VALENCIA.
“Soy monógama con mi Stradivarius”
Anne Sophie Mutter
La idea la tuve cuando pasé por delante de la histórica Bodega Baviera, propiedad de mi amigo Vicente, en un trayecto que hago todos los días presidido por la imponente visión de la mole del Miguelete que emerge de entre las viviendas al fondo de la calle de la Corregería. Vicente atesora, orgulloso, una rica colección de instrumentos antiguos de viento, casi todos en perfecto funcionamiento: trompas, saxos, trompetas, bombardinos, clarinetes, flautas, trombones y un largo etcétera. Su gran amor a la música en general y concretamente a la de banda, le animó a iniciar esta excelente colección que conserva en su propio establecimiento. Toda visita a su preciosa tienda, que recomiendo vivamente, viene siempre maridada con el sonido de la música que permanentemente suena en ese espacio de excelente acústica, en el que predomina la madera antigua, forrado de miles de botellas. Es un lugar singular. Un pequeño tesoro de nuestra ciudad.
En el caso de Vicente se trata de un coleccionista, casi un estudioso, de instrumentos como objetos de colección, por su singularidad, especial belleza, sin que profesionalmente se dedique a tocarlos. Sin embargo una de las peculiaridades de estos maravillosos artilugios (homenajes diarios habría que organizar a los inventores de tales maravillas de la pequeña ingeniería), a los que les debo tantas horas de placer, es que es de los pocos casos en que una pieza antigua, por la calidad de su construcción y por los cuidados recibidos a lo largo de sus muchos años de vida quienes la han poseído, puede convertirse en la herramienta de trabajo diario de muchos profesionales.
Existen incluso, formaciones orquestales que todos sus integrantes emplean instrumentos de época-o magnificas reproducciones-desde que el célebre director de orquesta Nikolaus Harnoncourt, recientemente retirado, allá por los años sesenta se erigiera como pionero de una revolución: la interpretación musical con criterios historicistas. Instrumentos de viento o cuerda que son verdaderos tesoros que a pesar de su delicadeza y de los avatares, guerras, viajes, inclemencias, por los que han tenido que pasar, han llegado milagrosamente a nuestros días luciendo un maravilloso e inigualable sonido, inalterado desde la época de Bach hasta nuestros tecnológicos días. Sin ir más lejos, hoy en día es habitual que orquestas y formaciones especializadas en el repertorio antiguo (digamos anterior a Beethoven) lo hagan con instrumentos de época: es decir con instrumentos diseñados y construidos en los siglos XVII o XVIII preferentemente. Músicos que diariamente trabajan con verdaderas antigüedades. En Valencia podemos presumir de uno de los mejores conjuntos especializados como es la Capella de Ministrers, una formación con gran prestigio internacional. Y es que muchas veces no reparamos en que cuando monstruos del violín como Anne Sophie Mutter o Julia Fisher interpretan un concierto lo está haciendo con un instrumento de trescientos años de antigüedad.
Por lo que respecta a la intrahistoria de los instrumentos, sucede una cosa bastante curiosa: en su momento, estoy hablando por ejemplo de principios del siglo XIX pudieron ser construidas por una marca de prestigio y adquiridas por una persona que profesionalmente se dedicaba a la música. Dicha profesión quizás no fue seguida por sus descendientes y el instrumento quedó abandonado o como mucho se empleó como elemento decorativo. Como se trata de un mundo muy especializado, a dicho violín no se le prestó a penas atención y quedó arrinconado. Transcurrido siglo y medio, por la razón que sea, cambia de propietario hasta que llega a manos de un especialista. Ya tenemos un hallazgo. En el caso de la Valencia sucede, y es habitual, hallar entre los enseres de las casas una trompeta, un clarinete, una trompa…. Menos común es encontrar instrumentos de cuerda que es más propio de Centroeuropa y Europa oriental donde existe más tradición por esta clase de instrumentos.
En más de una ocasión se ha puesto en contacto conmigo algún músico de la Orquesta de Valencia, del Palau de les Arts o Luthieres pidiéndome instrumentos de marcas determinadas, completamente ignotas para mi, insistiéndome en que esté atento porque “puede aparecer cuando menos te lo esperas”. Hace un par de años una amiga, excelente trompa de la orquesta de Valencia, me habló de varias marcas antiguas de su instrumento: “Si te sale una de esas no dejes de llamarme”. Tomé nota de ello y a su vez me percaté que en pocos mundos me he encontrado más perdido que en este. Hace poco adquirí un clarinete en un mercadillo de una ciudad del sur de Francia. Un país en el que pueden encontrarse multitud de instrumentos de toda clase. La impresión que me dio es que su estado era correcto. Una vez más me pasé de listo. Cuando lo llevé al taller para que lo revisara el especialista recuerdo su frase nada más sacarlo del desvencijado estuche “a este instrumento hay que hacerle de todo y ya veremos…”. Lo que no ven el común de los mortales lo aprecian de inmediato los que saben. Recuerden: hay otros mundos pero están en este.
En un artículo anterior hablaba de apariciones milagrosas en lugares insospechados. Por lo que les contaba, en el caso de los instrumentos la aparición de magnificas piezas en lugares de lo más extraño es más plausible si cabe. La instrumentista de trompa que les mencionaba me contaba que en un bar, con meras funciones decorativas pendía de una cuerda enrollada a un clavo una trompa natural del siglo XVIII valorada en no pocos miles de euros sin que su propietario supera lo que tenía. El trompista que observó emocionado tal reliquia mientras daba buena cuenta de su caña, la adquirió sin pensárselo dos veces. Todo el mundo sabe lo que es un Stradivarius, muchos menos lo que es un Guarneri, y es raro quien conoce lo que es un Amati. Detrás de este trío de genios hay una pléyade de nombres de constructores de instrumentos que son completamente desconocidos pero cuya firma da un valor mas que significativo al instrumento.
No se puede acabar este breve recorrido sin una de esas bizarras noticias que sólo pueden suceder en el país de Apple y Microsoft pero también de muchas cosas más: en Los Angeles (EEUU) una mujer encontró en la basura un violonchelo. Sin imaginar lo que tenía entre manos y le pidió al novio que lo convirtiera en "un mueble para guardar discos”. Antes de que el muchacho se pusiera manos, destructivas, a la obra se pudo comprobar que se trataba del Stradivarius “General Kid” de 1684, valorado en 3,5 millones de dólares (existen menos de un centenar de violonchelos Stradivarius localizados en el mundo) y que le fue robado a Peter Stumpf, de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. El extraordinario instrumento pudo ser abandonado por los cacos ante la imposibilidad de colocar en el mercado un instrumento de esas características. Y es que en muchas ocasiones tener una obra de arte o una pieza excepcional en las manos puede convertirse en un auténtico problemón.
Y como de unas historias nos llevan a otras, y más en este mundo, en otra ocasión hablaremos de unas antigüedades cuyo valor y aprecio reside también en el sonido y la música: que emiten que emiten pero no se trata propiamente de instrumentos. La musicoterapia está de moda.