Primero fue un libro, después una película, y ahora un ensayo. Las vidas de El castillo ambulante, novela original de la británica Diana Wynne Jones y publicada en 1986, son múltiples e infinitas. El periodista y escritor Francesc Miró analiza ahora todos los detalles de la producción audiovisual, adaptada por Hayao Miyazaki y Studio Ghibli en el año 2004, en Biblioteca Studio Ghibli: El castillo ambulante
VALÈNCIA. Confiesa Francesc Miró (Oliva, 1992) que ha perdido la cuenta de las veces que ha visto El castillo ambulante. Y con razón. En el libro que acaba de publicar junto a la editorial sevillana Héroes de Papel –a la venta desde el pasado 14 de septiembre–, disecciona, analiza e interpreta numerosos aspectos de esta película de animación japonesa firmada por Hayao Miyazaki y Studio Ghibli en el año 2004 y basada, a su vez, en la novela homónima de la escritora británica Diana Wynne Jones de 1986. Un proceso, el de documentación y escritura, que le ha llevado cerca de un año, y mediante el cual ha seguido muy de cerca los pormenores de una película que, 17 años después de su estreno, sigue cautivando y emocionando.
En la librería Bartleby, donde nos citamos con él, el escritor y también periodista de elDiario.es explica cómo nació el proyecto. Tras publicar con Héroes de Papel ‘Réquiem por un vaquero espacial: el universo de Cowboy Bepop’, surgió la idea de continuar con la colaboración. Hablando con la editorial, que ya había arrancado la colección dedicada a Studio Ghibli con El viaje de Chihiro, y la había ido completando con La princesa Mononoke y Porco Rosso, el nombre de El castillo ambulante apareció como la opción más lógica para continuar con la saga.
"El castillo ambulante es una de las películas más importantes, ambiciosas y controvertidas del Studio Ghibli y, en particular, de la obra de Hayao Miyazaki. Un precioso cuento basado en la obra de la célebre escritora Diana Wynne Jones cargado de épica, romance, magia y filosofía", valora Ricardo Martínez, editor de Héroes de Papel. "Una delicia en la forma y en el fondo que, aunque en su momento no se vio como la obra maestra que es, supo ganarse el corazón de auténticas legiones de amantes del cine de animación", alega.
"En realidad, El castillo ambulante no es mi película favorita de Ghibli, ni la primera que me vino a la cabeza al escribir sobre el estudio", reconoce, por su parte, Francesc Miró, que admite su predilección por El viaje de Chihiro ("no soy nada original", sonríe). Pese a ello, El castillo ambulante atesora el nada desdeñable puesto de ser la segunda película más taquillera de Studio Ghibli. Y es que, aunque no es la producción más exitosa, ni la más célebre de la compañía de animación japonesa, "oculta una capacidad de fascinación increíble capaz de conquistar a más de una generación", estima Miró en el libro. Adentrémonos ya –sin demora– en El castillo ambulante.
Sophie, una joven sombrerera que vive en el mágico país de Ingary, atrae la inesperada atención de la Bruja del Páramo, quien la hechiza con un maleficio que le confiere el aspecto de una anciana. Con la firme determinación de buscar una solución a su situación, Sophie viaja al único lugar en el que cree que podrá encontrar ayuda: el castillo ambulante del temible mago Howl, quien, según dicen, se alimenta de los corazones de las jóvenes desprevenidas.
El argumento de El castillo ambulante resulta complejo y está lleno de matices, mensajes y referencias. ¿Por dónde empezar? ¿Dónde poner el foco? Para estructurar el libro, Francesc Miró cuenta que siguió el mismo camino que se había recorrido en las anteriores publicaciones de Biblioteca Studio Ghibli. Así, explorar el punto de partida, las influencias, los temas, el guion y la producción, el equipo detrás de la película o los personajes se convirtió en el armazón sobre el que construyó el relato. Un relato donde, además de Sophie y Howl, encontró la compañía del particular elenco de El castillo ambulante, compuesto por el irónico Calcifer, la altiva Bruja del Páramo, el entrañable Marco o el enigmático Navet.
