Los oportunistas están encontrando un nicho considerable en el asunto de la Sanidad; los jetas de izquierdas y derechas han visto en este tema fundamental una veda que abrir en la que conseguir votos. Ocurre en la Comunidad Valenciana, donde los profesionales de la salud han empezado un carrusel de huelgas, pasa en Madrid con las marchas blancas encabezadas en muchas ocasiones por activistas ideológicos y ocurre en toda España: desde Finisterre hasta las columnas de Hércules no hay una Autonomía en la que los médicos no se hayan puesto en pie de guerra; el que haga la firme promesa de que si gobierna el problema de la sanidad se va a terminar, miente. La revolución de las batas blancas está dejando contra las cuerdas a Gobiernos del PP, del PSOE, del Partido Regionalista Cántabro y del PNV. El problema es endémico y de difícil solución.
Todas esas catastróficas desdichas sanitarias son un caldo de cultivo para que florezcan argumentos envenenados contra el contrincante político. Se dan unas circunstancias que fomentan el uso de la salud como arma arrojadiza. Se apela al sentimentalismo más primario para controlar el relato al gusto de quien gobierna. La realidad es que si el problema, como se está poniendo de manifiesto, se da en mayor o menor medida en las diecisiete consejerías de sanidad, quizá el que tenga que remangarse para solucionar la que está cayendo sea el Gobierno central y el ministerio de Sanidad. Lo que pasa es que la actual ministra, Carolina Darias, está más pendiente de su próximo reto de ser alcaldesa de Las Palmas, y a nadie le hace gracia que se reforme el sistema para que parte de las competencias sanitarias pasen al Estado. Otra de las circunstancias que me tiene perplejo es el parapeto continuo al que los dirigentes someten a los médicos con promesas peregrinas y carroñeras. El otro día estaba en una tertulia junto a un diputado en Cortes Valencianas y llegó a deslizar la idea de que una forma de descongestionar las listas de espera en los quirófanos pasaba por incentivar con bonificaciones salariales a los cirujanos que menos cola tuvieran. Idea nada mal intencionada, y que tiene cierta lógica, sin embargo, sigue sin convencerme el hecho de que un profesional cobre más por hacer su trabajo. Tampoco comparto que se concedieran a los sanitarios pagas extras en tiempos del confinamiento, creo que todo aquel que sale de la facultad de medicina debe asumir que hay una posibilidad, por mínima que sea, que tenga que hacer frente a una pandemia; la del coronavirus no ha sido la primera gran oleada vírica de la historia. ¿Se imaginan que un policía cobrase más el mes en el que ha tenido que hacer frente a un atraco? Todo el que se matricula en una Academia de Policía después de haber pasado unas oposiciones sabe que tendrá que enfrentarse a peligros en acto de servicio; un bombero es consciente de que algún día le tocará amansar la fiereza de un incendio forestal.
Los sanitarios, y cualquier profesional, no necesitan florituras o extras, el mejor incentivo es un salario justo según su cualificación, me recuerda a la cínica exigencia del hostelero que obliga a sus clientes a dar propina a los camareros en lugar de pagar bien a sus empleados. Uno debe enfrentarse al deber que le exige su trabajo no por la retribución económica sino por responsabilidad y honestidad, lo que los médicos llaman juramento hipocrático. Deontología que deben respetar todas las profesiones; el no cumplimiento de esa ética es lo que hace que germine la corrupción. El hecho de que un salario base se incremente con incentivos me da la sensación de que esa nómina inicial es por procrastinar. Nunca he entendido, por ejemplo, eso de que los diputados ganen más por cada comisión de investigación que se les asigna. ¿Es que acaso no es ese parte de su trabajo? tres mil euros mínimos por apretar un botón. Lo mismo pasa con los árbitros de fútbol profesional en España, ganan 11.500 euros fijos y por cada partido que arbitran cobran 4.200 euros adicionales ¿Qué hacen además de llevar el control de un partido? Todavía no entiendo lo que representan en su trabajo esos miles de euros de salario base que reciben.
Hemos perdido el sentido de la responsabilidad, del esfuerzo, de la obligación de hacer lo que debemos. Siempre se dice que vivimos en una sociedad repleta de derechos, pero carente de obligaciones. El trabajo de un médico es salvar vidas, y más cuando estamos en una situación de pandemia.
¿Hay algún médico en la sala?
