le gusta recordar que están por todas partes. Incluso en las ciudades y los polígonos industriales. “En València hay cernícalos, vencejos, incluso un ave que se llama roquero solitario y que normalmente habita en las montañas”.
La fascinación por los flamencos le recordó a Dave algo que sucedió en Escocia hace años. En un lugar llamado Loch Garten descubrieron que tenían el último nido de águila pescadora. Eso planteó una cuestión: ¿Acotar y privatizar ese área o no? “Estaba en juego perder ese único nido, pero tomaron la decisión de informar a la gente de que había un nido y explicar la importancia de protegerlo. Gracias a esa decisión aumentó el respeto por esta ave y la naturaleza en general. Ahora mismo hay 300 nidos de águila pescadora en Loch Garten y en el proyecto de reintroducción que hay en la Comunitat Valenciana, los pollos provienen de Escocia”. Dave e Itziar viajarán en julio a Escocia para traerse algunos pollos de águila pescadora. En noviembre irán a Inglaterra para ver las limícolas que llegan desde el norte de Europa e Islandia. Y, de paso, aprovechar que es la época de cría de focas.
Dave se queda un rato con el catalejo apuntando al ‘estany’. Ahí siguen alborotadas las gaviotas de Audouin. En la orilla, después de buscarlo durante un rato, ha encontrado al chorlitejo patinegro correteando por la arena en busca de algún gusano. La gente pasa y lo mira como si fuera un bicho raro. Y raro es que alguien, hoy en día, pueda dejar pasar el tiempo sin moverse del sitio, con la mirada fija en el horizonte, deleitándose con el vuelo de las aves.