Hoy es día de vino y rosas, hedonistas. De los de las más rositas y ponemos la copa a ver si caen cositas, que comienza la función, así que fuera cuitas
Nos movemos sorteando fauna y flora entre pink flamingos y alguna pantera sonrosada. Lo mismo da viendo buena peli o mordisqueando bollitos, porque hablamos de vinos bonitos. De los de siempre y para cualquier momento y ocasión. Esos de pálidos colores venidos de uvas tintas y a veces con sus blancas, pero que en cualquier caso nos encantan. Bebidos en otoño, invierno, primavera o verano. En el Cairo vestidos de púrpura o en abadía de crímenes con mucho nombre. Porque todo está rebién si estamos bailando, rueda que rueda, entre un montón de rosados, algún clarete y un solo Rosete.
Empezando por el G.D. Vajra Rosabella Rosato 2018 (G.D. Vajra). Nebbiolo, dolcetto y barbera del Piamonte italiano venido para hacerse nuestro amigui. Porque es frescales contenido y en apariencia algo tímido, que de pronto se destapa en acidez sin fisuras y expresión ilimitada. Y nos da una y mil vueltas para decirnos que es chulo al lado de un plato de caracoles voladores y chica guapa.
Como la que ilustra y da lustre al Arrayán Rosado 2018 (Arrayán). Syrah y merlot desde tierras toledosas y bien presiosas. Austeridad y estructuras de las que dan seguridad. El reposo que fluye con soltura mientras susurra palabras de tranquilidad y buen sentir. Equilibrio, elegancia y su retranca, y tan a gusto con unas codornices con pistilos floridos.
El Quinta de Aves Rosado 2018 (Quinta de Aves) sorprende con su vulcanismo por Campo de Calatrava. Cabernet franc y graciano en armonía de pirados, hecha con la cabeza puesta siempre en su sitio. Rico, sabrosón y dispuesto a agradar a todos los que se aproximen a él sin prejuicios. Porque sabe comportarse y mejor con unos tomates verdes fritos.
Desde la República Checa llega el Nestarec Youngster Rosé 2018 (Milan Nestarec) para enseñarnos lo que es el pilirrujismo. Chardonnay y neuburger entre fresas, regaliz y otras chucherías, todas colorás y resalás. Estiloso y cero soso tiene los adornos justos para hacerse ver con discreción y un soufflé de queso que ni Sabrina.
Loquito y muy gallego de mencía, el Komokabras Rose D´Mencial 2018 (Adega Entre os Ríos) nos llena de intensa frescura y frutas recién recogidas. Rocío mañanero y esa brisilla con la que nos levantamos cada día deseando seguir viviendo. Y bebiendo, que es de trago largo y desaparece mientras devoramos un famoso sándwich de pastrami.
El Rosé vom Opok 2017 (María & Sepp Muster) es austriaco y serio de varietales innombrables de nombres como blaufränkisch, zweigelt y blauer wildbacher. Vinoso y misterioso se enfrenta dichoso a todo lo que se le ponga por delante. Porque tiene medicinas de las que saben a niñez y curan cualquier mal. Tan entrañables como esa ratatouille de ratoncillo.
Con el Dominio del Pidio Rosado 2018 (Dominio del Pidio) volvemos a las antiguas costumbres de recordar el tiempo en que el hacer era tranquilo y despacito. Ribera del Duero de tempranillo y albillo es un chiquillo que se hará mayor hasta tocar el cielo con los dedos. Cremosa fragancia con su punto estiloso y unos sesitos rebozados, pero mejor de cordero, mono.
No muy lejos y en la línea de retomar el mejor de los pasados, nace el Pícaro del Águila Rosado 2016 (Dominio del Águila). Ensamblaje de montones de uvas, tanto tintas como blancas, con resultado florido. Matices mil millones, con largura y atractivo que nos conduce por callejones sinuosos para comprar unos noodles con ternera y setas. Estupenda recompensa a la caza.
Disfrutón y entretenido, el Rufia 2018 (Joao Tavares De Pina) asegura que a eso ha venido. Desde Dão y con variedades rufete y Jaén, es saltarín y con toda su gracia dispuesta a acompañar muchos buenos ratos. En campos abiertos al infinito y entre viandas de todo tipo porque tiene su tanino fino. Por ejemplo con unos pastelitos rellenos de carne y algunos oscuros secretos.
Saltamos a La Rioja con las dos siguientes botellas y la primera de ellas: el Boceto de Exopto Rosado 2018 (Bodegas Exopto). Tempranillo y garnacha de fondo lameruzo y desenfadado que alimenta de lo lindo. Sencillez envuelta en ambiente de frutales y nos la jugamos con ese gazpacho de mujeres nerviosas como somos.
Nos ponemos formalitos ahora y con el Viña Tondonia Rosado 2009 (R. López de Heredia Viña Tondonia). Garnacha, tempranillo y viura de mítica bodega que gana día a día que lo esperamos. Complejidad con fuerza y estructura que, corre que corre, nos recorre sin dejar indiferencia. Sabiduría en buena compañía junto a un canard en crôute.
Desde Francia y con amor Les Grands Carmes de Simone Rose 2014 (Château Simone) es terreno de ver crecer frambuesitas chicas y alguna cereza gorda. Revoltijo de grenache blanc, cinsaut, merlot y mourvedre que en acertada combinación resulta restallante a mogollón. Versátil y con su textura nos lo bebemos con un plato compartido de espaguetis y albóndigas de carne.
También en país galo está el Cerdon Méthode Ancestrale 2016 (Alain Renardat-Fache). Espumoso rosita de gamay y poulsard con métodos ancestrales, orgánicos y biodinámicos. De los de cero de azúcar y poquitos grados. Menuda burbuja, retozona y frutosilla que combina con su justa agilidad y un pastel de manzana no muy dulce.
Llega el final de este relato con el Rosete 2017 (Roseta and Cume do Avia), ni rosado ni clarete, porque él es otra historia. Locura de tintas de antaño, con un puñao de blancas que hacen acto de presencia durante la fermentación. Ligereza y distinción que nos conducen a lo etéreo, pero dejando huella, que tiene personalidad para pisar bien fuerte. Paseo por pueblo gallego, en familia y bajo paraguas, que igual sí que llueve. Pero no importa, siempre hay refugio con este vino y una hamburguesa Big Kahuna. Y así nos despedimos, hasta dentro de un par de semanas, entre pétalos bonitos y copa sin espinas.