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'LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR'

De Valencia a Usera para ver a Lou Reed

5/06/2016 - 

VALENCIA. El concierto que ofreció Lou Reed en Madrid en 1980 acabó ocupando las sección de sucesos en lugar de aparecer en la de cultura. Lo ocurrido allí ha sido ya rememorado y explicado durante los años posteriores. Yo estuve en aquel concierto y así lo recuerdo y estás son las conclusiones que tengo que ofrecer 36 años después.

Me costó bastante que mis padres me dieran permiso, pero al final conseguí convencerles de que, si no me dejaban ir a Madrid a ver a Lou Reed, seguramente la desesperación podría más que yo. Estaba a punto de cumplir los 17 años, pero en el siglo del que procedo, en el entorno y las circunstancias a los que pertenezco, convencer a mis padres de que me dejaran ir a Madrid, sin compañía adulta, para ver un concierto de rock, no era fácil. Hasta entonces solo había salido de Valencia por viajes familiares y excursiones del colegio. Así que no, la opción de viajar a Madrid para ver a Lou Reed no estaba nada clara, sobre todo a ojos de mi madre. Hoy sé que era una batalla que tenían perdida de antemano porque estaba haciéndome mayor y no podían negármelo. Pero costó.

Blues del autobús

En 1980 subirse en un autocar para ir a Madrid era como subirse a la diligencia, se tardaba tanto en llegar que hubiese agradecido un ataque de conquenses disfrazados de indios sioux para amenizar el trayecto. Tampoco estoy seguro de que fuese esa la percepción que tuve entonces, pues seguramente viajé en éxtasis. Mi nivel de relación con el rock & roll era exclusivamente teórico; lo que sabía lo había aprendido leyendo revistas, escuchando discos y hablando con otros obsesos de la música. Y ahora, al fin, después de años (tres en realidad, tampoco habían sido tantos, pero a mí me computaban como si fuesen 30) de idolatrar a Lou Reed iba a poder verlo en directo, es decir, iba a contemplar cómo cobraba vida delante de mis incrédulas narices. De eso debí de hablar durante el trayecto con mi compañero de aventura. Javi Martínez, que estudiaba como yo en Guillem Tatay, era una de esas amistades que se habían fomentado gracias a las afinidades musicales. El hecho de que fuésemos juntos a Madrid debió de ser el factor decisivo para que nuestras respectivas familias accedieran a dejarnos ir tan lejos.

Bienvenidos a Usera

Ahora me pregunto cómo era posible que dos adolescentes tan dispuestos pero tan pavos fuesen capaces de llegar tan lejos. No hace falta que nadie diga nada, yo mismo me doy la réplica. Si con 17 años no eres capaz de afrontar con ganas y éxito semejante aventura, entonces es que has nacido para ser tonto del culo. Y seguramente tanto Javi como yo estábamos más espabilados de lo que soy capaz de interpretar desde el presente. Así que nos fuimos a una ciudad que no conocíamos, paseamos por su centro urbano y posamos en la Puerta del Sol que Radio Futura citaba alegremente en Enamorado de la moda juvenil. Cuando llegó el momento, fuimos hasta el estadio –el Román Valero- que estaba en un barrio, Usera, alejadísimo de la realidad de dos inexpertos polluelos como nosotros, que sabíamos mucho de lo que pasaba en el CBGB pero no teníamos ni idea de cómo era la vida. Pero eso no nos iba a detener. El público que pululaba por allí no era el que en nuestra ilusión  pensamos encontrar. Era el tipo de seguidores que durante la década anterior habían adorado a Lou Reed como príncipe supremo del vicio, como ángel caído del rock & roll. El espíritu santo de todos los yonquis y todas esas estupideces que el mismo Lou Reed había alimentado en un acto de supremo cinismo, que acabó costándole caro porque nunca acabó de desprenderse de dicho sambenito.

En la Puerta del Sol...

