AL OTRO LADO DE LA COLINA / OPINIÓN

De carteles electorales e hiperliderazgos

Algunos líderes viven estresados por aparecer en los medios, mientras el público en general vive al margen de tanta hoguera de las vanidades y lo único que quiere es que finalmente les solucionen los problemas

20/10/2018 - 

Estos últimos días, por no decir semanas, meses, años, hemos podido ver los efectos de los nuevos tiempos en lo que respecta a los liderazgos. Si esos nuevos tiempos que algunos llaman sociedad líquida (por no decir gaseosa) que proviene del concepto de “modernidad líquida” creado por Zygmunt Bauman, en donde el individuo y por tanto la sociedad es algo tan flexible que se adapta a cualquier molde social, económico o político, donde nada es permanente y todo fluye, y donde el ser humano (ojo, el de nuevo cuño) se vuelve un nómada social, donde no tiene porque comprometerse ni con su entorno (incluida familia), ni con su ideología, ni su religión ni con su país, el único compromiso es con su propia existencia tornándose en un ser consumista (y por tanto egoísta) ávido de estímulos.

El impacto de esta “modernidad líquida” en la política, ha traído, entre otros efectos, el hiperliderazgo. Esta figura es fácilmente reconocible en multitud de políticos de la esfera internacional (en la nacional estamos ya hartos de sus apariciones televisivas), como es un Emmanuel Macron, esa persona que desde puestos de alto funcionario de finanzas se pasó al otro lado para servir a intereses bancarios, en concreto la Banca Rothschild, y después desembocar en política como un desconocido en el puesto de asesor del presidente François Hollande y más adelante en 2014 ser nombrado, por el primer ministro Manuel Valls, ministro de Economía y Finanzas, posteriormente y tras sólo estar dos años en el gobierno, dimitió para crear su partido que lo llevaría al año siguiente al Palacio del Elíseo como Presidente de la República Francesa; aunque recordemos, tuvo en Nicolás Sarkozy un claro antecedente de hiperlider, así el político francés Jean-Pierre Raffarin afirmó que con él surgió la “República del Liderazgo”.

Otro de los personajes mundiales afectados de este extravío, es el Presidente de los Estados Unidos de América Donald Trump, en el que confluyeron diferentes factores para serlo, desde un pésimo tándem en contra, la candidata del establishment Hillary Clinton con una herencia pésima del presidente Barack Hussein Obama, a lo que se unió un hartazgo de los americanos por la Globalización políticamente correcta, que les había llevado a tener menos protagonismo en el mundo, así como un problema de deslocalización de puestos de trabajo y todo ello mezclado (aquí también hubo mucho mestizaje de votantes) con unas altas dosis de dominio de los medios y redes de un empresario, que salió a jugar por jugar, y terminó ganando el partido.

Y finalmente, para no eternizarme, y aunque no tanto, un Vladimir Putin, que aunque comparte similitudes con los anteriores, el difiere en que él domina y crea al personaje y no al revés como los anteriores, dado que es un hombre con trayectoria de servicio público, altas dosis de Inteligencia (sobre todo en su faceta de servicio secreto), y unos valores mucho más sólidos que líquidos de los dos anteriores. Aunque como no, en otras esferas de la vida también existen, como en economía, como el tecnológico australiano Elon Musk, fíjense la multa de 20 millones de dólares que le impusieron por incontinencia en las redes, y ahora anuncia una inversión de otros tantos 20 millones, o en futbol como pudieran ser o intentar ser Cristiano Ronaldo o José Mourinho.

Muchos de ustedes estarán ahora mismo preguntándose si este tipo de personajes no han existido ya anteriormente en la Historia. Pues sí, algo parecido ya ha existido, personajes como Julio César, Napoleón Bonaparte, Vladimir Lenin, Benito Mussolini…, compartían con el perfil del hiperlider uno de los dos factores determinantes para serlo (en mi opinión), como es el carácter mesiánico, que de la RAE se puede deducir, y es una de sus acepciones, como esa persona que se caracteriza por generar una confianza injustificada y/o desmedida en que va a ser un benefactor para la colectividad. En donde el detalle de esa esperanza desmedida e injustificada es muy importante, es determinante, porque finalmente terminan desinflándose o sencillamente fracasando.

Pero por otro lado está la segunda característica, que yo la denominaría de exhibicionista, que otra vez y mediante la RAE, nos la lleva a definir como ese deseo persistente y excesivo de mostrarse al público de la mejor manera posible. Ya ven que la RAE lo delimita perfectamente, y hoy en día con los medios y redes de comunicación en esta sociedad de la información el exhibicionismo puede alcanzar los límites del paroxismo; esta característica lleva un elemento colateral que es el carácter hiperactivo generalmente del personaje, lleva siempre un ritmo (por lo menos en apariencia) frenético.

Delimitado el concepto de hiperliderazgo, sólo nos queda afirmar que es un problema para nuestro sistema democrático, sobre todo desde una perspectiva parlamentarista; pues los personalismos sustituyen a los discursos y consideraciones políticas, la apariencia y el sentimentalismo pueden más que la razón y la ética, y en el que además la servidumbre y obediencia ciega al líder puede más que la sincera lealtad (bidireccional); este hiperliderazgo desde la perspectiva de política y virtud está más cerca además de la percepción de Maquiavelo que de la de Aristóteles. También quizás el problema ha surgido porque los partidos clásicos no han cumplido con ese contrato social del que tanto hablaba y escribía Jacques Rousseau, y en momentos de crisis el hiperlider aflora de la mano de los populismos.

Esto nos lleva hasta nuestros días a preocuparnos más en los carteles electorales (fíjense lo que pasa en el ayuntamiento de Valencia) que en proyectos políticos en sí, acuérdense aquel famoso lema de Julio Anguita, “programa, programa y programa”, y lo que nos debe preocupar más a los ciudadanos es que hacen o pueden hacer nuestros líderes en mejorar nuestra forma de vida, que en quién es el que se exhibe (que también es importantes) como cabeza de lista.

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