Personajes y trama –a grandes rasgos– similares entre el libro y la película, pero con notables diferencias. Para Francesc Miró queda fuera de debate qué formato hace brillar más a la historia ("¿por qué elegir entre libro y película si puedes tener los dos? Sería absurdo") y considera, en su lugar, que cada uno aporta diferentes lecturas.
"La escritura de Wynne Jones está repleta de imágenes y su humor británico, a mí, personalmente, me encanta", señala el escritor. "También es una novela trepidante, con situaciones muy hilarantes", valora. "La película, por su parte, aporta a Miyazaki, el universo personal de Miyazaki, por ejemplo, respecto a la guerra", añade.
La Segunda Guerra Mundial estalló cuando Dianna Wynne Jones apenas tenía cinco años –Miyazaki no nacería hasta dos años más tarde, en el 1941–. Ambos vivieron los estragos del conflicto bélico, pero desarrollaron distintas formas de abordarlo. Así, y mientras que en la novela no se le concede excesiva importancia a este aspecto ("suelo dejar fuera la guerra en sí, todos sabemos lo horribles que son las guerras", sostenía la propia Wynne Jones en una entrevista), la película se convierte, de hecho, en un "alegato antibelicista" precisa Francesc Miró.
Laura Montero Plata, doctora en Historia del Cine, y autora del libro Biblioteca Studio Ghibli: La princesa Mononoke (Héroes de Papel) y del aclamado El mundo invisible de Hayao Miyazaki coincide con esta valoración. "El proyecto tiene mucho de Miyazaki; se ve, por ejemplo, en la construcción de los personajes; como la maldición de Sophie, algo que ya había explorado anteriormente en la película Porco Rosso", puntualiza.
Más allá del ejercicio de síntesis de Miyazaki en la película de El castillo ambulante, donde condensa personajes y omite subtramas del libro, Montero Plata considera que el director japonés "nunca hace adaptaciones fieles de las fuentes en las que se inspira". "Él tiene un universo muy definido, concreto, en su cabeza, y coge elementos de las novelas que le inspiran para darles una vuelta y convertirlo en algo completamente propio", detalla. Eso, al mismo tiempo, convierte a la obra en única. "Miyazaki se lo llevó a su terreno: lo narró según lo que él quería", recalca Francesc Miró. Una misma historia, distintas formas de contarla.
El debate sobre si la animación se dirige únicamente a un público infantil, afortunadamente, resulta cada vez más caduco. Todo el mundo puede disfrutar de las obras de Studio Ghibli y en esa diversidad de capas radica, precisamente, uno de los mayores triunfos de Hayao Miyazaki.
"El cine de Miyazaki, a priori, es para público infantil; eso es lo que él, al menos, proclama. Pero es cierto que parte de su éxito es que su cine apela a todas las edades. Su cine tiene varios niveles de lecturas, y eso hace que sea atractivo para unos y para otros", apunta Laura Montero Plata. El hecho de que la estética de Ghibli recree la de la compañía Toei Animation –considerada la precursora de la industria del anime en Japón, en los años 60–, y donde el propio Miyazaki trabajó, establece para Montero Plata una "conexión": una nostalgia o "gusto visual" que rememora otra época, y que conecta de esta forma con un público más adulto.
Francesc Miró, por otro lado, califica El castillo ambulante de película "sin edad". "No tiene un público objetivo", dice. En ese sentido, matiza que en realidad "casi ninguna película de Studio Ghibli es única y exclusivamente para niños". En el caso de la producción que centra este artículo, además, "apela a un público muy intergeneracional, porque su protagonista es una joven en el cuerpo de una señora mayor", evidencia.
