VALÈNCIA. El personaje de Deadpool nació dentro de la serie 'The New Mutants', que constituía una derivación de la Patrulla X, y desde el principio se distinguió del resto de sus compañeros por su irreverente sentido del humor, su procacidad lingüística y su chulería. Los lectores apreciaron su espíritu bufonesco y que de alguna manera se convirtiera en una metaparodia del universo superhéroico. Además, entre sus características se encontraba la de romper la cuarta pared e interpelar directamente al lector, lo que daba lugar a una interacción a la que sin duda se le podía sacar mucho partido cinematográficamente.
Los estudios Marvel tardaron tiempo en confiar en Deadpool para que protagonizara su propia película y decidieron que no podían invertir mucho en él. Al fin y al cabo, no se trataba de una figura apta para todos los públicos, era un mercenario malhablado, que estaba fuera de todo orden establecido y cuyo comportamiento no era lo que se dice un modelo de conducta intachable. Quizás por esa razón, los guionistas de la película, (Rhett Reese y Paul Wernick, que ya se habían divertido escribiendo Bienvenidos a Zombieland) tuvieron algo más de libertad a la hora de llevar el cómic a la pantalla, introduciendo dosis de violencia, sexo y palabrotas impensables en cualquier otra película de la Factoría de Ideas. Ese carácter marginal le sentaba fenomenal a Deadpool, que además contó con un actor, Ryan Reynolds, que se había hundido profesionalmente interpretando a otro superhéroe, Linterna Verde, y que se encontraba en el momento adecuado para arriesgar o todo o nada con una propuesta que excediera las normas de lo políticamente correcto.
En su primera aventura, Deadpool conquistó al público, convirtiéndose en una de esas raras excepciones en la que una película con la calificación R (fuerte contenido) alcanzaba el éxito en la taquilla. Marvel ya había practicado el humor más canalla en propuestas como Iron Man o Guardianes de la Galaxia, pero con Deadpool decidieron ir un paso más allá y apostar por primera vez por una fórmula más salvaje e iconoclasta. El propio Ryan Reynolds define a su personaje como sucio, callejero y visceral y, en el fondo, siempre le dará las gracias eternas por poder enfundarse en su traje, hacer el idiota y encima que le nominen a los Globos de Oro por interpretarlo, una hazaña que no suele ser habitual en el cine de superhéroes. Quizás por eso en esta ocasión también ejerce de guionista y productor, porque sabe que quizás no tenga nunca más la ocasión de sacarle tanto partido a un personaje.
¿Cómo conseguirían que la segunda parte de Deadpool estuviera a la altura de las circunstancias? Para la ocasión contrataron al director más importante de cine de acción del momento, David Leitch, que había demostrado su capacidad para reinventar el género gracias a John Wick. Además, se incorporó el personaje de Cable, al que daría vida un actor tan prestigioso como Josh Brolin, que llegaba con ganas de sacarle todo el partido posible a su registro humorístico después de tantos personajes serios a lo largo de su carrera.
Desde Marvel se esforzaron desde el principio en ir diseminando sinopsis falsas y totalmente psicotrónicas para que no supiéramos demasiado sobre la trama y de paso seguir propagando un poco el cachondeo. Así que no seremos nosotros los que vayamos a destripar ni un solo dato de lo que ocurre. Tampoco es que importe mucho. Dentro del universo Deadpool siempre suele reinar el caos y el descontrol, y rara vez las cosas ocurren como uno espera. Ese es uno de sus encantos. También su capacidad para desafiar los estereotipos masculinos del cine de acción. Tal y como comentó Reynolds en su paso por España, Deadpool tiene un lado femenino, así que orquestaron las escenas de acción como si se trataran de un baile en el que los personajes se movieran como si estuvieran flotando. Aunque, en realidad, hay que fijarse mucho para darse cuenta, porque las coreografías ocurren a una velocidad de vértigo.
Además del fichaje de Josh Brolin como Cable, destaca la presencia de Zazie Beetz que encarna a una explosiva Domino y que se convierte en la verdadera roba planos de la película. Sin embargo, parte de la frescura que encontrábamos presente en la primera parte, se ha perdido por el camino. Parece que los responsables no hayan querido desaprovechar ni un ápice de esa fórmula que les dio el éxito intentando repetirla de manera milimétrica sin conseguir los mismos resultados.
Deadpool 2 funciona por acumulación y repetición. Es absolutamente demente y en parte ahí reside su gracia, pero es cierto que en algunos momentos termina agotando con su incansable energía. Siguen funcionando los chistes tontorrones, las referencias a la cultura popular, el constante diálogo con el espectador cómplice. Deadpool 2 se convierte en un espectáculo absurdo orgulloso de serlo, feliz de su naturaleza esquizoide y ridícula pero, si tuviéramos que defender por algo esta aventura avasalladora y demente, sería por la necesaria reivindicación del caos y la anarquía dentro de un género, el de superhéroes, cada vez más tendente a no dejar ni un solo cabo suelto.