Cuando los tópicos acosan al artista

Lo más triste es que en aquella época, Lou Reed había vencido su adicción a la anfetamina –la única droga de la que fue dependiente- y el único estimulante al que recurría era el alcohol. Así y todo, se había casado por segunda vez y lucía un aspecto saludable. El disco que acababa de aparecer, el cual promocionaba en aquella gira era Growing Up In Public; con él marcaba definitivamente una nueva etapa personal y musical. Pero los inadaptados que entraban al recinto del concierto no estaban por la labor de aceptar tales evidencias. Querían ver al Lou Reed del lado salvaje sí o sí. Nosotros, algo inquietos ya al percibir el panorama, buscamos la mejor ubicación posible y esperamos, un poco acojonados, a que el concierto comenzara. Pero el comienzo se demoraba más y más, dicen que por una huelga de transportes que retrasó la llegada del grupo, aunque hay otra versión que asegura que todo fue debido a que el servicio de seguridad hubo de hacer grandes esfuerzos para evitar que la gente se colase, y no estamos hablando de 10 o 12 personas. En un barrio humilde como Usera, y a un precio de 700 pesetas (unos cuatro euros) , intentar colarse era un deber.

El hombre que no estuvo allí

Durante la espera, y a medida que veíamos el ambientazo a nuestro alrededor, Javi y yo empezamos a ser conscientes de dónde nos habíamos metido, pero la preocupación se nos pasó de golpe en el momento en el que Reed salió a escena con los acordes de Sweet Jane. La alegría no se prolongó durante mucho tiempo. El ambiente estaba cargado de malos augurios y era difícil no sentir cierta inquietud. Había gente que no dejaba de pedir Heroin –el título sagrado de su repertorio para según qué tipo de audiencia- y Reed hacía caso omiso. A mitad de la séptima canción, un objeto –yo siempre creí ver una colilla- pasó volando demasiado cerca de él. Acto seguido, se giró hacia la banda y con un gesto cortante les ordenó que dejaran de tocar. A continuación todos abandonaron el escenario. Por supuesto, Reed y su banda no salieron más al escenario. La organización hizo lo posible por calmar los ánimos y los ánimos del público, que ya estaban caldeados, se inflamaron. 

Revuelta juvenil

Hubo una especie de motín que terminó con un asalto al escenario, lo cual provocó la intervención de la policía; parte del equipo de sonido terminó arrasado por miembros de un público que se sentía estafado. Yo también me sentía estafado aunque por otros motivos, y en eso pensaba mientras Javi y yo nos alejábamos de aquella estampa dantesca en un campo para una batalla que no era la nuestra. Los dos nos mirábamos incrédulos. De algún modo volvimos a vernos caminando por  Puerta del Sol, era de noche y tarde;  acabamos durmiendo en la primera pensión que encontramos. Al día siguiente volvimos a casa tal y como estaba planeado. Los medios de comunicación se hicieron eco del altercado y a mí me daba muchísimo apuro que hubiese ocurrido todo aquello en una ocasión tan señalada. Sentirse como un imbécil es la única manera de describirlo.

No oculto que los conciertos me suelen producir un cierto rechazo. Así y todo he asistido a docenas de ellos a lo largo de mi vida. No voy a echarle a Usera la culpa de esa pereza que casi siempre me ataca cuando se trata de acudir a ver música en directo. Soy así y no hay nada que hacer al respecto, punto. Lo que descubrí en Usera aquella noche fue que eso que para muchos es la magia verdadera del rock, el contacto del artista con el público, podía convertirse en un infierno para alguien como yo. Mis artistas los quiero para mí, no necesito compartirlos con nadie más. No necesito que me demuestren nada encima de ningún escenario. Si me gustan sus discos no necesito más. 

Nunca he podido hablar con Javi de lo que vivimos aquella noche; me refiero a comentarlo con la perspectiva que ofrece el paso del tiempo. Se fue de este mundo a finales de 1991, ni siquiera debía haber cumplido los 27. Fue un buen amigo, alguien lo suficientemente iluso como embarcarse en un viaje como aquel que terminó por sacudirnos en plena cara una bofetada de realidad.

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