Sólo en España hacemos lorza del michelín
Estamos de enhorabuena, primeras estrellas Michelin para La Salita, de Begoña Rodrigo, y para Tula, de Borja Susilla y Clara Puig, y segunda para El Poblet de Quique Dacosta. Es una fantástica noticia.
Dicho esto, quería hacer notar la pequeña incongruencia, dislate, acaso guasa de que los premios con mayor prestigio de la gastronomía mundial tengan nombre de lorza, de rollo de grasa cinturero, no sé si debido a la infinita complejidad del ser humano, o por puro cachondeo.
Lo de michelín, como todo el mundo sabe, proviene de ese terrorífico muñeco sonriente, hecho de neumáticos inflados a punto de reventar (¿a alguien más le da miedo, miedo al nivel de los payasos asesinos?) y que es creación de la empresa que fundaron los hermanos franceses André y Édouard Michelin, en 1889, dedicada a la fabricación de neumáticos. Y sí, no estamos mejorando demasiado el tema de la asociación simbólica si de lorzas pasamos a neumáticos.
La palabra michelín viene del nombre de la empresa. La conversión de marcas comerciales en palabras comunes es algo habitual en nuestra lengua, pásame un kleenex, y solo demuestra que el lenguaje está vivo, cómete un donut, que por más caspa que haya en los reposacabezas de los sillones de sus señorías de la Real Academia Española de la lengua, ponte un támpax, el lenguaje se hace en la calle y la calle, como todo el mundo sabe, es lorza, puro michelín. Échate rímel.
En el diccionario, eso sí, se advierte de que todas estas palabras, michelín, kleenex, donut, támpax, rímel, son una marca registrada, y por tanto el usuario puede consumirlas a pequeña escala, en el ámbito doméstico, pero no le está permitido traficar con ellas.
Volviendo al caso concreto de michelín, resulta de lo más curioso comprobar que únicamente en el idioma español se ha dado su deriva en lorza. En inglés, michelin es el tipo de goma con que se fabrican los neumáticos, en francés se refiere directamente al coche con estos neumáticos, y en italiano también.
los premios con mayor prestigio de la gastronomía mundial tienen nombre de lorza, de rollo de grasa cinturero
Así que van un inglés, un francés, un italiano y un español y el español, que es de Cádiz, se desvía del camino a por unas cervecitas y en una voltereta lingüística, crea con gracia y salero la lorza- michelín, que según la RAE es ese “pliegue de gordura que se forma en alguna parte del cuerpo y en especial en la cintura”.
Pero no solo desde el nombre, los premios de la Guía Michelin, como los de cualquier otra institución de tanta relevancia, acostumbran a generar polémica.
Hace nada, al chef galo Marc Veyrat lo degradaron de sherif y a punto estuvo de liarse a pistoletazos con toda la academia por haberle retirado la tercera estrella a su restaurante de los Alpes, la Maison des bois.
Histéricamente ofendido, llevó hasta los tribuales a los responsables de la Guía aduciendo su profunda incompetencia, alegando agravios como: "¡Han osado decir que habíamos metido cheddar en nuestro soufflé de reblochon, beaufort y tomme!
Les ha acusado también de ser los causantes de su depresión y ha puesto en duda que los inspectores hayan siquiera visitado su restaurante en el último año. “Es la mayor ofensa de mi vida. Es terrible. Es peor que la muerte de mis padres. Es peor que todo” se ha lamentado el chef, que sin duda es un gran cocinero, además de una diva del melodrama en potencia, pero buen perder, lo que se dice buen perder, no tiene.
Otros chefs decidieron renunciar voluntariamente a sus estrellas, es el caso del francés Sébastien Bras o del portugués Henrique Leis. Y también de alguien mucho más cercano como Julio Biosca. Hace diez años, su restaurante Casa Julio, en Fontanars dels aforins, un pueblo de un millar de habitantes, obtuvo una estrella Michelin. Tras la alegría del premio, confiesa Julio que vivieron años duros, que su público de siempre no aceptaba los cambios, las raciones, al centro, le pedían, todo ese boom gastronómico les parecía una chorrada.
En 2016 la Guía Michelin decidió dar un pequeño giro, y abrir su abanico premiando por ejemplo un chiringuito de street food de Singapur.
Algunos chefs se quejaron de que, entre los criterios, ya no tuvieran tanto peso ni la bodega, ni la mantelería de hilo, ni el servicio de nivel.
Los propios responsables de la Guía reconocieron su interés por dejar de ser un producto elitista, por hacer más popular la gastronomía y lograr que los establecimientos con estrellas fueran más asequibles.
Por supuesto había que incorporar el chonismo a la alta cultura, como bien sabe Rosalía, como tanto ha aprovechado Trump.
Hoy en día lo popular impregna toda manifestación cultural, y era cuestión de tiempo ¡Genteovejuna, todos a una! que llegara también a la alta cocina, sin querer decir con esto que haya de resentirse necesariamente el talento, que crezca o decrezca. La moda solo es un paisaje de fondo, el talento es siempre el que es, no importa si se viste a la última o de forma trasnochada, si de mercadillo o de Prada.
En el fondo, he de confesar que siempre he desconfiado de los premios salvo cuando me los dan a mí.