Presentar películas a niños o niñas que resulten complejas no tiene por qué ser, además, un paso hacia atrás, sino un impulso. "Recuerdo que, cuando vi El viaje de Chihiro, lo que no comprendí fue lo que me empujó a saber más. Exponer a un público infantil temas que puedan parecer complicados puede resultar estimulante, y contribuir a abrir camino con según qué temáticas", reflexiona el periodista y escritor.
En ese sentido –y quizá arrastrados, en parte, por la melancolía–, la cartelera actual no acoge, quizá, tantas películas de animación como con las que obsequiaba Studio Ghibli a la infancia hace unas décadas. "Otro Miyazaki no va a haber", opina Miró. El director japonés, con nada más y nada menos que 80 años, se encuentra actualmente realizando la última producción de Studio Ghibli, que debería haberse estrenado antes de los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020 y cuyo lanzamiento, finalmente, se prevé para 2023. "Las películas que ha hecho él tampoco las va a hacer nadie más. Y, en parte, ese es su valor", insiste.
Pese a que las majors copan el mercado mayoritario, y se haya criticado la dudosa calidad de los life-actions que la compañía Disney lleva ejecutando desde hace varias décadas, el escritor de ‘Biblioteca Studio Ghibli: El castillo ambulante’ se muestra optimista con los espacios que pueden seguir ocupando las películas de animación: "Es cierto que el nicho de mercado es pequeño, y cada vez es más pequeño (especialmente si hablamos de cine de animación europeo, por ejemplo), pero sigue habiendo proyectos. Siguen ahí".
Algo tienen Miyazaki y Studio Ghibli para que, por mucho que pasen los años, continuemos hablando sobre sus relatos. «Hay muchas cosas que le hacen único y diferente [a Miyazaki]», dice Laura Montero Plata. Sitúa una de esas particularidades en el estudio psicológico de los personajes; algo que entronca, de nuevo, con Toei Animation. "Toei Animation nació con la idea de ser el rival de Disney en Asia, y se inspiró fundamentalmente en dos obras: El rey y el pájaro, del francés Paul Grimault, y La reina de las nieves del ruso Lev Atamanov. Era un cine que difería mucho de lo que hacía Disney, que estaba muy encorsetado en héroes blancos, personajes malos sin ningún tipo de motivación, canciones o animalitos monos», remarca.
En lugar de imitar el modelo norteamericano, Studio Ghibli decidió dar un paso hacia una representación más realista. Montero Plata explica qué significó dicha determinación: "Los personajes tienen motivaciones (más allá de que sean buenas o malas) y hay un trasfondo por el que se comportan de la forma en que lo hacen. Esa es una de las grandes revelaciones de Miyazaki; por eso ha podido romper con el estereotipo de que el cine de animación es solo para niños; de que es algo simplista o algo básico que no va más allá del puro entretenimiento. Es un cine profundamente divertido, pero apela a ir más allá, a rumiar ciertos temas después de dejar la sala de proyecciones. Por eso su cine se sigue analizando y estudiando".
Y no solo eso: en Studio Ghibli, contenido y continente van de la mano. El esqueleto narrativo se sustenta en uno estético; uno, concretamente, que Miyazaki siempre ha defendido con firmeza. "Varias de sus películas se producen alrededor del cambio de siglo, en un momento en que la animación digital y el 3D empezaban a dialogar con la tradicional", explica Francesc Miró. "Comenzaron a utilizar técnicas digitales, pero era tal la obsesión de Miyazaki con que no pareciera digital; tal su sensibilidad de basarse en la animación tradicional… que ves una película como Mi vecino Totoro o Ponyo en el acantilado, que tienen ya unos cuantos años, y no ves demasiada diferencia", agrega.
"Lo más importante de una película son los recuerdos que deja", decía el propio Miyazaki en una entrevista. Al legado de El castillo ambulante que ha llegado hasta nuestros días se suma ahora este ensayo firmado por Francesc Miró que nos recuerda, una vez más, por qué las historias que emocionan perduran para siempre.