Hoy es viernes de alegría máxima, que nos vamos de bebercio a Corea, arrea. A la del Sur y a saltitos. De acá para allá, trago a trago y a lo loco.
De arriba a abajo, en grandes ciudades y con alguna paradita para retrepar colinas. Entre cerves locales, maravilla de cócteles, un par de vinillos y su famoso soju, destilado no muy cargado y que, por estos lares, siempre está de tu lado. Todo con muchos banchan, esos miles de platillos que nos han apasionado. En viajazo de ensueño con el que nos soñamos volviendo, recordando emociones y empezando con una Cass, que será la primera de muchas. Lager sencilla y refrescante que nos viene rebién para mitigar calores en cualquier instante. Matando la sed con soltura. En respiro rápido y a palo seco si nos dejan o con cualquier cosita de comer, que en esta ocasión será una barbacoa de carne vacuna en Wangbijib Myeongdong.
Pasamos al cocteleo con un Leegang ju Martini. Base de leegang con lillet blanc, vermú seco, drambuie y bitter de naranja. Mezcolanza que es suavidad mirando a paisaje floral cuidado por bellas personas que le dan forma sin tocar el fondo. Picoteando unos palitos de colores entre el picante y el dulce y con el jazz de fondo. ¿Qué dónde? En el Ghiwon, gran bar que versiona clásicos con licores locales.
Es hora ahora de restaurante importante, que nos espera Onjium, su barra y un menú basado en clásicos del país que es disfrute total. Y para beber una botella de vino, por supuesto. Un sorprendente Athenais de Beru Bourgogne Aligote 2019. Elección acertada de acidez dorada y aroma que enamora. Matices que se adaptan a cada bocado y que acompañan de forma ideal a esa bonita charla final.
Continuamos con un Frank Sinatra. Ginebra y whisky en combinado supuestamente duro, pero que no resulta así. Porque tiene el balanceo pedido para que, aparentemente, sea comedido. Bosquejo de altos árboles que crecen entre vainas de vainilla. En SookHee, fantasía de lugar donde no es necesaria ni la carta, porque saben leerte la mente con certeza y un cuenquito de chips de remolacha que dedicamos a nuestro Eric.
La penúltima antes del reposo diario es con una Margarita perfecta. En su sitio, sin tonterías y cero dulce. Con los vinilos girando desvergonzados y con los pelos bien coloreados. Porque estamos en Old Jazz and Rock, uno de esos hogares que surge por casualidad y que a partir de ahora quisieras que estuviera en tu ciudad. Ajolá, guapita, ajolá.
Tras la noche toca turisteo y una mañana de mucho caminar. Viendo cositas lindas entre chaparrones y ese sol que es la más justa justicia. Momento perfecto para una Good Eye. Cerveza con un toquecito de limón y jengibre. Revitalizante y rollo refresco más que serio. Porque es amargor con un punto cítrico al fondo. En el espacio de arte Ceboan y sin nada más, que nos espera un almuerzo contundente.
Y llega para darle al soju, que para algo estamos donde estamos. Con un Soju Jinro Chamisul, licor de baja graduación sin olvidar ser bien forzudo. En su vasito chico y sorbo a sorbo para ir mimetizándonos con los lugareños. Relajando cuerpos agotados y calmando los ardores propios de las recetas locales. Y lo mejor, adaptándose a los mil condimentos de la sopa de pollo negro y ginseng de Tosokchon Samgyetang.
Seguimos con paseazo descontrolado hasta fines mundiales de arquitecturas singulares. Y vuelta con descanso en Insadong donde se hace necesario bajar los sofocos con una Jenju Geomeongale. Cerveza negra con cafeses a tope y tostados que reponen lo perdido e inspiran lo imprescindible, que va a ser poner un hanbok en nuestras vidas.
Procedemos a su adquisición y chimpón, que ahora nos apetece un whisky un montón. Y para eso nos acercamos al Bar Ray y elegimos el Laphroaig Quarter Cask. Con hielo de los muy top y elegancia pura. De carácter circunspecto, respetuoso y absolutamente hermoso, despacito y con esos pretzel y un poco de chocolate negruzísimo.
Y hablando de chocolate, nos disponemos a ir a Myeongdong Sookhee a probar su Orange and Chocolate Old Fashioned. Nos lo pone difícil, porque hallarlo es tarea ardua, pero merece la pena, vaya que sí. Ese local escondido con aires de opulencia oriental donde nos dejamos envolver por los amargos del cacao arropados por el whisky y el punto de la piel de la naranja. Cierre de lujísimo para una jornada que supondrá un hasta luego por aquí, que esto va para largo y volveremos en modo coreano, pero en un par de semanas.